El brillante de Maria

María tiene 42 años cuando viene por primera vez a la consulta. El motivo: una depresión profunda. No sabe qué le pasa, por qué está deprimida. No tiene ningún motivo y esto la hunde aún más.

En su entorno aun es peor. No entienden nada y ella siente que la recriminan. Le da mucha rabia, la rabia le produce culpabilidad y la culpabilidad hace que se aísle aún más.

María es una profesional de éxito, elegante, atractiva, eficiente, simpática, casada con un hombre que, según dice, tiene similares atributos. Se relacionan con amistades estupendas y son padre de dos hijos adorables, la parejita, como dice ella.

La familia tiene una muy buena situación económica.

A menudo dice esta frase:

-—Tengo todo lo que había soñado, ¿Qué más se puede desear?

Y se desespera.

En un proceso analítico, la analista, en este caso yo, va anotando mentalmente a modo de una investigadora detectivesca, todas las pistas que, sin saberlo, va dejando su analizante. Por ejemplo, en esta frase tan habitual, Maria podría haber hablado en primera persona diciendo:

— ¿Qué más puedo desear?

Pero no lo hace. Pone un “se”, impersonal.

Cuando Maria busca algún hecho de su vida que pueda explicar su situación, solo se le ocurre una desgracia en la familia: la muerte de la madre hace dos años, aunque piensa que lo ha superado bien.

Ni su madre ni su padre se ocuparon mucho de ella y su hermano y siempre estuvieron atendidos por terceras personas.

Los padres tenían una vida social muy intensa: el padre con su trabajo y la madre con sus reuniones, sus salidas y sus continuos viajes y fiestas acompañando al marido.

María cree que su madre era feliz con la vida que llevaba. Cuidaba su físico, le encantaba estar guapa y disfrutar de la vida. Siempre brillaba con esplendor en los círculos de la alta burguesía en donde se movían.  Su padre también parecía estar contento con su vida.

María admiraba ese brillo materno, pero se prometió a sí misma que cuando fuera madre se ocuparía de sus hijos, los cuidaría personalmente y los mimaría mucho. Está orgullosa de haberlo conseguido.

No quería que sus hijos sufrieran lo que sufrió ella y decía tajantemente:

— Yo nunca he querido ser, ni soy, ni seré como mi madre.

Un día dijo en una sesión:

—Mi madre era un brillante, pero para mí brillaba por su ausencia.

 En realidad quiso decir:

—Mi madre era brillante, pero para mí brillaba por su ausencia.

Cuando le señale: 

— ¿Un brillante?

Se quedó unos segundos parada y luego, con mucha excitación, dijo:

—Un brillante sí, eso es lo que era exactamente. Claro. Solo brillaba. Solo era brillo. El brillo de mi padre. Y eso es lo que soy yo también.

Y aquí comenzó María a recorrer su propio camino. Se dio cuenta que la relación que tenía con su marido era exactamente la misma que su madre tenía con su padre. Su marido nunca vio en ella a otra mujer, alguien diferente. Solo era algo para exhibir, para darle brillo.

Fue un descubrimiento doloroso. Le llevó poco tiempo salir de su depresión. Tardó algo más en recorrer ese nuevo camino. Y decía, muy divertida:

—Claro, si ya tenía todo ¿Qué más podía desear? 

Y es que desde la perspectiva de la subjetividad, desde la posición sexual que ocupa cada sujeto en su elección Maria y su marido tenían una relación homosexual, en el sentido de ser un todo. Y cuando digo posición sexual, significa que tanto hombres como mujeres pueden elegir desde una posición fálica, dónde no falta nada, con independencia de que esta elección sea del mismo o diferente sexo. 

Por eso para María también fue muy importante la segunda parte de la frase: “brillar por su ausencia”. Ahí, curiosamente, encontró su falta, porque sin falta no hay deseo.

El marido de Maria,  no la ama a ella. Se ama a si mismo. Y Maria accede. Afortunadamente, la depresión la salva de ser como su madre y le dio la oportunidad de posicionarse de otra manera. 

Desde el primer día y sin saber nada de su vida, Maria brillaba cuando entraba en al consulta: sus vestidos, sus gestos, la manera de caminar, incluso de hablar. Solo le traicionaba su cara, su expresión, sus ojos tristes. Sus ojos no brillaban. Y esa palabra del brillo y del brillante siempre estuvo allí, planeando, hasta el día en que la pronunció y resumió su vida en esa frase, aunque ella no lo sabía conscientemente.

Olga Fernández Quiroga

Psicóloga especialista en psicología clínica
https://ecriteriumes.wordpress.com/
https://twitter.com/Olfequir