Las abuelas, mis abuelas

¿Cómo definir a una abuela?

En primer lugar tiene mérito sobrevivir a tantos avatares y llegar a ser abuela, hay abuelas bastante jóvenes, claro, y otras de más edad, aunque generalmente se asocia en nuestra cultura ser abuela a ser mayor. Hay abuelas que han pasado a ser también bisabuelas o tatarabuelas y son muy longevas. El primer término que asocio con la palabra abuela es sabiduría, no en el sentido académico sino sabiduría de vida. Las abuelas generalmente son sabias, cuando los niet@s van ellas ya han vuelto, advierten de los riesgos, subrayan lo realmente importante, miran la vida con perspectiva, saben mucho de las tristezas y golpes de la vida, pero tratan de poder alegrarse con pequeñas pero significativas cosas de la vida cotidiana: ver crecer sus plantas, hablar con su mascota, una melodía de un programa de radio, la llamada de un ser querido que está lejos, un plato sencillo o no, en su punto, cocinado con amor porque vienen sus nietos a comer…. curtidas, pero al mismo tiempo suaves cuando la situación lo requiere. Las que tienen fe en otra vida establecen una comunicación casi personal con las imágenes o estampas de vírgenes y santos que cuidan como tesoros.
Las más activas mantienen sus niveles de energía óptimos para hacer agua gim, talleres, o ir a conferencias, las activistas van a manifestaciones o comentan libros con otras amigas o tertulianas de su quinta con su cabello quizás teñido de rojo o lila.
Las abuelas viudas aprenden a anclarse en sí mismas con una fortaleza inédita, las que viven en pareja si no están demasiado sometidas, se crean con firmeza un espacio propio paralelo a la convivencia con ellos, una conquista de estos últimos tiempos.

Abuelas mediáticas luchadoras y transmisoras

Existen abuelas que con sus acciones han trascendido a los medios de comunicación, se pueden citar algunos ejemplos: Agnes Baker, una de las trece abuelas indígenas, que recorrieron el mundo para advertir con sus enseñanzas de los
peligros de maltratar el planeta e ir en contra de la Creadora, opinaba que: ”las abuelas son la esencia guerrera que ha pasado de generación en generación”.
Las abuelas de la Plaza de Mayo, estuvieron manifestándose de forma ininterrumpida durante años en Buenos Aires una vez por semana por los desaparecidos en la dictadura, en su doble vertiente de abuelas y madres, portavoces de sus hij@s, reclamando saber el paradero de sus nietos. Lograron con su perseverancia contactar con algún@os de ell@s. Las abuelas que se manifiestan conjuntamente con los abuelos reclamando una pensión digna, y con más motivo que ellos, ya que suelen sufrir las peores condiciones en términos económicos.
Las que se suman al movimiento del ocho de marzo mezcladas con las jóvenes, son también representativas del espíritu que reclama la renovación en los modelos de relación hombre-mujer y una nueva escala de valores en la sociedad.

Las abuelas sacrificadas

Las abuelas siguen siendo madres in eternum, ¿qué sería de sus hijas si no cuidaran a los nietos, los llevaran a la escuela o se quedaran con ellos en casa para que ellas puedan acudir al trabajo? Llegan incluso al extremo de dejarse la piel en esta función. El llamado síndrome de la abuela esclava viene a definir el sobreesfuerzo de muchísimas de ellas con tal de seguir cumpliendo el arquetipo ancestral de las madres: dar, ofrecerse, cuidar… a costa de olvidarse de sí mismas y de que les pase factura en su cuerpo y en su psique, quebrando sus fuerzas que no son ya las de antes. A las abuelas sacrificadas les cuesta mucho decir que no, es su asignatura pendiente, temen que si se anteponen a sí mismas cuando se las solicita, van a sufrir el rechazo de sus hij@s y, algo más profundo todavía, incumplir el rol asignado en línea generacional materna.
Hay mujeres que sin haber sido madres ni biológicas ni adop-
tivas, ejercen de abuelas de sobrinos, de nietos o hijos de conocidas, o de su pareja, de niños de su entorno. Llevan a cabo su deseo de cuidar a seres frágiles y aún dependientes. Son apreciadas y respetadas, la vida no les dio la oportunidad de ser abuelas por genealogía, pero sí por empatía.

Las abuelas y sus hijas

Las abuelas siguen siendo madres, son madres que, cuando han tenido hijas, se hallan instaladas en el hilo que conecta las generaciones de mujeres que las anteceden como simbólicamente representan las matrioskas, las muñecas rusas que una contiene a la otra sucesivamente.
Esa cadena generacional es una correa de transmisión de valores, saberes, códigos de conducta, tabúes, vivencias de todo tipo… sustrato del que se nutren de forma consciente e inconsciente las mujeres en la construcción de su identidad y en su percepción subjetiva del mundo que las rodea. Son transportadoras del saber femenino, visible e invisible, dado que cuando se instaló la estructura de la sociedad patriarcal, quedaron ciertos mensajes reprimidos. Mensajes tales como por ejemplo, que la menstruación no es impura aunque lo hayan hecho creer así durante siglos, sino reflejo de la capacidad creativa de las mujeres, que la luna no solo está ahí para que lleguen naves espaciales, sino que sus ciclos van asociados a los de las mujeres y tienen algún tipo de relación con la fecundidad, que ciertos remedios naturales son tan o más eficaces que los estandarizados…..

Las abuelas y sus nietas

Las nietas pueden tener abuelas en línea materna o paterna. Generalmente las abuelas por línea materna son las constructoras de un puente de tres generaciones. Ese puente lo inician ellas, pasa por sus hijas y finaliza en sus nietas. Las cadenas generacionales en línea materna se van formando uniendo puentes de tres generaciones. En la escucha de mujeres en tratamiento psicológico no es infrecuente que las nietas comprueben con sorpresa que reproducen actitudes o frases de sus abuelas, que cuando hay dolor emocional éste tenga que ver con asuntos no resueltos de las abuelas que han “rebotado” en ellas, como si sus madres les hubieran pasado el relevo, con un dossier de lo insuficientemente elaborado por ellas mismas.

Mis abuelas

Mis abuelas jugaron un papel importante en mi vida, tanto la materna como la paterna a diferentes niveles. Pude beneficiarme de su compañía hasta bien entrados mis treinta y pocos años (y también de mi abuelo paterno al que siempre
valoraré por su gran respeto hacia mi persona). Mis abuelas eran mis cómplices, mis confidentes, mis protectoras frente a las adversidades de la vida, de las relaciones, frente a los típicos desacuerdos con mis padres en la adolescencia y en algunos avatares existenciales posteriores a los que nos somete la vida, siempre fueron mi tabla de salvación.
Viví con mi abuela materna hasta los diez años de edad además de mis padres, ella me cosió mi primera ropita de recién nacida y las que siguieron ya que era una modista muy creativa, a su lado de niña escuchaba muchas tardes programas de radio de entonces que nos encantaban a las dos. Ya de mayor iba cada jueves a su casa a comer, era el día de la semana más esperado; hablábamos mucho y nos reíamos. De los trozos de tela sobrantes de sus creaciones me hacía vestidos con mucho estilo que lucía con orgullo: “me lo ha hecho mi abuela”. Siempre hablaba muy bien de mí con los demás y me valoraba: nunca he necesitado que digan de mí la famosa frase: “parece que no tiene abuela”.
De mi otra abuela, de un estilo distinto, recuerdo sus besos sonoros mientras se mecía y me mecía en sus brazos en la mecedora del salón, supliendo los que mi madre no me daba, ya que por su carácter era en general poco expresiva en los afectos. Los platos gigantes de palomitas dulces que freía cuando iba a verla y cómo, cuando me quedaba unos días en su casa, desplazaba a su marido -mi abueloa otra habitación para que por la noche yo me sintiera más acompañada durmiendo a su lado ya que era una casa enorme y yo un poquito miedosa. Cuando a mis trece años no soporté por más tiempo vivir fuera de Barcelona en una localidad en la que residí tres años por decisión de mis padres, con el agravante de que no había centro de enseñanza habilitado para impartir el bachillerato que yo cursaba, ella y mi abuelo me abrieron las puertas de par en par de su casa para que pudiera escolarizarme normalmente.

Sirva este artículo sobre las abuelas para ofrecerles un homenaje también a ellas, Victoria y Francisca, mis abuelas, que siempre llevaré en el recuerdo y en el corazón.

Bibliografía

  • Tubert, Silvia (1996). Figuras de la madre. Cátedra.
  • Schaefer, Carol (2006). La voz de las trece abuelas. Ancianas
  • indígenas aconsejan al mundo. Luciérnaga.
  • Cànovas, Gemma (2010). El oficio de ser madre. Paidós.
  • Freixas, Anna (2015). Abuelas, madres, hijas. Icaria
  • Guijarro, Antonio (2004). El síndrome de abuela esclava: Pandemia del siglo XXI. Grupo Editorial Universitario, Granada.
  • Shinoda Bolen, Jean (2006). Las diosas de cada mujer: una
  • nueva psicología femenina. Kairós.
  • Shinoda Bolen, Jean (2004). El millonésimo círculo. Kairós.
  • Frediksson, Marianne (2011). Las hijas de Hanna. Salamandra.

Gemma Cánovas Sau

Psicóloga clínica. Y nieta