La gerontología crítica feminista, un marco desde el que pensar el envejecer de las mujeres

La gerontología crítica feminista ha ido haciéndose espacio en el ámbito de la gerontología gracias a las aportaciones reflexivas que un número creciente de estudiosas han ido realizando en las últimas décadas, poniendo en cuestión los argumentos centrales de la gerontología clásica, fundamentalmente biologicista y centrada en los aspectos clínicos del envejecer.

Esta línea de pensamiento ha puesto en el centro de su interés la consideración del envejecer de las mujeres como un proceso en el que confluyen una gran cantidad de factores que constituyen la compleja vida de las ancianas de hoy. Se ha puesto en el centro la consideración del peso que determinados elementos y circunstancias tienen en la vida de las mujeres mayores que se convierten en causas de malestar o, por el contrario, en factores de bienestar; ahí entran en juego: la salud, la enfermedad, las emociones, la calidad de vida, la naturaleza de las relaciones y vínculos, el tener o no tener poder, la situación financiera, la pobreza, el hábitat, la vecindad, el respeto, las políticas ciudadanas, las ayudas para vivir solas, en su casa, el máximo tiempo posible, entre otros.

La gerontología crítica feminista ha recibido una consideración importante dentro de las ciencias sociales en los últimos años, aportando una visión holística del envejecer que valoro como algo de gran interés, con una enorme perspectiva de futuro a medida que cada vez más profesionales van se van incorporando a esta corriente, tanto en sus planteamientos y en la elaboración teórica, como en su práctica cotidiana. Todo ello contribuye a la transformación de este corpus teórico y también a la implementación de políticas respetuosas con la individualidad y la consideración de las personas mayores como seres cuya voz y deseos deben ser tenidos en cuenta.

Con la covid19 ha quedado claro que hay que hacer una revisión profunda acerca  del funcionamiento de nuestra sociedad en lo que atañe al último tramo de la vida. Se ha planteado la necesidad de construir una sociedad que respete los deseos y la voluntad de las personas viejas, en la que los derechos de las personas mayores deberán ser elaborados y aprobados social y políticamente, escuchando su voz, sin intérpretes intermediarios.

En este tiempo de pandemia se han puesto en evidencia algunos asuntos de enorme importancia. Temas que hasta el momento no se habían cuestionado, en gran medida porque la sociedad ha mirado siempre hacia otro lado cuando se trata de la vejez y porque lo que no se nombra, no existe. En nuestra sociedad ultracapitalista y desconsiderada, las personas mayores se han considerado un estorbo y, como esto no se podía decir en voz alta, este sentimiento se edulcoraba con formas presuntamente amorosas que ocultaban el desentendimiento hacia las diversas necesidades de la vida en la vejez.

Pensar, organizar, prever, acondicionar, escuchar, respetar, facilitar, ofrecer, informar, son verbos que se han omitido en el discurso sanitario, en el oficial y, por supuesto, en el familiar, de manera que lo que ha primado ha sido la sordera, la ceguera, la prisa, el olvido, la desconsideración, el abandono, lo fácil y la mentira.

Lo ocurrido en las residencias ha mostrado sin paliativos el enorme pecado nacional. ¿Residencias, hospitales, hoteles, hogares, aparcamientos? ¿Cómo, dónde, con quién, queremos vivir al final de nuestra vida? La magnitud de la tragedia, finalmente, ha iluminado una realidad estremecedora a la que tenemos que hacer frente con un replanteamiento radical de la condiciones de vida de las personas mayores. Habrá que llevar a cabo una reflexión social y política acerca del hábitat en la vejez, de la vivienda en sí misma y sobre sus condiciones de adaptabilidad a las necesidades de los cuerpos mayores. Y, por supuesto, acerca de las relaciones de poder que se establecen con la descendencia.

Hablamos de justicia, respeto y dignidad.

Anna Freixas Farré

Gerontóloga feminista

Experta en mujeres y envejecimiento