Editorial: mujer, vida y libertad
La lucha de las mujeres iraníes, no habría podido encontrar mejor lema que represente a todas las mujeres del mundo: sin las mujeres, no hay vida, y sin vida no puede haber libertad. La vida es el único bien que nos pertenece desde que nacemos como seres humanos, pero es un bien limitado en el tiempo, aunque muchas personas la vivan como si fuera eterna.
Definiendo lo que es vida por medio de las relaciones de clase o de poder, para muchos humanos desde la prehistoria, la vida sólo fue una lucha por la supervivencia inmediata o para los esclavos, los vasallos y las mujeres un continuo de trabajo, servidumbre y espacios de supervivencia sin libertad.
Si la vida de las mujeres no tenía valor, eran invisibles y no era importante para nadie, y el pensamiento de las mujeres fue excluido de la filosofía, no puede sorprendernos que las mujeres que dan la vida, que han sido responsables del trabajo reproductivo de toda la familia, sean las invisibles, las no consultadas, las sometidas a normas coercitivas absurdas, y las que no pueden dar su opinión sobre lo que es vida y lo que debería ser si pudiéramos influir en sus condiciones.
Hanna Arendt en su libro “La Condición humana”, reflexiona sobre la vita activa, la vida de hombres y mujeres, como animales sociales y políticos, que se realizan a través de la “labor, el trabajo y la acción” ensalzando la natalidad, la acción de dar vida como un milagro. “ El milagro que salva al mundo, a la esfera de los asuntos humanos, de su ruina normal y “natural” es en último término el hecho de la natalidad , en el que se enraíza ontológicamente la facultad de la acción”.
La vida buena para las mujeres ha estado llena de fe y esperanza, cuando ha dado a luz repetidos hijos o cuando no los ha dado, precisamente por saber de forma consciente que no era vida lo que podía ofrecer a un nuevo ser humano. Pero dado que las decisiones sobre la vida las han impuesto los hombres durante siglos a las mujeres, los pequeños espacios de libertad se centraban en la acción de la reproducción como una forma de estar en el mundo. Las mujeres encerradas en el espacio ovular, desarrollaron unas habilidades propias y amaron la vida “en relación” con la capacidad de amar la vida y la reproducción, pero también con la posibilidad de desarrollar unas sensaciones y sentimientos, que la sociedad patriarcal negaba a los hombres. Hombres que se relacionaban con la vida como forma de competir, de luchar, de tener gloria y poder. Una relación más cerca del matar que del dar, más cerca del poseer que del amar.
La vida por lo tanto constituiría un tiempo lleno de pequeños espacios de libertad, con grandes diferencias en la cantidad y calidad de estos espacios para los hombres y mujeres del Norte y del Sur, de diferentes clases sociales y niveles de educación y cultura, pero pequeños espacios en los que ejercer la voluntad de vida y la libertad de decisión.
Una vida sin libertad y sin autonomía de decisión no es vida. La vida quedaría constituida por la posibilidad de SER, de HACER y de AMAR.
De SER con esperanza de vida de buena calidad, con acceso a la educación y a la cultura, con la posibilidad de una constante autoformación, de gozar del conocimiento, sin ningún tipo de violencia.
De HACER, con la posibilidad de realizar un trabajo con dignidad, a poder ser creativo, en el que puede establecer relaciones humanas y sociales. Con la posibilidad de ejercer un compromiso cívico, con el ejercicio de la libertad y de los derechos de ciudadanía.
De AMAR, con la posibilidad de establecer nuevos espacios de convivencia y respeto, aunque no existan lazos de sangre, con la posibilidad de amar los paisajes, los libros, la música, el arte, con la posibilidad o la potencia de sentir las emociones, de poder imaginar, de maravillarse ante lo nuevo, de poder sentir los lazos de la amistad, o el descubrimiento de los misterios de los demás.
Pero dado que los derechos de ciudadanía de las mujeres se han reconocido muy tarde, su palabra, su mirada y sus propuestas han sido excluidas de la definición de políticas públicas y de la POLÍTICA en mayúsculas. Su palabra, su posición, su opinión y su voz deben ser oídas en los foros de decisión, en los niveles de ejercicio del poder. Toda decisión sobre sus vidas, que las excluya, y toda decisión sobre lo que es dar vida que no tenga en cuenta su derecho a decidir, es perpetuar la forma de violencia más dura, ejercida por los que, no dando la vida, creen que pueden decidir cuándo y cómo “las otras” han de darla. Y ejerciendo esta forma de poder mediático, religioso, o académico, matan la posibilidad de vida de las mujeres, y calumnian como asesinas, a las que saben que la vida y la salud que ellas dan es el ejercicio de la libertad humana.