Estudio: los grupos de empoderamiento

En Euskadi tenemos una extensa red de espacios o Escuelas de Empoderamiento gestionados desde las áreas de igualdad de los ayuntamientos y las casas de mujeres, al igual que en otros lugares del Estado. Afortunadamente hay una gran cantidad de municipios que tienen estos espacios, desde lugares donde se ofrecen muchos cursos, talleres, etc., y otros, más pequeños, en los que se organizan uno o dos talleres al año, pero hay una continuidad en el trabajo y las mujeres cada vez más reconocen ese espacio como propio. Además, se han creado Redes de Escuelas de empoderamiento, en Bizkaia y en Gipuzkoa, con la pretensión de formular objetivos y estrategias comunes que promuevan el empoderamiento personal y colectivo.

Estos espacios, no son nuevos, ya en los años 80 empiezan a surgir grupos de reflexión dentro del feminismo, también en espacios de salud (salud mental, reproductiva, etc.). Mi formación en Valencia con Fina Sanz fue decisiva para emprender este trabajo con mujeres, también lo aprendido en la Societat de Sexologia del Pais Valencià, y como no, el aprendizaje sobre el terreno con grupos de mujeres con Doly Pardiñez.

Esta forma de trabajo se fue extendiendo al trabajo con mujeres en asociaciones y municipios, en talleres sobre todo de autoestima o sexualidad donde lo abordábamos todo. No teníamos todavía la palabra empoderamiento, pero eso hacíamos…

Las áreas de igualad recogen el testigo de lo que las mismas mujeres ya hacíamos; por ello estos espacios son un ejemplo de empoderamiento colectivo, creados por nosotras, las mujeres, desde abajo, desde dentro.

Los talleres que realizo tratan aspectos emocionales y psicológicos (autoestima, emociones, vínculos afectivos, sexualidad, etc.). Hace unos años, en el 2018 me animé a pasar una encuesta a más de 100 mujeres y aunque el estudio no está terminado hay ya datos que quería compartir.

Mi objetivo era doble, por un lado, dar a conocer a los propios municipios los resultados de lo que se está haciendo a la población en general, a los agentes políticos, técnicas/ os del ayuntamiento, a los servicios sociales y a los centros de salud, ya que a menudo, no se conoce qué se hace en esos grupos ni para qué sirven. Creo, además, que el trabajo en red y comunitario es fundamental y hay muchos recursos municipales que en ocasiones podrían beneficiarse unos de otros. Actualmente, con la crisis del Coivd-19, hemos podido comprobar cómo estos grupos surgidos de los cursos, han actuado como una red de ayuda y apoyo.

El otro objetivo tenía que ver con saber qué traía a estos espacios a las mujeres que acudían y qué cambios notaban; verificar lo que sabemos sobre empoderamiento y lo que desde hace años vengo observando en referencia a este proceso.

Qué es el empoderamiento

Sin entrar en definiciones, entiendo el empoderamiento como un instrumento de transformación social, para conseguir el equilibrio e igualdad entre hombres y mujeres, revisando roles, creencias, mandatos y posiciones de género.

Debe promover un cambio en la mirada, adoptar claves feministas de análisis de la realidad propia y la social, pasar de lo personal a lo colectivo y político, comprender cómo operan las estructuras de poder y cómo nos influyen; capacitar y dotar de herramientas, y generar cambios y transformaciones personales y colectivas tanto en la subjetividad como en las relaciones y nuestro “estar en el mundo”.

Actualmente creo que hemos de revisar la utilización que se está haciendo del término, ya que estamos asistiendo a una sobreutilización y el concepto se está vaciando de contenido. En mi campo, en la psicología, el uso es excesivo, frecuentemente se está empleando muy asociado a la idea de “autonomía y capacitación” o como sinónimo de “crecimiento personal”. Se utiliza en espacios terapéuticos donde no hay una revisión ni análisis de los roles y normas de género, no se cuestionan las relaciones de poder ni se revisa la causa de las mismas. Hacer terapia “per se” no empodera necesariamente, y no deberíamos sustituir conceptos y constructos teóricos que ya tenemos por la palabra “empoderamiento”, aunque tengan cierta similitud y aunque, ciertamente, estos aspectos también formen parte del proceso de empoderarse.

El estudio: algunos resultados

Volviendo a los grupos, una de las primeras preguntas del cuestionario es por qué vienen. Siempre me ha llamado la atención y preocupado la cuestión de los problemas de salud de muchas mujeres que acuden a los grupos, pero este es un aspecto que normalmente no se evalúa en relación con el empoderamiento, y, por tanto, no se recoge (ni como motivo para venir, ni como cambio), dado que nunca se pregunta sobre él, y sin embargo, es evidente.

Las aportaciones del feminismo a la salud ayudaron a entender innumerables “malestares” asociados al género. Pudimos comprender cómo la interiorización de las normas, roles y mandatos de género influyen en la salud, en la vulnerabilidad a desarrollar una determinada sintomatología, en la probabilidad de estar expuesta a vivencias de riesgo (como la violencia machista y los abusos sexuales), ya que determina condiciones de vida, posiciones relacionales, y también, condiciona cómo vivimos nuestro cuerpo, la sexualidad, nuestros deseos y necesidades, como construimos nuestra propia valía.

La sorpresa ha sido comprobar el peso real que tiene el “malestar” a la hora de venir. En esta muestra, para el 40% de las mujeres la salud ha sido el principal motivo para acudir a los grupos, y para otro 20%, el segundo.

La media de edad de las mujeres es de 55 años, y por edades, la salud está presente en todos los grupos, pero tiene más relevancia en los grupos de más 60 años y también en el grupo entre 36 y 45 años. En cuanto a sintomatología, la ansiedad y la falta de autoestima y malestar consigo misma son los más presentes.

Un aspecto que también se observa es que los malestares de género están cambiando, y que, en cada generación, el malestar se expresa de forma diferente. Evidentemente no es un tema tanto de edad como de entorno en el que hemos sido socializadas y los cambios que se están dando, con modelos normativos de género más rígidos o más flexibles.

Si tuviera que hacer un relato de cómo van cambiando los malestares de género, me atrevería a decir que de la depresión asociada a niveles de sumisión y de falta de posibilidades de autonomía, hemos ido pasando a generaciones donde las mujeres estamos ante todo cansadas y enfadadas (entre los 45 y 60 años), sin saber a veces de dónde proviene este enfado (somos generaciones parejas a la lucha feminista, y a la conquista de muchos derechos, a menudo exitosas en lo profesional, con formación, en general con una mayor autonomía económica, pero no siempre afectiva, con dobles y triples jornadas agotadoras).

Las mujeres jóvenes (entre 35 y 45 años), también están a menudo enfadadas, pero sobre todo tienen mucha ansiedad y también una gran exigencia y dificultad de reconocer su vulnerabilidad. Muchas de estas mujeres tienen una gran preparación, mayor conciencia feminista, pero están inmersas en la vorágine del mundo productivo, con serias dificultades para poder realizar y conciliar proyectos personales y profesionales y sufriendo experiencias laborales sexistas de mayor o menor gravedad, además con la idea de una igualdad ya conquistada y la experiencia contradictoria de la realidad.

El tema de las diferentes violencias que enfrentamos, los cuidados, la corresponsabilidad y las relaciones amorosas siguen exigiendo una reflexión y cambio profundo.

Una lectura política y social

Hay mucho sobre lo que reflexionar en cada etapa de nuestra vida, y desvelar el peso de los condicionantes sociales, de género, familiares etc… es un reto. En las Escuelas de Empoderamiento lo que podemos ofrecer es precisamente esto: dar a conocer qué aspectos nos construyen e inciden en nuestra subjetividad, salud, autoestima, comportamientos. Desvelar el peso de los diferentes determinantes de salud (sociales, de género, autobiográficos…) en aquello que nos ocurre, sobre todo los que tienen que ver con el género, haciendo una lectura no sólo personal sino política y social.

Por eso, detectar cómo se sienten las mujeres y cómo se expresa su malestar, es importante. Hay que saber cómo manejar este aspecto en los grupos, cómo contribuir a su recuperación, darles herramientas y claves de comprensión y también hemos de entender qué hay detrás de sus demandas (cuando piden cursos de mindfulness, ¿es sólo por moda?, o podemos utilizarlo para entender qué malestar está detrás y enfocar el taller para comprender esto).

La salud es un aspecto que podemos observar y evaluar, y, en tanto los determinantes de género tengan un peso importante, la recuperación nos está indicando que se está realizando este proceso de empoderamiento.

En su mejoría, claramente reconocen que los aprendizajes que están realizando son importantes, e indican como pilares en la recuperación la comprensión y autogestión de sus emociones (un 60%) y la mejora de su sentimiento de valía (alrededor del 50%).

A nivel general expresan fortalecimiento de su autoestima (60%), en la capacidad de tomar de decisiones (45%) y establecer su agenda y necesidades (40%). Respecto a las relaciones, la construcción del propio espacio personal es básica (65%), seguido de aprender a establecer límites (55%) un aprendizaje en la gestión de los conflictos (40%).

Últimas reflexiones

Los cambios se empiezan a percibir sobre todo tras varios talleres, pero para observar cambios estables a menudo se requiere un proceso de varios años, sobre todo cuando hablamos de mujeres socializadas con códigos de género más estrictos, o mujeres que han acudido en un inicio con problemáticas importantes (de salud, abuso o violencia). Las mujeres más jóvenes, menos de 45 años, en un alto porcentaje acuden a cursos puntuales sobre temas concretos.

En este proceso de empoderarse se observa un “recorrido similar”, la necesidad primero de recuperarse a nivel emocional, potenciar el autocuidado que implica la escucha de las propias necesidades, darse tiempo y espacio para gestionarlas, el fortalecimiento de la autoestima, y la construcción de un espacio propio.

Todo ello implica recuperar la autoescucha, priorizarse, con lo que ello supone respecto a los mandatos de género, ir reconstruyendo ese “yo desdibujado”, darse autoridad para con una misma, poner en valor lo que se siente, piensa y desea. Construir tu espacio propio implica darte un lugar, gestionarlo, tomar decisiones y ello nos lleva a una necesaria puesta de límites y resolución de los conflictos que aparezcan. Esto genera cambios en la posición que han ocupado en sus relaciones y en cómo establecen los vínculos, en particular los afectivos.

Aprenden a reconocer las relaciones de abuso y de poder y en ese sentido, los talleres de empoderamiento permiten desvelar relaciones de violencia y maltrato y empezar a salir de ellas. En estos grupos también hemos de promover el desarrollo de un modelo alternativo igualitario y de buentrato del que no en todos los casos se tiene referencia alguna ni experiencia.

Así claramente, los cambios primero se inician en lo personal, en el “adentro” más tarde se extienden a las relaciones y más tarde a su yo social y comunitario. No son procesos lineales ni homogéneos, ya sabemos que estamos plagadas de contradicciones, en ese sincretismo de género que nombra Marcela Lagarde.

Otra reflexión a tenor de los datos y de mi experiencia ha sido comprobar que más allá de la temática concreta del taller, ese proceso es similar y señalan los mismos aspectos cruciales de cambio. Esto me refuerza la idea de que la metodología de empoderamiento es fundamental, me refiero a que sea cual sea el tema que tratemos (el amor romántico, las crisis…) siempre hay que estar a la escucha de lo que HAY, de cómo están ellas, recogerlo, contextualizarlo, darles claves y herramientas.

Promover el empoderamiento es un objetivo, pero también es una metodología ya que define cómo intervenir, y qué claves se utilizan (como ocurre en las psicoterapias de orientación feminista). Hemos de desarrollar una metodología horizontal y participativa, yo añadiría que además, debe ser vivencial, que trabaje desde lo corporal, que integre el placer, la risa y el juego, que cree espacios libres de juicios y prejuicios, poniendo en valor todas las vivencias y experiencias, dando un lugar a cada mujer, recogiendo fortalezas y conocimientos. Una metodología que aporte claves de interpretación y análisis feministas que permitan poder relacionar lo que nos ocurre con la socialización de género y con un sistema patriarcal que construye múltiples mecanismos de discriminación.

Este proceso de empoderarnos, implica a la razón: necesitamos reflexionar, cuestionar, comprender, adquirir conocimientos; implica lo conductual: es necesario desarrollar competencias y habilidades; pero ningún cambio se da si algo no nos “mueve” y pone en marcha ese proceso interno generador de cambios…para transformarnos necesitamos de la EMOCIÓN.