Parece que 20 años no son nada

Cuando Carme y Leonor me solicitaron que escribiera sobre los avances y retrocesos en el terreno de la Obstetricia y de la Ginecología en los últimos veinte años, yo con mucho optimismo me comprometí a hablar de aspectos relacionados con el progreso de la llamada perinatología, de los derechos de las mujeres, de la medicalización, de las hormonas…. Pues bien, las crisis personales también suelen determinar una crisis de ideas, y yo estoy plenamente sumergida en ambas en el momento en el que me dispongo a escribir estas notas, sirva esto como adelanto a mis reflexiones, que pueden estar alejadas del optimismo y muy cercanas al pesimismo.  Para que me sirva de hilo conductor, en primer lugar quisiera exponer una experiencia reciente pero muy significante. El domingo acudí a una residencia de mayores para visitar a una persona que se encuentra ingresada en ella, y no sería la primera ver que su recepcionista, actualmente gestando a su primera hija, me hablaba de que yo había atendido a su madre durante su proceso de gestación, pero ahora me mostraba con orgullo el Documento de Salud de la Embarazada en un formato muy antiguo, con mi sello y mi firma y mis anotaciones sobre el curso de su embarazo. Se emocionaba viendo cómo mis cifras sobre sus “propias medidas en el útero de su madre” que yo cuidadosamente había ido anotando, y otras indicaciones, se correspondían con el peso que ella tiene ahora durante su gestación y otros detalles, y me los mostraba con el pueden permitir anotar manualmente algún dato para que la mujer pueda ir comprobando la evolución del embarazo ¿es un secreto? ¡O  a buen seguro que pensarán que para qué lo quieren saber! Total, si a esta mujer joven, cuidada por mí cuando se encontraba intraútero, ya le había dicho una colega que sus muchos años de estudio valían mucho y no tenía porqué explicarle más de lo que le estaba haciendo…. Y aquí viene la primera reflexión: hemos progresado en el diagnóstico prenatal y en otros aspectos del control de la gestación, pero conforme se ha ido conociendo más, a las mujeres gestantes se les han ido recortando derechos.

Finalizaba la década de los años 90 del pasado siglo cuando contribuimos a la elaboración de una carta de derechos de la mujer embarazada durante el parto principalmente. Nos llevó unos días la discusión de si se podía evitar el rasurado de los genitales para el parto, ya que se había demostrado que era innecesario, y por entonces el vello púbico era cuidado como un bien con connotaciones sexuales y de juventud y en las clínicas estéticas de aquel tiempo se cultivaba su crecimiento y se hacían tratamientos contra la alopecia de esta zona. Finalmente en los hospitales se aceptó la posibilidad de rasurar sólo la parte inferior cercana al periné para facilitar la sutura de episiotomías y otras laceraciones. Ahora este derecho ha caído en desuso por inútil, porque con la moda imperante de no tener ni un “pelo en la superficie corporal” lo excepcional es encontrar a una mujer con su vello genital íntegro, por que las clínicas y corporaciones que promovían su crecimiento se mutaron en centros dotados de costosas tecnologías para convertir los genitales de una mujer adulta en los de una “eterna Lolita” al estilo del personaje recreado por Navokov, por lo que no hay que plantear decaimiento de derechos, ya ellas los han perdido de antemano en aras de una supuesta modernidad debajo de la cual se oculta una desmesurada sumisión patriarcal.

Acorde con mi edad cronológica, asistí al intento, logrado en gran parte, de implantar el uso de la píldora anticonceptiva como el remedio para todas las enfermedades genitales, cuando todavía se desconocían sus efectos secundarios y las secuelas que podía acarrear su uso. Pasaron muchos años antes de que se tomaran en serio las complicaciones de las hormonas, especialmente las ligadas a sus efectos trombóticos y sus repercusiones sobre la mama, a pesar de que ya había investigaciones que alertaban sobre ello desde hacía más de veinte años, pero que nadie había tenido en cuenta. Y curiosamente, después de tanto tiempo, todavía hoy la hormonoterapia no ha sido sometida a un severo control para evitar su uso y abuso en el tratamiento de procesos genitales de diversa índole, lo que ha impedido el progreso en el conocimiento de enfermedades tan incapacitantes como la dismenorrea intensa, la endometriosis y otras, obviándose del principio de que no se puede prescribir un fármaco con unas indicaciones diferentes a las admitidas en su ficha técnica y las de la píldora anticonceptiva no son otras que las de evitar la gestación. Pero nadie está dispuesto a admitir el abuso de estos fármacos, que se extiende también a otras presentaciones en forma de parches cutáneos o dispositivos intravaginales. Aquí el progreso ha sido nulo en estos últimos años y sospecho que la situación continuará, alentada por intereses no estrictamente sanitarios.

Otro “raro progreso” o “regreso” ha sido el de la medicalización total del embarazo, parto y puerperio. Ya sabemos que la industria farmacéutica ingresa más dinero cuando se propician ¿tratamientos? para personas sanas, que son una gran mayoría, pues enfermas hay muchas menos. Todo comenzó volviendo hacia atrás, a unos tiempos no muy lejanos en los que se prescribían diversos productos durante el embarazo para remediar no se sabía bien qué males. Luego se demostró que esto no tenía sentido, pero he aquí que aparecieron unos estudios realizados en Irlanda, país por entonces con mucha endogamia y con una alimentación en la que se incluyen pocos alimentos frescos y saludables. Se trató de demostrar que los defectos del tubo neural se “prevenían” administrando ácido fólico a las gestantes, casi siempre mucho después del cierre de dicho tubo, con la desafortunada conclusión de que en todos los países, con o sin carencia demostrada de este principio activo, era necesario administrar dicho fármaco, antes, durante y después de la gestación, pero ¿ya era suficiente?, pues digamos que no, porque entonces se alentó el interés por el Ioduro potásico, un fármaco que ya a comienzos del siglo XX se anunciaba en la prensa diaria como una “medicina para todo”, con la que incluso se trataba el asma bronquial y la depresión, y comenzó a prescribirse para ser ingerido antes, durante y después de la gestación. Así resultó medicalizado un proceso de salud conocido como gestación, y en el que la futura madre desea que su vástago disfrute del máximo bienestar cuando ella lo alberga en su útero. Esta práctica se mundializó, quizá con la tan apologizada y escasamente criticada medicina basada en la evidencia, sin tener en cuenta que podría ser innecesario en gran parte del planeta hacer tan costoso un proceso vital que hace que el mundo tenga habitantes, suficientes o faltantes dependiendo de la época en la vivamos. Así la industria produce una ingente cantidad de fármacos no sujetos  a prescripción médica, que se adquieren en los despachos de farmacia, y en los que hay muchas substancias en cantidades tan simbólicas que no tendrían efecto terapéutico alguno si realmente fuera necesaria su ingestión. Indirectamente, también se ha propiciado el “descartar” la patología tiroidea en todas las gestantes, cuando insistentemente se ha avisado que la determinación de hormona estimulante del tiroides no está indicada en gestantes asintomáticas. En fin, que ahora la embarazada está envuelta en un complejo sistema de medicalización del que le resulta problemático escapar cuando dilucida que esta actitud carece de fundamento en muchas ocasiones.

Los adelantos tecnológicos y un cambio en la visión de las alteraciones ginecológicas indudablemente han contribuido a que entren en consideración otros aspectos que hasta ahora no se habían considerado determinantes de la salud menstrual, entre otros. Quizá uno de los logros de los que me siento muy orgullosa ha sido el haber logrado que la menstruación dejara de ser  considerada como un proceso de desecho y poder considerarla como un vehículo de expresión de las enfermedades vinculadas a la contaminación medio ambiental, entre otras, porque investigando con un grupo de científicas y científicos comprometidos hemos logrado descifrar qué tóxicos son eliminados a través de ella, en qué cuantía, de qué tipo y de donde provienen, dejando la puerta abierta a futuras exploraciones destinadas a la mejora en el diagnóstico de las enfermedades femeninas, eso sí cuando en la práctica se piense en sobre contaminación derivada del uso de hormonas sintéticas, de cualquier tipo, y se piense que es necesario aplicar procedimientos tan poco invasivos como la recogida de sangre menstrual para el diagnóstico de las enfermedades ligadas al aparato reproductor, entre otras.

Enriqueta Barranco Castillo

Médica ginecóloga

Profesora asociada de la Universidad de Granada.