El otro lado de la dulce espera

“Estás embarazada, no enferma”. Esta es una de las frases que he defendido siempre. Por ello, había imaginado mi embarazo llevando una vida muy activa: trabajando, haciendo deporte e incluso me planteé emprender un cargo de liderazgo en la empresa en la que trabajo. Quería seguir manteniendo mi papel de mujer fuerte, independiente y luchadora. En ese momento, aún no sabía lo frágil que se vuelve tu cuerpo cuando está creando un nuevo ser en su interior.

Efectivamente, el embarazo no es una enfermedad, pero sí pueden surgir complicaciones que afecten la salud física y mental de la mamá. Embarazos que lejos de convertirse en la dulce espera, se convierten en la temible espera porque se pasa mucho miedo. Este embarazo es el que me ha tocado vivir a mí y a las mujeres que me rodeaban en el hospital donde he estado ingresada durante 6 semanas. Todas hemos vivido en el silencio que los sollozos nos permitían, la lucha por salvar a nuestros bebés. Algunas lo han conseguido y otras, no.

En mi caso, se trataba de un embarazo muy buscado. Mi pareja y yo necesitamos tres fecundaciones in vitro para conseguir un único embrión sano que se implantara en mi útero. Desgraciadamente, en la semana 22 de gestación, mi ginecóloga observó que la longitud del cuello del útero era demasiado corta, aunque ya llevaba un pesario. Además, estaba dilatada, tenía contracciones y había una amenaza inminente de parto pretérmino por posible rotura de la bolsa del líquido amniótico.

Por ello, me derivaron urgentemente a un hospital de referencia, dotado de unidad de curas intensivas neonatales, capaz de atender el nacimiento de un bebé prematuro extremo. Lo que era una visita de control rutinaria se convirtió en una noche terrorífica en la que corría el riesgo de dar a luz a mi bebé sin casi posibilidad de supervivencia. Tras una amniocentesis de urgencia, que descartó una posible infección, me dejaron ingresada en reposo absoluto.

Aún así, la noche en la que cumplía la semana 24, la bolsa de líquido amniótico se rompió y mi bebé se quedó sin la protección que esta bolsa le garantizaba. Una rotura de bolsa en una semana tan temprana de gestación conlleva el riesgo de un parto pretérmino y también de una posible infección, peligrosa para el bebé y la mamá. Por ello, me dieron antibióticos y me administraron dos inyecciones para la maduración pulmonar del bebé. Seguí ingresada intentando ganar tiempo para evitar tener un parto tan prematuro con el riesgo que eso suponía.

Durante aquellas semanas en el hospital, yo sí que me sentía como una enferma. Estaba prácticamente inmovilizada en una cama y conectada a una máquina que me daba la medicación necesaria para no tener contracciones. Me costó mucho aceptar que mi embarazo idealizado no se correspondía con el de la realidad. Poco a poco, fui perdiendo fortaleza física y mental. Había momentos en los que lloraba por no saber si la niña estaría bien; otros, porque me sentía culpable de lo que estaba pasando; y otros, por miedo a que mi cuerpo no aguantara. Lo que no sabía es que ya me había convertido en madre de Alba y cuando eres madre aguantas lo inaguantable por salvar a tu hija.

Afortunadamente, los días ganaban fuerza con cada mensaje de apoyo, con cada visita llena de cariño y sobre todo con el ánimo de todo el equipo humano del hospital. Cada día me recibían con una sonrisa en la cara y diciéndome: “¡enhorabuena, has aguantado un día más! Pero sin duda, el apoyo más importante fue el de mi pareja. A veces nos olvidamos de los padres, pero ellos también sufren, por nosotras y por sus bebés. Él me animaba, a pesar de que su corazón estaba tan destrozado como el mío, y me hacía compañía día y noche porque sabía que cuidándome a mí, también cuidaba a su bebé.

Con el paso de los días, nuestra pequeña consiguió llegar a la semana 28 regenerando, mediante su orina, el líquido amniótico que yo iba perdiendo. En ese momento, el nivel de supervivencia ya era del 95%. Por otro lado, mi cuello del útero se mantenía cerrado y no se había acortado. Tampoco tenía contracciones, incluso después de quitarme la medicación. Por todo ello, me dieron el alta.

En casa, sigo siendo la mejor incubadora para Alba y mi único objetivo es aguantar el máximo de días posible para que sus órganos maduren correctamente y no tenga secuelas al nacer. Ahora estamos en la semana 30 y me doy cuenta que, aunque de otra manera, me he convertido en la mujer fuerte y luchadora que me había propuesto ser; pero no solamente yo sino también la pequeña gran guerrera que llevo dentro.

Lorena Haldón Arasa

Licenciada en Filología Hispánica y Diplomada en Magisterio en Lengua Inglesa por la Universidad de Barcelona