Cosas que pasan – Desconocidas

Pasé el confinamiento en una casa en el campo. Cuando volví a Barcelona, tres meses y medio después de haberme ido, ya era verano. Al entrar en mi casa me pareció la de una extraña. Corrí a abrir ventanas. En el ropero la ropa de invierno colgaba con aire fúnebre de las perchas; no recordaba esas prendas ¿eran mías? Las descolgué a toda prisa y las metí en sus cajas de cartón floreadas a pasar el verano, como tratando de afirmar no sé si su pertenencia o la mía.
Solo entonces me atreví a ir a ver cómo estaba “la planta” (una palmera que me sigue en mis traslados desde hace quince años sin sucumbir a mis más que dudosas dotes de jardinera). Durante las largas jornadas de esa primavera de encierro -en que no paró de llover y el frío se mantuvo hasta entrado abril como para recordarnos que eran tiempos melancólicos y heladores- de cuando en cuando había pensado en ella lamentándome: “Esta vez sí que se habrá muerto, la pobre, y no por mi culpa”. Pues bien: estaba como una rosa. Apenas se le habían caído tres o cuatro hojas que yacían larguiruchas en el suelo a su alrededor. Pensé algo que no era la primera vez que me cruzaba la mente: que mi palmera estaba más a gusto cuando yo no estaba. De pronto me abrumó todo ese universo que creía familiar y ya no lo era. Y por primera vez le hablé: “Bueno qué, ¿quieres que te riegue o no?” Ni se inmutó. “Qué poco te conozco”, murmuré abatida, mientras salía de la la habitación.

En la calle recuperé el buen humor ¡Cómo me gustaba ver coches y gente! Y pensar que durante cincuenta años, desde que llegué a Barcelona con trece, siempre había pensado que lo mío era el campo y que la ciudad me ahogaba; y ahora sonreía inconteniblemente feliz arrullada por el rumor del tráfico y rodeada de desconocidos que no me saludaban. “Vaya -pensé-, parece que soy más urbana de lo que siempre había creído”, y añadí con ternura pensando en mi palmera: “Qué poco me conozco también a mí”, y entonces fue como si ella me susurrara, “Lo ves, tontorrona, todas somos desconocidas, sobre todo para nosotras mismas”.

Margarita López Carrillo

Activista feminista de salud