VIVIR
PARTIDA: SER MADRE E INMIGRANTE
<Corina
Hourcade Bellocq>
Esta
era mi tercera migración pero la primera
siendo mamá, la sentía y la siento muy distinta a
las otras. Precisamente, uno de los momentos más duros fue
cuando mi madre se despidió de mi hija, o sea, de su única
nieta. Noté un “puntazo de culpa”: por nuestra
decisión de partir ellas se tenían que separar. Me
daba cuenta de que el costo más alto de esta decisión
iba a ser la pérdida de todo lo cotidiano que involucra el
vínculo de abuela y nieta, el de madre e hija, el de los
hermanos, los amigos... Ni más ni menos que todos los afectos
que sostenían nuestra historia, nuestro presente hasta la
partida y nuestros recuerdos. Me di cuenta de que una decisión
que era solo nuestra afectaba a muchas otras personas.
Yo aprendí
por mi formación que las decisiones no son terminantes. Sin
embargo, fue muy duro tomar ésta, sobre todo porque implicaba
a mi hija que es pequeña. Ella no pudo decidir, no tuvo otra
alternativa que confiar en el criterio de sus padres Y entre otras
miles de dudas e incertidumbres que sentía al subir a ese
avión, creyendo viajar hacia un futuro mejor, la pregunta
que rumiaba en mi cabeza era: ¿estaremos haciendo bien?.
Ahora mi hija
está armando vínculos nuevos en Barcelona y ya habla
el idioma. Hoy, su cotidiano está aquí. Por eso esta
migración tiene algo que la hace distinta a las anteriores:
es más definitiva o, por lo menos, a más largo plazo.
Se hace
camino al andar...
Llegar
a un nuevo destino es un bombardeo constante de situaciones nuevas
y difíciles de enfrentar que, si bien se imaginaron antes
de partir, son en realidad bastante más duras cuando uno
empieza a vivirlas. A estas alturas de la migración, nuestra
mayor preocupación era poder darle a nuestra hija, lo antes
posible, “un marco de cierta estabilidad”. La recuerdo
cuando por las noches antes de dormirse me decía: “quiero
mi casita de Buenos Aires”. Recuerdo que yo entonces sentía
sus mismas ganas pero sin el permiso para decírselo.
En medio de los interminables trámites, búsqueda de
trabajo y de piso donde vivir, comencé a armar para mi hija
un horario, un tiempo todas las tardes para ir a un parque que teníamos
cerca. Tener niños pequeños nos obliga a ser más
sociables que si estuviéramos solos, acelera y favorece ciertos
aspectos de la integración en un nuevo lugar, su gente, su
idioma.
Nuestras visitas diarias al parque fueron muy positivas. Para ella,
que fue conociendo a otros chicos con los que jugaba diariamente,
y para mí, que empecé a hablar con sus mamás,
algunas también inmigrantes. Ellas fueron entonces fuente
inagotable de información muy valiosa.
Durante aquel
verano, en nuestros paseos por el parque, vinieron las primeras
invitaciones a cumpleaños y reuniones. Hoy somos un grupo
se seis mujeres, que nuestros hijos se hicieron amiguitos y nuestros
maridos también. Este grupo es para mí, el grupo de
pertenencia fundamental para empezar una “nueva vida”.
Me atrevo a afirmar que en definitiva han sido una “familia
sustituta” por el grado de contención, afecto y apoyo.
Casa,
colegio, médico…
Volviendo al
itinerario de nuestra migración, llegó el momento
de mudarnos a un piso que alquilamos y, de a poco, ir transformándolo
en nuestro hogar. Lo primero fue armar la habitación de mi
hija. Recuerdo su cara de asombro y felicidad cuando, a medida que
desarmábamos las cajas, iban apareciendo sus juguetes, sus
cosas.
En paralelo
con armar una casa de cero, vino la búsqueda de un colegio.
Encontrar un colegio, como visitar por primera vez a su nuevo medico-pediatra,
para mí como madre, fueron momentos muy angustiantes. Fue
entonces que tomé conciencia de la pérdida de toda
la red de apoyo, de referencias e información que teníamos
en mi país, y en la vida que dejamos atrás. Había
que adaptarse a un sistema y estilos muy diferentes.
En un proceso
de migración la persona se vuelve más vulnerable,
vive constantemente situaciones que disparan sentimientos y sensaciones
de inseguridad e incertidumbre. Mi vivencia particular es que cuando
se tienen hijos, como uno es responsable de su salud, seguridad
y educación, estas emociones se intensifican, se potencian.
Recuerdo que
su primer día de colegio fuimos el papá y yo a llevarla
y la tuvimos que dejar llorando; recuerdo la pesada angustia con
la que nos alejamos los dos caminando. Sentí que la habíamos
traído a un país desconocido con gente nueva y ahora
la dejábamos en otro lugar desconocido donde le iban a hablar
en un idioma que no entendía. La que iba a ser entonces su
maestra nos alcanzó corriendo para avisarnos que ya no lloraba
y que nos fuéramos tranquilos que iba a estar bien. ¡Qué
alivio!. Aquel gesto todavía hoy lo recuerdo y lo agradezco
tanto.
El llevarla
día a día al colegio favoreció también
que fuera hablando con otras mamás y para mí, que
todavía no trabajaba, fue de gran ayuda para familiarizarme
con el idioma y costumbres locales.
Tampoco fue
fácil para mí, nuestra primera visita al pediatra
porque, acostumbrada al medico que la atendió desde que nació,
tuve que familiarizarme con un estilo diferente que me pareció,
en un principio, frío. ¡Otra vez empezar de cero!.
En todo: barrio, amigos, colegio, comidas, idioma y médico.
Nadie que no haya emigrado sabe el estrés que todo esto implica
para la persona, incluso quién lo vive no siempre es consciente
del costo que puede tener en su salud física y emocional.
Estamos
llegando:
Tener una hija
tan pequeña, en edad escolar y aprendiendo de forma muy rápida,
el catalán, me obligó a acelerar mi propio aprendizaje.
Es muy fuerte la experiencia de un día estar caminando con
ella hacia el colegio y que me contara algo en catalán y
no entenderle. Como resultado de esa “conversación”
me apunté en el primer nivel de este idioma…
Al escribir
este testimonio, hago balance a un año y medio de llegar
y veo a mi hija absolutamente integrada en el nuevo medio, en sus
costumbres, y a mí cada vez más integrada y más
a gusto con nuestra vida, nuestro cotidiano, que poco a poco se
arman de nuevo.
Para mi hay
un modo de describir como se siente alguien al migrar y reconstruir
una nueva vida en otro lugar. Lo podría definir como el “vivir
partido”. Esto esalgo inevitable, inherente a la condición
de inmigrante. Hay que aprender a convivir con ello, pues se seguirá
sintiendo aunque se lleven muchos años fuera de su lugar
de origen.
Para
todas aquellas mujeres inmigrantes y mamás, quiero desearles
como dice el título de un libro sobre el exilio que: “SEAMOS
FELICES MIENTRAS ESTEMOS AQUÍ”.
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