La salud de las y los profesionales durante la pandemia COVID 19

La situación de las profesionales es mala, ya lo sabemos y no lo vamos a maquillar. Este de hoy no es un espacio creado para mostrar las cifras de ese sufrimiento que están ya recogidas por múltiples organizaciones e Instituciones y que dicen, con diagnósticos, lo que todas sabemos desde la experiencia: estamos muy cansadas, tristes, con sensación de desaliento y abandono; consumimos más tóxicos, revivimos lo pasado con sensación de incredulidad y ansiedad, algunas piensan en abandonar la profesión otras piensan, incluso, en otras formas de quitarse de en medio. Sabemos todo esto, sí. Y sin embargo yo no he venido aquí a lamentarme. El lamento es legítimo y es, creo, bueno para la criatura humana cuando la experiencia es tan grandiosa e indecible que no se encuentran palabras u otros modos creativos para decirla y para vivirla

No he venido aquí a lamentarme porque soy muy consciente de mis privilegios. El privilegio de estar viva, es uno que no es poco, el de tener una posición social confortable, una vida interior en la que encontrarme y un entorno relacionar de amor y confianza, en donde se me pide incluso a veces que hable, como es el caso de hoy. Por ello no hay lugar para el lamento.Os hablo como médica que es lo que soy, pero creo que desde mi experiencia puede alcanzarse la de otras y otros de otras disciplinas y formaciones que tengan en común el espacio asistencial, de cuidado del otro. Un lugar, el asistencial, que siendo primordialmente un lugar de relaciones se ve atravesado por todo tipo de artefactos.

            Cuando le he pedido a las compañeras y compañeros que me explicaran cómo estaban, casi todos me han explicado un pequeño relato de lo sucedido en este último año y medio. Necesitamos contar, necesitamos historias, relatos. Lo inaudito del inicio, el desconocimiento y el desconcierto, el miedo. El miedo señalado y recordado; miedo que he vuelto a ver en sus ojos: a la enfermedad que enseguida llegó a unas y a otros. Cada una, pensando, sin decirlo “la próxima seré yo”. El miedo a llevar el contagio a casa, el miedo de no saber atender bien a los pacientes. Miedo e incertidumbre que también ocasiona miedo:  Nos acostábamos con un protocolo de actuación y alguien desde Salud Pública-tan asustada, tan en precario como yo- ya lo había mejorado por la noche. 

Las muertes en las residencias, en los domicilios. Las casas en las que el aislamiento era imposible, en que la pobreza emergía nuevamente señalando los lugares más vulnerables, la pérdida de la longitudinalidad, la tremenda incertidumbre clínica ¡¡¡Que frío ese mes de marzo!!! En junio pasado tuvimos un momento de esperanza. Nos pidieron hacer las vacaciones en dos turnos para estar presentes en otoño. Julio fue una promesa que agosto no cumplió. Empezaron a aumentar los casos, la gravedad, la muerte y éramos la mitad de la plantilla. Un mes horrible el de Agosto del 2020. A partir de entonces todo empeoró…

Además, la contención de los pacientes -aún siendo mucha -era menor y se empezó a pedirnos hacer” esto y aquello” (esto, atender la patología COVID, aquello, atender la patología habitual). Como si desdoblarse fuese natural y posible. Desdoblarse así disocia y rompe, lo sabemos bien.

Los y las pacientes tienen a menudo múltiples cosas que contar, problemas que resolver, muchos meses de problemas por resolver…

La vacunación, lo recordamos bien, empezó con una parsimonia desesperante en febrero de 2021. Pero fue una gran esperanza. La enfermería se enfrentó al reto inaudito de vacunar a toda la población en el menor tiempo posible. Casi nada. Solo tengo bonitas palabras para su gesta, que no ha acabado. Ahora bien, nuevamente vacunar y realizar los seguimientos habituales, no es posible. La patología crónica se resiente. Este mes de junio (2021) finalizó el estado de alarma y tuvimos la alegría de reencontrarnos con la gente que queremos. Pero la alegría, en la Atención Primaria, ha durado poco. En quince días pasamos de pensar en cerrar el circuito de atención COVID, a pedir ayuda por todos los canales posibles.

Ahora estamos aquí, en una situación que queremos que sea transitoria pero que no sabemos muy bien cómo puede evolucionar. Estamos aquí, medio muertas. Y medio vivas. Con el fin del estado de alerta las restricciones en salud se entienden y aceptan menos y la población exige ya normalidad en la atención. Una normalidad muy improbable.

A pesar del sufrimiento que la pandemia ha ocasionado en toda la ciudadanía, lo más doloroso ha sido la sensación de abandono. Los trajes de protección llegaron tarde y mal, los compañeros enfermos no se sustituyeron, las contrataciones adicionales fueron paupérrimas y nunca médicas. Por tanto, nos hemos enfrentado a la Pandemia diezmadas. Una colega muy querida, Zoe Herreras, una mujer trabajadora incansable de poca tontería me decía “nos lanzaron a los leones”. Diezmadas y con lo que yo he sentido que era una dejación de responsabilidades de gobernanza y política. 

Al parecer no se han contratado médicos porque “no se encuentran”. Y se dice esto como si la contratación fuera un hecho inexorable; una calamidad del tipo de los terremotos o el choque de los astros. ¡Llevamos décadas refiriendo esa penuria!, refiriendo que la edad de los profesionales hace pensar en una jubilación masiva en esta década; que las contrataciones son malas y disuasorias y que se avecina una gran necesidad de facultativas y facultativos en un plazo breve de tiempo. Pero los números, no han servido de nada. A no ser que pensemos, más dolorosamente aún, que la falta de plan, sea el plan.

La segunda perversión es que no pueden cerrarse servicios de primaria ni suprimir ningún tipo de prestación. Pedimos limitar el horario de ambulatorio y nos contestaron como si nos hubiésemos vuelto locas. No importa que los profesionales sean insuficientes o que sea materialmente imposible cuadrar los calendarios. La única opción es doblar jornadas de trabajo que se han convertido ya en la única opción, asumida, incluso, por nosotras. Cuando necesitábamos contrataciones, nos enviaban cartas amables, y enseguida recuperaban una dirección por objetivos, nuevamente imposibles. Se deja a los equipos la gestión de la miseria, de lo imposible, en un grotesco, “haz lo que puedas”. Decirles a los equipos haz lo que puedas sin que realmente se pueda, es una indecencia que yo no voy a olvidar.

Y, entonces ¿Cuáles son nuestras oportunidades?

Nos queda la acción política, de la política primera, de la relación y la acción. Sí, muchas de nosotras están, estamos, en diferentes plataformas que quieren una medicina pública mejor, una AP mejor. Es una suerte que estéis aquí. Pero recordemos que en el 2018 ya hubo una huelga duradera y generalizada en la AP Catalana, algunos la recordamos como una efeméride importante. Y, sin embargo, los logros de esa acción fueron, a mi entender, muy escasos. Da la impresión de que la estructura del poder se maneja bien con la protesta sanitaria conocedora, quizás, de que no vamos a ser capaces de hacerla llegar muy allá por motivos éticos, profesionales y quizás otros.

También se ha apelado a nuestra unidad de acción con la comunidad, como una posibilidad para determinados cambios. El día 30 de junio hubo una convocatoria en Cataluña en esta misma línea. Es cierto que una parte de la ciudadanía comprende y quiere la sanidad pública tanto o más que nosotras. Pero es peligroso querer adueñarse de lo que quiere la ciudadanía, pues, esta misma se ha manifestado en las urnas durante, precisamente el periodo de la pandemia, en -que yo recuerde- cuatro comunidades autónomas. No ha habido grandes exigencias con los presupuestos en salud y los resultados han sido, dicho suavemente, continuistas.

Los bancos vacíos de los CAPS son un inmenso logro. Un logro inmenso en primer lugar de contención de la población que ha guardado su malestar y su dolor en casa, y un logro no menos grande de las profesionales de la AP que con un número inconmensurable de llamadas, un número importante de visites y todo lo que sabíamos y teníamos, ha abrazado el sufrimiento y ha ayudado a contenerlo. Los bancos vacíos son un grandísimo mérito. Sin ellos la pandemia hubiese sido mucho peor.

Aunque, está claro que la situación tiene también terribles consecuencias. Sabemos que los diagnósticos de enfermedades graves se están retrasando, que la mortalidad por enfermedades evitables ha aumentado, que el control de enfermedades crónicas es malo o muy malo y que la factura de esta deficiencia llegará en los próximos años con aumento de la morbilidad y la mortalidad, por ejemplo de la diabetes mellitus. Nada de lo que hemos vivido,ha sido en balde, pero nada ha sido gratis.

¿Cómo podemos explicarnos mejor, pienso? ¿Cómo os parece que podemos establecer vínculos que nos permitan objetivos comunes, mejorar la salud pública, en mi caso mejorar la AP? 

Los mensajes que se dirigen a la población desde los lugares de poder son a menudo publicidad engañosa, que culpabilizan a los profesionales. Se anuncian derechos que luego no se soportan mediante dotaciones económicas. ¿A que no sabéis cómo se va a llevar a cabo la atención a la muerte asistida recientemente legislada? Sí, sí que lo sabéis con horas extras de profesionales. Y ya está. 

Ahora el Conseller Argimon ha prometido la contratación de “otros profesionales” como psicólogos o rehabilitadores o dietistas. 

Sí que le reconocemos los méritos, pero esta promesa de nuevos profesionales ya nos la hicieron el pasado año. Puede ser una oportunidad, una apertura de la AP, quizás sí. Ojalá la incorporación de psicólogas sea una realidad, pues la salud mental está en una situación tan límite o más que la de la AP, al menos en Cataluña. Ojalá sea una oportunidad siempre que no sea una sustitución. 

Simultáneamente habría que afianzar los recursos que ya se han mostrado útiles como la enfermería y la medicina de familia y su relación con distintos operadores de especialidades médicas. Que la complementación no nos lleve al barullo. 

Entonces ¿Qué necesitamos?

Necesitamos inversión en espacios, en profesionales. Gestión a largo plazo de los perfiles académicos y profesionales.  Direcciones adecuadas a los problemas reales y cotidianos y no a objetivos impuestos. Organización realista del trabajo en que quede claro lo que es posible y lo que no.

Necesitamos una relación cordial, fácil eficaz y no jerárquica, con las diferentes especialidades. Muy en especial con las llamadas de la salud mental.

Necesitamos que otros lugares asistenciales estén bien dotados: los servicios sociales municipales, por ejemplo, deben prepararse de forma adecuada con los recursos y dotaciones materiales y humanas necesarios para hacer frente a la pobreza que ya se está constatando y que ya está desbordando.

Necesitamos comunicarnos mejor con la ciudadanía, que nos ha respaldado en momentos de heroicidad, pero no en el trabajo penoso del recorrido de la pandemia. Quizás no nos sabemos explicar. Quizás aún debemos explicarnos más.

Aún no sabemos con certeza qué nos ha pasado, algo que ha resultado inaudito, pues las referencias previas, las pandemias del SIDA y de los SARS-CoV-1 i los MARS o el ÉBOLA fueron localizadas en grupos poblacionales y geográficos que sentimos lejanos y no amenazaron de forma global. Y no teníamos ya supervivientes de la gripe del 18, quizás la última experiencia comparable de la modernidad. Estamos construyendo el relato. Un relato de algo que está en curso, que no ha finalizado. Por esto es tan importante que hablemos, hoy aquí y todavía en muchas más ocasiones. Lo que hemos hecho, pienso, ha sido fundamentalmente acertado y bueno, tanto la población como las profesionales. Aunque, es cierto que se han puesto de manifiesto vulnerabilidades e inequidades que en parte ya conocíamos.

El negocio del sector privado ha aumentado de manera muy notable y no ha corrido riesgos durante la pandemia, pensemos en la Mutua médica que gestionaba las residencias privadas en Cataluña y que en el momento de la gravísima situación ocurrida fue sustituida por la AP; o las mutuas laborales que se han quedado en gran medida atrás en su compromiso de seguimiento de contactos COVID entre los trabajadores.

 Nosotras, en el CAP La Pau, que está en una zona económicamente deprimida de Barcelona, tenemos ahora más pacientes que acuden a la medicina privada que antes. Y quieren lógicamente lo mejor de los dos mundos, pues pagan en los dos mundos y a menudo – el mundo de la asistencia privada y la pública- entran en conflicto. En lo personal algunas de nosotras necesitaremos ayuda de otras profesionales, de vosotras psicólogas, especialmente. Otras solicitarán permisos o excedencias, como ya está sucediendo. Algunas buscarán otra especialidad u otra profesión en la que ser más útiles y felices. Todo ello es posible.

Yo, con otras y otros seguiremos intentando, al menos por el momento, hacer nuestro trabajo, entender lo que nos pasa, pedir lo que necesitamos, construir el relato y buscar apoyos y complicidades en las relaciones. Cuando el cansancio o el desánimo me aprietan, me acuerdo de ese mes de marzo del 2020, ese mes de marzo pavoroso en el que -sin que nadie nos dijera, en el CAP la Pau nos reuníamos a las 8 horas y a las 14, puntualmente, sin que faltara nadie. Hablábamos, organizábamos, comentábamos, aprendíamos y llorábamos…me acuerdo de esto y por esto continuo. Aunque está siendo muy difícil.

Hablamos también del maternaje en la profesión médica, y mientras lo escucho, se me ocurre que hay que llevar la reflexión más lejos, aunque el vislumbre fue bueno.  Sí creo que la presencia tan numerosa y de tanta calidad de mujeres médicas ha enriquecido la medicina y que desde nuestra presencia nos hemos acercado de otra manera al sufrimiento humano y a la búsqueda de remedio y curación. Cuando analizamos las características de las dificultades actuales debemos, sin duda, tenernos en cuenta como mujeres médicas.  Y me viene a la cabeza que lo que resulta incómodo hasta el punto de la inadecuación es un tipo de atención en qué la relación y el cuidado son puestos en el centro, en un mundo asistencial público y empresarial privado que tienen organizaciones, funcionamientos y objetivos que no van de la mano en esta forma de ejercer la medicina y esa es la verdadera inadecuación, que merecería, creo, una reflexión mayor.

Hemos aprendido que después de cada ola-COVID-19 aparece un periodo de una cierta calma en la que nos enfocamos en la patología ordinaria y en el que las direcciones de las organizaciones pretenden hacernos creer que ya ha pasado todo y que debemos rendir como antes. La realidad es tozuda, no sé cuándo se publicará este artículo, mientras lo escribo (Diciembre 2021).Los números de la epidemia empeoran y nos engulle nuevamente el vértigo de la doble atención COVID/NO COVID que parece, va a ser la nueva realidad. Una doblemente compleja realidad que ha venido para quedarse y para la que, no lo olvidemos, no nos han dado recursos.

¿Qué nos pasa, qué le pasa al mundo para que estemos así? Una reflexión que se extiende al futuro, una reflexión a la que os emplazo.


El diálogo relacional que se realizó entre la Dra Pilar Babi y la psiconalista Regina Bayo y otros miembros de la REDCAPS  en Julio de 2022.  Se puede seguir en: CAPSula: «¿Qué les pasa a las profesionales? La salud de las profesionales y la pandemia»

Pilar Babi

Médica de Familia. Tutora del Programa de Formación para residentes de MFiC (Medicina Familiar y Comunitaria)