De la invisibilidad de las mujeres en la medicina, a la ciencia de la diferencia y la desigualdad
Nos hemos enfrentado a la mayor pandemia que ha sufrido la humanidad de forma global, y a pesar, de las muertes y el sufrimiento que hemos vivido de cerca o de lejos, no hemos dejado de estar atentas a los múltiples condicionantes de la salud de las mujeres. A los biopsicosociales y el efecto nocivo de las condiciones de trabajo discriminatorias, y la doble jornada y la doble presencia, se nos han sumado en los últimos años los condicionantes medio ambientales de la salud y ahora por último los efectos devastadores de un virus, que está dejando secuelas persistentes de forma más frecuente entre las mujeres.
Hemos llegado al número 50 de la revista Mujeres y Salud, con la hábil y siempre creativa dirección de Leonor Taboada,y gracias al trabajo voluntario y esforzado del equipo de dirección y de las centenares de profesionales, que han colaborado en las mas de 25.000 páginas escritas.
En el Congreso de Mujer y Calidad de Vida del año 1990, constatamos que aunque las mujeres tenían mayor esperanza de vida que los hombres, los años vividos de más se acompañaban de baja calidad de vida. También en este Congreso presenté el primer informe sobre Morbilidad Diferencial, y la constatación de la invisibilidad de las mujeres en la mayoría de trabajos de investigación. Los años siguientes fueron de gran creatividad en el terreno de la visibilidad de la salud de las mujeres, con la cardióloga Bernardine Healy dirigiendo el NIH (Centro nacional de Investigación en salud de Estados Unidos), incluyendo la norma de que no se proporcionaría dinero público para investigar “si los trabajos no incluían mujeres, y hombres y minorías étnicas. Los trabajos del grupo de Boston, con el éxito de Nuestros cuerpos, y nuestras vidas, los de otras investigadoras como Karen Messing en Canadá con el estudio de la ergonomía laboral diferencial, los de Kaissa Kaupinnen en Filandia estudiando las consecuencias en la salud del acoso sexual en el trabajo, y los de Jerylinn Prior en Vancouver, sobre el desconocido papel de la progesterona en la mejoría de los trastornos de la menstruación, demostraron que gracias al esfuerzo de diversos grupos pioneros, una ciencia estaba emergiendo sobre las diferencias en enfermar entre mujeres y hombres.
Los trabajos de todos estos grupos confluyeron en el Congreso Internacional de Mujeres, Trabajo y Salud de 1996, en Barcelona, con la participación de 53 países y entre cuyas conclusiones, cabe señalar la necesidad de introducir la formación sobre la salud de las mujeres en las ciencias de la salud y la necesidad de hacer llegar a la mayoría de las mujeres y a las profesionales de salud el máximo de información posible, sobre las diferencias y desigualdades en salud. Y es en este momento cuando confluyeron las necesidades y las iniciativas y se gestó el primer número de la revista Mujeres y Salud hasta la culminación del número 50 que celebramos en esta publicación.
Vamos descubriendo año tras año que son muchos los trabajos de investigación que ya se están realizando que empiezan a dejar sólidamente pavimentado el camino hacia la construcción de la ciencia de la diferencia y de la desigualdad. Emergen hace 5 años los trabajos de Londa Schiebinger, agrupando desde la Universidad de Stanford todo tipo de investigaciones sobre las diferencias en todo tipo de ciencias. Y emerge la necesidad de que el trabajo de investigación diferencial pueda ser aplicado en la labor asistencial diaria.
Nuevas políticas públicas se inician en 2009, la Health Canada’s Health Portfolio Sex and Gender- Based Analysis Policy, por ejemplo, estimuló que las nuevas guías de práctica clínica incluyan las diferencias de sexo y género. Por ello la primera revisión sistemática sobre las consideraciones sobre sexo y género en las guías de práctica clínica de Canadá se realizó entre las guías publicadas entre enero de 2013 hasta junio de 2015 para dar cuatro años de tiempo desde que se implantó la política de incluir el sexo y género en las que faltan muchos trabajos básicos, que correlacionen carencias biológicas, o condiciones de trabajo concretas con consecuencias de enfermedad. Sin estas investigaciones básicas no se pueden construir protocolos o guías de atención sanitaria basadas en la evidencia, porque no hay evidencias nuevas, o aspectos específicos de la vida de las mujeres no se estudian. Por lo tanto, continúa la invisibilidad, pero de forma más sutil. Estudios sobre la menstruación y sus trastornos que tuvieron auge de los años 2000 a 2003, ya casi no se publican o estudios sobre las diferencias en el dolor crónico o enfermedades autoinmunes, no tienen en cuenta diferencias. La investigación depende de la financiación si un esfuerzo desde la investigación pública no lo corrige. Como veréis a lo largo de este dossier los altibajos se han dado en muchos campos, y todavía hacen falta muchos más esfuerzos específicos para que las ciencias de la salud incorporen el estudio sistemático de las diferencias y desigualdades, en todas las asignaturas troncales.
Sólo mejorando la formación de nuestros profesionales de la salud, podremos mejorar la asistencia sanitaria y la detección específica de los problemas de salud de las mujeres. Un reto en el que deberán implicarse nuevas generaciones, que continúen investigando, atendiendo y acompañando a las pacientes, sin etiquetarlas de enfermas mentales en primera consulta. A pesar de que las mismas profesionales puedan ser agredidas por hacerlo así.