EMBARAZO
ADOLESCENTE Y ADOLESCENCIA EMBARAZADA
<Laura
Kait>
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Laura
Kait |
la
más delicada de las transiciones,
la adolescencia...
el comienzo de una mujer
en el fin de una infancia
Victor
Hugo
La primera acepción del término
embarazo, en castellano, como en muchas otras lenguas
es “impedimento, dificultad. Encogimiento y falta de soltura
en los modales o en la acción” Y en segundo término,
sólo en segundo lugar, leemos: “Preñez, período
de gestación en la especie humana”.
Parece pertinente
que comencemos por el primer significado, aquél momento de
la vida donde lo embarazoso es casi la regla: la adolescencia.
¿Se
trata del fin de la infancia o del comienzo de la edad adulta? ¿Estamos
ante un cierre o ante una apertura? No se trata sólo de una
edad, un tiempo, sino también de un lugar, mejor dicho de
una falta de lugar. La infancia es la casa de los padres, la vida
adulta es la propia casa, mientras que la adolescencia se nos presenta
como ese tiempo “fuera de”, un tiempo de “no tengo”,
al menos no tengo lo que tenía y no sé qué
ni cuando volveré a tener.
Por otra parte
“no soy un niño, pero tampoco soy un adulto”.
En el caso de las adolescentes esto se formula bajo una pregunta
no dicha: ¿qué es ser una mujer?, una pregunta inconsciente,
de muy compleja respuesta.
Así es
que ser y tener se transforman en una incógnita. Algunas
y algunos jóvenes soportan esta situación con nuevas
y productivas identificaciones: con el saber, los estudios, los
ideales, el deporte, la música o cualquier nueva pasión
a compartir entre iguales: el grupo, la pandilla, los colegas.
Otros, faltos
de estímulos por el saber, resuelven el pasaje adolescente
con sus interrogaciones sobre el ser, tener y poder, a través
del paso al acto. Y esta salida la vemos por doquier en nuestra
globalizada sociedad: drogodependencias, anorexia-bulimia, sectas,
fundamentalismo, racismo o violencia terrorista, dan algunas respuestas
brutales, resolviendo imaginariamente la cuestión de ser,
poder y tener. Podemos incluir el embarazo adolescente en este último
grupo de la/os que “pasan al acto”, aunque no se trate
de un acto donde matar o morir, sino de dar vida a otro.
Durante la adolescencia
se borronea el ser, el tener se pone en falta y poder queda en suspenso.
Lo menos que podemos decir es que se trata de una situación
embarazosa. Y la salida de lo embarazoso de esta situación,
por medio del acto de quedarse embarazada provee de una pacificación
momentánea, imaginaria e inconsciente: “si puedo embarazarme,
tendré hijo. Si tengo hijo soy madre”. Así cualquier
interrogación, indefinición o angustia, sobre quien
soy o que seré, sobre lo que tengo o no tengo, sobre lo que
puedo o no puedo, queda taponada con el hijo que llega.
Trabajo en una institución
residencial donde viven menores de edad embarazadas o madres y no
es este el espacio necesario para desarrollar el material de una
práctica clínica que ocuparía folios y más
folios, por lo que procuraré un breve apunte.
Las jóvenes
que llegan a esta institución vienen de una situación
carencial muy importante. Viven en una residencia porque la “falta
de lugar” en sus casos no es sólo simbólica
sino que no tienen otro lugar en donde estar. Provienen de familias
desestructuradas que no pueden con-tenerlas. Es decir que sus padres
no pueden tenerlas con ellos. Se trata de padres fallidos en su
función y de hijas que casi no han podido serlo. Estas niñas
han vivido abandonadas o han sido tratadas como adultas desde que
nacieron; el lugar de hija es para ellas un lugar fallido. Sus precoces
embarazos enuncian una repetición, denuncian una enorme falta
y suponen que algo se podrá paliar o reparar imaginariamente.
Cuando se les introduce la posibilidad legal de interrumpir sus
embarazos, la mayoría se muestra contraria al aborto y el
futuro hijo aparece como un salvador.
COMENTARIOS SOBRE EL ABORTO
“Siempre
he estado en contra del aborto, no se matan niños”
(15 años)
“Quedé
embarazada, fui a decírselo y él no quería,
le dije ¿Y ahora qué? ¿Me vas a obligar a abortar
otra vez? Y me metió tal paliza que estuve ingresada seis
días... Luego me enviaron aquí”. (17 años)
“Me compré
las pastillas y el primer día me olvidé de tomarlas.
Yo quiero tenerlo. Soy contraria al aborto porque mi abuela es Testigo
de Jehová” (15 años)
“Estoy
en contra del aborto: ¡a lo que se ha hecho pecho! La que
se puso más contenta con mi embarazo es mi madre, claro como
no vive conmigo y siempre ha pasado de mí” (16 años)
SOBRE "EL SALVADOR"
“Este
niño me ha salvado, si no, me hubiesen encontrado muerta
de sobredosis en cualquier descampado” (15 años)
“Necesitaba
algo muy fuerte, sentir algo muy mío, antes en la vida ¡todo
mierda! Busqué a este hijo porque era mi salvación”
(16 años)
No me importaba
con quien, sólo quería tener este niño, nunca
he tenido algo bueno, mi niño es la primera cosa buena que
me pasa. Esto me salva... (16 años)
Este espacio no permite
las matizaciones necesarias a cada caso, pero en general viven el
embarazo como un momento privilegiado en sus vidas, luciendo kilos
y panzas. Sintiéndose llenas. El conflicto aparecerá
cuando el bebé empiece a demandar:
"He pasado
el embarazo como si “ná”. Ahora es un coñazo
porque no me deja dormir. De noche me da ganas de patear la cuna”
(14 años)
“Nunca
se separa de mí. Lo llevo al baño cuando me ducho,
como con él en brazos, duermo con él. No puedo hacer
nada porque si el niño no me ve, llora, así que lo
llevo siempre conmigo. Estamos siempre juntos” (17 años)
Podemos pensar
que el impulso de llevar al hijo pegado o de querer patearlo, no
parecen muy buenos destinos para la maternidad: ni para el niño,
ni para la madre. Sobre los tres o cuatro meses del hijo, aparece
por primera vez el verdadero y doloroso deseo de separación,
de diferenciación de un lugar que no se puede sostener...
aún.
Algunas adolescentes
se quedan con sus hijos, siempre en el caso que puedan contar con
algún adulto de sus familias, o con una pareja capaz de amor
y deseo por esta familia que acaba de nacer. Y muchas de ellas dan
a sus hijos en acogida o adopción. Durísimo proceso
que sería material para otro artículo.
A MODO DE CONCLUSIÓN
Para ser una
“madre adolescente” no es requisito indispensable estar
marginada, abandonada y viviendo en una residencia. Ni siquiera
es necesario tener entre 13 y 20 años. Una señora
de Sarriá o el Ensanche, de 28 o 35 años, también
puede estar en esta posición donde el hijo viene a resolver
el “ser, tener y poder” en sus vidas.
Se trata de una posición subjetiva, no de un problema cronológico.
La paradójica ventaja es que la adolescente pide ayuda y
el conflicto se detecta con mayor facilidad y se puede implementar
una escucha adecuada que las ayude.
Laura
Kait
Psicoanalista. Residencia Maternal Antaviana
Coordinadora de UMBRAL. Red de asistencia "psi"
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