Mujeres y Salud - Revista de comunicación cientifica para mujeres
 
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Por favor, una moratoria
Margarita López Carrillo

Mi madre, que tiene ochenta años, me ha contado que las mujeres de su generación estaban enseñadas y resignadas a realizar el acto sexual siempre que lo pidiera el marido y a no sentir nada con ello ya que eran mujeres decentes. El acto en sí les parecía un rollo, una cosa más bien sucia y un sacrificio, y si alguna vez notaban algo agradable procuraban, muy avergonzadas, que él no se diera cuenta porque ¡qué pensaría!.

Mi sobrina, que tiene dieciséis años, me ha contando que las chicas de su edad se inician en el sexo a los quince, más o menos, y que se meten mano con los chicos y hasta hacen el coito, pero que la mayoría de las veces su participación en los encuentros sexuales consiste en masturbarlos a ellos, ya sea con la boca o con la mano y que, si los hacen disfrutar mucho, están contentas y, si no lo logran, se sienten frustradas.

Carmen López Sosa, sexóloga de nuestra red, nos contó cuando vino a dar una clase a un curso de Caps, que la mayoría de las consultas de mujeres que recibe son sobre anorgasmia, y lo más interesante es que las mujeres no le consultan porque les haga sufrir perderse eso que les han contado que es tan bueno, sino porque es algo frustrante par su marido o novio, o lo que sea, que siente mermada su valía sexual porque ellas no disfrutan como es debido.

Un amigo psicoanalista me dice que muchas de sus pacientes de ventitantos-treinta años manifiestan no tener deseo sexual y se quejan de las agobiantes demandas de sus parejas, argumentando el tópico eterno de que los hombres lo necesitan más que nosotras.
Una profesora de la facultad de psicología me comentó, asombrada, que una colega había afirmado ante sus alumnas y alumnos que las mujeres heterosexuales “sanas” no tenían fantasías sexuales con otras mujeres.

De estos testimonios, recogidos inintencionadamente y que, sin embargo, considero reflejos fieles de la realidad, deduzco que en los sesenta y cuatro años que separan a mi madre de su nieta, ha cambiado mucho la concepción social de la sexualidad femenina -aunque sólo sea por el hecho de que ahora se reconoce su existencia y nuestro derecho a gozar de ella-, pero que esto es casi lo único que ha cambiado, ya que al parecer, las mujeres apenas hemos logrado acceder a una especie de sexualidad subalterna de la de los hombres.

Por otro lado, se me ocurre que la falta de deseo y la anorgasmia, de que se quejan muchas mujeres, podría interpretarse como, a falta de una reacción más rompedora, un acto de salud (ya que no saben ir a por lo que quieren por lo menos saben decir no a lo que no quieren).

También deduzco de lo escuchado que, a pesar de la aparente aceptación de la homosexualidad femenina, ha brotado una especie de recelo a que sea contagiosa o algo así, que provoca la necesidad de marcar una frontera clara entre las dos opciones. En cualquier caso, el comportamiento de las adolescentes y de las pacientes citadas nos pone ante las narices, parafraseando el título del libro “El fraude de la igualdad”, de el fraude de la liberación sexual, ese en que tanto hemos creído las de mi generación.

Mi generación. Ahora que las contestatarias de los setenta tenemos alrededor de cincuenta años puedo decir, a la luz del testimonio de las amigas con las que he hablado y del mío propio, que una cosa fue practicar el sexo libre como testimonio político y otra muy distinta disfrutar de él. La mayoría no hemos superado del todo la dicotomía entre la mujer buena y la mujer mala, la madre y la puta, irreconciliables en nuestra herencia cultural. Acceder al propio deseo sexual, explorarlo, chapotear en él sin restricciones nos cuestiona íntimamente, pone en peligro nuestra identidad misma de mujer que está conformada precisamente en torno a la no sexualidad. Ya sé que nuestro marco religioso-moral de referencia también sancionaba la sexualidad masculina fuera del matrimonio pero no la ha negado nunca, es decir: un hombre cuanto más sexual más normal, más hombre, mientras que una mujer, cuanto más sexual más anómala, menos mujer.

No sirve de mucho que en lo externo esto haya cambiado, sirve de lo que sirve, es empezar a rascar la corteza, como se suele decir, pero conviene recordar que los procesos culturales requieren varias generaciones; eso si la cosa no retrocede como ha ocurrido tantas veces con el avance de las mujeres.

Por todo ello, me preocupa el aluvión de publicaciones (amén de programas de radio y televisión) sobre sexualidad femenina que padecemos que, salvo honrosas excepciones, se dedican a repetir, copiándose unas a otras, los rasgos de lo que amenaza ya en convertirse en un estereotipo normalizador. Me preocupa porque, si las mujeres estamos apenas atreviéndonos a dejarnos ser sexualmente, si muchas jóvenes ni siquiera se están preguntando aún qué quieren, por qué no tienen deseo, por qué se conforman con hacer de asistentas sexuales y qué sacan con ello, o si a las “liberadas”, a cada nuevo descubrimiento sensual-sexual, nos asaltan aún los viejos temores profundamente arraigados a caer en la depravación, por no hablar del nuevo abismo, la homosexualidad; es decir, si las mujeres individuales, de carne y hueso, en su mayoría estamos en la tesitura de empezar a descubrir qué demonios es nuestra sexualidad, cómo puede ser que los libros y los artículos lo sepan todo ya (muchos de ellos, además, escritos por hombres), cómo puede ser que ya nos estén diciendo lo que es y lo que no es.

Como hemos dicho en la presentación, desde la redacción de MyS, con este dossier, queremos, sobre todo, pedir una moratoria para la definición de la sexualidad de las mujeres. Queremos que nos dejen más tiempo individual y colectivo para ir viendo si es verdad eso de que tenemos una sexualidad difusa y no genital, que podemos (y debemos) tener no sé cuantos orgasmos, que no nos gusta el “aquí te pillo aquí te mato” ni el sexo anal, que necesitamos sentir algo por el otro o la otra, etc, etc, etc. Como si fuéramos todas iguales entre nosotras y iguales a nosotras mismas en todas las relaciones y en todos lo momentos y etapas de nuestra vida.

Por favor un poco aire, no nos apresuremos a cambiar una normativa por otra, atrevámonos a pecar contra los viejos preceptos y contra los nuevos ...y experimentemos, pensemos, hablemos entre nosotras y escribamos para ir poniendo a muestra sexualidad nuestras propias palabras.

 

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