Ese oscuro objeto de deseo

“El deseo de las demás es cutre, amigas, el mío no”. Con esta irónica afirmación, cinco bolle- ras del Colectivo Feministas Lesbianas de Madrid presentamos en 1988 una ponencia cuyo contenido sigue teniendo vigencia.

El objetivo era cuestionar posiciones feministas que abogaban por la censura de la pornografía. Discrepábamos de un análisis simplista de la sexualidad que consideraba las fantasías sexuales como una expresión de las prácticas reales y despojaba el impulso sexual de la carga de deseo, de simbolismo y de relación con el inconsciente que tiene. Pues bien, por desgracia, muchas de estas ideas siguen presentes y han alcanzado una magnitud muy superior a la que entonces tenían. Hoy sigo creyendo que la censura no puede ser un instrumento de lucha feminista, y el Código Penal no es un buen aliado de las mujeres.

Me gustaría hablar de sexo, del deseo, de sus aspectos oscuros, violentos y tenebrosos, que podría parecer que choca con nuestros ideales feministas, pero que nos producen un intenso placer. ¿Qué significan? ¿Qué hacemos con ellos? ¿Son solo producto del heteropatriarcado? No lo creo: podemos transitarlos, gestionarlos y jugar con ellos y no flagelarnos o reprimirlos. El deseo no tiene género; las mujeres cis no tienen deseos y fantasías muy diferentes de los de los hombres cis ni de las personas trans. La ética y los valores que intentamos que guíen nuestras vidas no pueden servir para juzgar nuestros deseos, sino para orientar nuestro comportamiento. Lo que en realidad importa son nuestras actuaciones, ya que son las que pueden resultar opresivas, denigrantes, discriminatorias.

En los primeros análisis feministas, pusimos mucho énfasis en la crítica a la desexualización de las mujeres. La ideología heteropatriarcal decía que la sexualidad femenina era menos explícita, más difusa y a las mujeres se nos colocaba en el papel pasivo, esperando siempre que la iniciativa la tomara el otro (un hombre, por supuesto), dejándonos a nosotras el papel de consentir o no. Muchas no nos sentíamos del todo reflejadas en esas descripciones, pero las generalizábamos, sin tener en cuenta que una cosa son los mandatos hegemónicos y otra muy diferente es qué hacemos con ellos. Hoy las cosas han cambiado mucho en este terreno y la diversidad se ha hecho más visible. Teniendo esto en cuenta, ¿podemos decir que todas las mujeres tenemos las mismas vivencias sexuales? ¿Se puede generalizar la idea de que las mujeres somos seres menos sexuales? Y aún más, ¿podemos considerar que existe una sexualidad feminista? ¿Hemos de hacer bandera de determinadas prácticas sexuales frente a otras? Desde mi punto de vista, contestar afirmativamente a estos interrogantes implica seguir estableciendo nuevas normas que estigmatizan a aquellas sexualidades disidentes, con los sufrimientos que esto provoca a quienes las practican. Por otra parte, ¿quién determina cuál es la sexualidad feminista
y en nombre de qué principios?

Al hablar de la sexualidad, hay que diferenciar muy claramente la sexualidad de las agresiones sexuales. Agredir se puede hacer a través de la sexualidad y de cualquier otra faceta del comportamiento humano, y lo que define una agresión es la imposición mediante la violencia o la intimidación de la voluntad de una persona sobre otra. Resulta, por ello, preocupante
que, para hacer hincapié en que se ha producido una violación, se condene también, a veces, el acto sexual en sí y no solo la ausencia de consentimiento. Así ha ocurrido en las movilizaciones contra la sentencia de la ‘manada’ de Pamplona, cuando algunos sectores del feminismo aseguraban con gran convicción que ninguna mujer puede consentir tener sexo con un grupo de chicos. También en la sentencia del caso Arandina el énfasis se ponía en afirmar que se trataba de sexo entre una menor y hombres adultos. Y en el caso de las trabajadoras del sexo, se considera nuevamente que ninguna mujer puede consentir dedicarse a ello voluntariamente. No es esta mi opinión. Creo, por el contrario, que puede ser legítimo tener sexo con varios hombres o que una chica de 15 años lo tenga con un chico de 18 o que haya mujeres que decidan dedicarse al trabajo sexual. Siempre que las prácticas sexuales sean consentidas, no tengo nada que objetar.

Y no hay que olvidar que la sexualidad y todos los comportamientos humanos tienen una estrecha relación con la agresividad. La agresividad forma parte del ser humano y negarlo no es buen punto de partida. En cambio, aceptarla en nosotras y jugar con ella en el sexo, en el deporte, en nuestras fantasías, etc… nos ayuda a gestionarla, a transitarla, a modularla y a elaborarla para evitar así, en muchos casos, convertirnos en personas violentas.

¿Qué hacer con la pornografía y especialmente cuando acceden a ella menores?

En primer lugar, la afirmación de que existe una relación causaefecto entre la pornografía y el aumento de la violencia es más que discutible. Me parece también discutible aceptar el porno escrito pero no el filmado “porque en este último hay mujeres reales implicadas” o defender determinadas prácticas violentas en las que se juega con el poder y el control cuando el sexo es entre mujeres, pero condenarlas en las relaciones heterosexuales porque, como algunas dicen, “entre un hombre y una mujer el poder difícilmente puede ser un juego”.

Ahora bien, creo que lo que nos inquieta realmente es saber qué pasa cuando son los menores quienes acceden a la pornografía y la influencia de esta en la construcción de su sexualidad. Ante este problema, intentar prohibirles el acceso no es la solución, entre otras cosas, porque parece algo imposible. En mi opinión, la solución pasa porque entiendan que el porno es fantasía y que la realidad va por otros derroteros. La educación en valores, el respeto a los deseos de la otra persona, romper los tabúes que aún hoy rodean la sexualidad y que impiden hablar abiertamente de ella son la vía para evitar las consecuencias indeseadas que puede tener su consumo en adolescentes. (…)

La censura para combatir los contenidos artísticos que se consideran machistas

La libertad de expresión y, más en general, la lucha por las libertades y la igualdad de derechos son valores fundamentales en los que deberían asentarse las propuestas feministas. La lucha por las libertades está intrínsecamente ligada a la lucha por las transformaciones sociales y económicas. La libertad para poder ser, para pensar y para decidir tiene
que ser uno de los ejes centrales del pensamiento feminista. Prohibir las actuaciones de determinados artistas porque sus obras nos parecen machistas me parece un camino peligroso, especialmente en la actualidad, cuando vamos viendo ciertas derivas antidemocráticas y autoritarias por parte del Estado y una derecha cavernícola que basa su acción precisamente en el recorte de las libertades y en las prohibiciones. (…)

La generalización de la idea de que “los espacios públicos de las ciudades son muy peligrosos porque nos violan y nos matan”. Entre los buenos propósitos de denunciar y alertar a las mujeres sobre la violencia sexual a veces se cuelan determinados mensajes que no ayudan a reforzar nuestra capacidad de agencia en este terreno. Por el contrario, desatan el miedo en las mujeres, paralizan, bloquean la iniciativa e impiden la toma de decisiones. Parto de que las vivencias sexuales son complejas y más para quienes habitamos la categoría mujer. En muchas mujeres, como dice Carole S. Vance en el libro Placer y peligro (Ed. Revolución, Madrid, 1989), las vivencias sexuales son claramente contradictorias, moviéndose entre el placer que la sexualidad provoca y el peligro que suscitan las consecuencias indeseadas: los embarazos, las infecciones, las agresiones sexuales, pero también, y esto es muy importante para nuestro horizonte feminista, la sensación de miedo y peligro que nos puede provocar salirnos de la norma y desear aquello “prohibido” por la ideología heteropatriarcal.

La acción feminista no puede basarse solo en alertar de los peligros, tiene que apostar muy claramente por el placer y la libertad sexual, especialmente para las mujeres. La lucha contra las agresiones pasa por desarrollar nuestra capacidad de agencia en este terreno, por desarrollar nuestra autonomía, por tomar el espacio público y hacernos visibles como seres sexuales, por ir vestidas como nos apetezca y educar a las personas en que eso no implica que vayamos “buscando guerra”, muchas veces nos gusta tan solo ser miradas porque cuando se quiere ligar, además de la manera como se va vestida se ponen en danza otras señales. Esta es la acción principal y no seguir tipificando como delito, calificándolas como agresiones, todas aquellas conductas que nos resultan molestas. (…) No
podemos convertir en delito todo aquello que nos molesta, el camino es afirmarnos y enfrentarnos a ello.

Azuzar los miedos no es el camino. La vida es riesgo, y el ejercicio de la libertad puede llevar a correr ciertos riesgos: saberlo, ver si podemos afrontarlos, estar preparadas, autoprotegernos… pero no renunciar a la libertad. (…)

Agresiones sexuales: el consentimiento. Solo sí es sí

A partir de la sentencia de la ‘Manada de Pamplona’ se ha puesto sobre el tapete la necesidad de reformar el Código Penal en lo relativo a las agresiones sexuales. ¿Es realmente necesario? ¿Es el Código Penal lo que está mal o es su aplicación? La necesidad de esta reforma se argumenta haciendo especial hincapié en el consentimiento, lo que me parece correcto, pero siempre que se tenga en cuenta que el consentimiento es un tema con muchas aristas, su plasmación legal no es fácil y, según cómo se formule, podemos volver a “escrutar más a la víctima que al acusado” (Eithne Dowds). (…)

El feminismo mayoritario aboga últimamente por cambiar el “NO es NO” por la consigna de “Solo SÍ es SÍ”. Este cambio se presenta como una manera de hacer hincapié en la falta de consentimiento de la víctima en el delito de violación, y tenemos sobre el tapete una ley sobre las libertades sexuales basada en ello. ¿Qué implica este cambio? En primer lugar, parece que se parte de que, en el caso de las mujeres, lo habitual frente a la sexualidad es el NO y, salvo que sea muy explícito el SÍ, no hay consentimiento. Nuevamente se vuelve a reproducir la idea de que la sexualidad no va con las mujeres. (…)

Por otra parte, parece presuponerse que a las mujeres les cuesta decir NO. Quizá a algunas les cueste, pero la solución es aprender a poner límites, no pedir al Estado que los ponga por nosotras. Generalizar esta intervención del Estado y partir de ello es esencializar la categoría mujer y colocar a
estas como seres vulnerables, incapaces de expresar lo que queremos. (…)

Me preocupan estas ideas, sobre todo cuando se dicen al calor de la reforma del Código Penal en lo referente a las agresiones sexuales y especialmente cuando se menciona Suecia como modelo. Allí han reformado su Código Penal y han plasmado legalmente el “Solo sí es sí” introduciendo el concepto de “violación negligente”, por la que el autor podrá ser condenado porque debería haber sido consciente de que la otra persona no consentía, siendo suficiente con que el fiscal pruebe “que las circunstancias eran tales que el autor debió haber entendido que no había consentimiento”. ¿Ayuda esto realmente a reforzar la capacidad de decisión de las mujeres? Estamos ante una reforma del Código Penal en la que lo que está en juego es la privación de libertad y los años de cárcel. Al afán punitivo de una parte del feminismo se une un nuevo puritanismo que reproduce la posición femenina menos sexual y más pasiva.

Por último quisiera mencionar otro problema que frecuentemente surge cuando hablamos de la defensa de las libertades. A Hetaira, colectivo en defensa de los derechos de las prostitutas fundado en 1995, muchas veces se le acusaba de neoliberal cuando defendía las decisiones de las trabajadoras sexuales, porque se decía que la libertad era un privilegio al que solo podían aspirar las clases altas, ya que “las mujeres pobres no podían decidir”. Nada más equivocado y tergiversador. Por el contrario, creo que la idea de que la pobreza impide la toma de decisiones no deja de ser una manera elitista y autoritaria de situarse por encima del resto de personas para decidir por ellas qué es lo que más les conviene. Esto es lo que sucede, por ejemplo, en el debate del trabajo sexual. Soy de la opinión de que todas las personas tenemos capacidad para decidir sobre nuestras vidas, aunque las posibilidades de ejercer esta capacidad no sean iguales para todas. Y de lo que se trata es de apostar porque esta pueda ampliarse precisamente en aquellos sectores de la población que están más marginados y excluidos de la riqueza y de los
derechos de los que gozan el resto.

Cristina Garaizabal

Cofundadora del colectivo Hetaira