La nueva masculinidad de siempre y las del edificio de enfrente

La identidad de “lo masculino” se puede haber transformado  en el mundo. Esto ha llevado, por un lado, a un contraataque de aquellas viejas masculinidades que reniegan perder su dominio y critican duramente lo que consideran una ofensiva feminista, y por otro, a que algunos (pocos) hombres que se vinculan y comprometen con lo que les rodea nos escuchen, transformando su realidad a favor de los supuestos feministas. 

Hablamos las dos de la experiencia de Iris, cuando hace 10 años decidió  estudiar trabajo social, no sin los comentarios inoportunos acerca de la necesidad de la que es hoy  su  profesión, y no recuerda un solo día en el que no viera, con estupor, cómo el patriarcado campa a sus anchas. Aún en nuestros días, parece que, de  cada pequeño avance, surgiese una oportunidad única para desacreditar los derechos humanos de la mitad de la población.

Y comentamos que ahora es como si volviese de nuevo a los pasillos de la facultad, como en cada esquina de nuestras facultades se cuece, a fuego lento, todo lo que ya conocemos  que conlleva lo que llamamos masculinidades tóxicas. En España, sí. En 2022, también. En colegios mayores, más aún. Una necesidad constante de reivindicar, desde lo más rancio de su “hombre interior” su posición suprema. Un espectáculo perverso donde ellos, desde sus ventanas y a voz en grito, con una puesta en escena más propia de una película de miedo que de un entorno universitario, les recuerdan a ellas, en el opuesto, cuál es su lugar. El privilegio en estado puro. También el asco, para qué negarlo.

El enésimo caso de cultura de la violación, de violencia sexual institucionalizada, aparece en las noticias. Los gritos aparentemente ritualizados de los plañideros por los privilegios perdidos, evolución de aquello que entendíamos por machismo de toda la vida y una herramienta para afianzar su precaria identidad juvenil. El grupo y la fratría nombran a las otras, intentan dominar con el efectismo y la espectacularización de la violencia sexual que ofrecen las redes sociales. No por casualidad la coreografía: la estética del poder para amedrentar a las víctimas. 

Esto que a todas luces ha desfilado por nuestros televisores, periódicos, redes sociales (el viralismo de internet, no olvidemos), no se aleja de nuestro entorno más cercano, de nuestro día a día. Es la “norma” en la que convivimos, y que parece imposible destruir. Es peligroso, mucho, normalizar hasta el punto de no dar voz a las que se sienten violentadas con estas actitudes; tan peligroso, que no ha cesado de aparecer en nuestras vidas. Sigue habiendo muertes, a diario, víctimas de violencia de género, de violencia vicaria. Mujeres a las que también se les “recordó” su sitio de la manera más cruel. Mujeres que también han recorrido los pasillos de sus centros de enseñanza, o sus lugares de trabajo. Nosotras, las del edificio de enfrente.

Y nosotras, en lo particular, seguimos sintiendo miedo. Como mujeres, como profesionales de la salud, como personas. Miedo a que no se llame a las cosas por su nombre. Miedo a la indefensión, al disfraz de broma sobre la violencia hacia las mujeres. Miedo a sus rituales de privilegio masculino y procreación. Miedo a volver al lugar del que tanto tiempo nos costó salir. Miedo. Sentimos en lo más profundo de nuestro ser un sentimiento de repugnancia supremo, al pensar que lo que hoy hemos visto en directo, diferido y casi streaming, sea de nuevo la broma. La sorna. Nuestros derechos: de risa. Sus privilegios: dan miedo.

Si la universidad es una institución democrática, este tipo de modelos residenciales deberían dejar de estar segregados. Además, se debería auditar los reglamentos internos. Y no dejarlo en “cosas de chicos”, como si la violencia fuera menos violencia por la edad de los agresores (también pasa cuando leemos “un anciano mata a su mujer”: edadismo). A veces, pues, tenemos que empezar por el principio: explicar que para reducir o abolir la socialización diferencial por géneros tendremos que seguir insistiendo en la coeducación en todas las esferas educativas. Como vemos, ni en instituciones públicas con plan de igualdad se está educando en valores no sexistas.

Servicio de prevención de VIH y sífilis con pruebas rápidas en Centros de Salud de Atención Primaria de la Comunidad de Madrid

Iris Garrossa Martín

Trabajadora social