Los nietos me la sudan pero me hacen feliz

Han pasado muchas cosas desde que Margarita me sugirió que escribiese algo relativo a las abuelas, entre las que me cuento. La única cosa que se me ocurrió fue el título. “Los nietos me la sudan” y le gustó. En esta etapa de mi vida el mundo en general, y el que me rodea en particular, me ha hecho edificar un muro impermeable insonorizado para evitar que nada ni nadie me amargue la vida.

Reconozco por mi parte que es muy poco “solidario” (una palabra que todo el mundo se atreve a utilizar de forma amenazante), pero no quiero cabrearme más de lo inevitable. Gracias a vosotras, chicas jóvenes guerreras (sé que algunas ya no sois tan jóvenes, pero actuáis como tales) me mantengo informada de buena fuente, me ayudáis a mantenerme viva y a pensar que la vida aún vale la pena aun sabiendo que pronto voy a morir.

Voy al grano. Me enteré de lo que iba la vida a los 20 años cuando parí por segunda vez. La primera fue un niño. La segunda una niña. A los 4 meses me aseguraron que no llegaría al año. Aquí me di cuenta de lo que iba el tema. Vivió 37 años y nos dio una lección que no se aprende en ninguna universidad. Cuando mi hijo mayor me convirtió en abuela antes de cumplir 50 años yo aún tenía dos hijas veinteañeras y una chica y dos chicos adolescentes. Para mí fue un juego continuado (a pesar de mi edad no dejo de jugar, aunque sea sola, como ahora). Sé que lo que digo puede parecer frívolo y poco “solidario” pero era una niña cuando me enseñaron que para lavar bien los calcetines hay que darles la vuelta. Lo he aplicado a la vida y me funciona.

Otra cosa que funciona muy bien, en especial con las nietas y nietos, es conservar viva la curiosidad para empaparte de lo nuevo que aportan a tu vida y hacerlo tuyo, cambiando los puntos de vista que te parecían inamovibles. Cuando una nieta me habla del poliamor me intereso mucho por el tema y pienso en lo bien que se lo está pasando. No se me ocurre darle consejos porque el día que las cosas le vayan mal, no podré ayudarla porque no vendrá a cobijarse en mis brazos. Es evidente que muchas veces cuando tus nietas (y nietos también) se van de tu casa y te dejan sola después de una comida con confidencias, vas a tener que usar tus mejores mecanismos de defensa para poder dormir esa noche. Por supuesto no puedes compartir nada de lo que se cuece en estas comidas con sus padres, y esto cuesta. Soy afortunada porque tengo 15 nietos y 5 aún no han llegado a la adolescencia.

La relación con mis nietos ha sido diferente de la que tienen muchas de mis amigas que se preocupan por su educación, su salud y comparan lo que hacen los padres con lo que ellas hacían con sus hijos. Yo con mis nietos he hecho siempre lo que me ha apetecido y si alguna vez los han dejado a mi cuidado no he aceptado órdenes. No me he sentido, ni me siento, responsable de ellos. Los acepto como son y trato de hacerles la vida lo más agradable posible. Tengo uno de 12 años al que le encanta venir a dormir conmigo porque duerme en mi cama a pesar de mis ronquidos. Es el mismo que cuando tenía 8 años, al negarme yo a hacer algo y excusarme diciendo, “ya soy vieja para esto”, me dijo convencido , “ya, pero eres una vieja con clase”. Hice lo que me pedía, claro.

Para mí lo de abuela va muy unido a la vejez. Me siento vieja y saco ventaja de mi situación. Reconozco que es algo raro estar orgullosa de ser vieja, pero me hace sentir agradecida de estar viva y al mismo tiempo convencida de que muy pronto ya no voy a estar aquí y vale la pena pasarlo lo mejor posible. Hablo mucho de la muerte con mis nietos. La muerte para mi es una persona muy viva en mi vida que no me asusta ni me intriga. Simplemente está ahí ayudándome a ser feliz. Hace unos días, mi último nieto, que en Navidad cumplirá 5 años, cuando con mi excusa de siempre le dije que no podía hacer algo porque era viejecita, me dijo muy contundente, “tú no eres una viejecita, tu eres una abuelita”. Dándole vueltas al tema he llegado a la conclusión de que mis nietos me hacen muy feliz pero no los necesito. Está claro que sé que están y puedo contar con ellos y que cuando quiero puedo verlos pero es un sentimiento muy diferente a todos. No me siento responsable, no me acerco a ellos de forma generosa y desinteresada, no. Me interesan por lo que me dan, los acepto como son y no trato de aparentar nada. Los disfruto y punto. Por supuesto que he pasado momentos duros en los que era difícil conseguir una sonrisa, pero los hemos superado juntos y he crecido con ellos.

Hoy me ha llamado mi hija para explicarme que su hija de 16 años, que ha empezado el bachillerato en un instituto nuevo, ha llegado contentísima porque tiene tres amigas divertidísimas que van vestidas muy raras (a ella le gusta vestir raro) y fuman. “A l ́Abue le encantarán”, le ha dicho a su madre. Mi hija no ha hecho comentarios, pero sé lo que ha pensado. Yo fumo.