Nada que hablar con mi ex maltratador

Ya vi A Better Man, el documental que mi madre no quería que viera, sobre una chica que, en un ejercicio de justicia restaurativa, se reúne con su ex maltratador para hablar de lo ocurrido. «Es mejor que lo olvides todo; déjalo atrás», me decía. Le respondí que de ninguna manera, que a mí lo que me ayuda es no olvidar nada de lo que pasó, reflexionar sobre ello, ir repasando los hechos y recuerdos de vez en cuando, hablarlo con algunas personas (además de mi querida psicóloga), compartirlo cuando siento la necesidad o cuando creo que es relevante y sacar todos los aprendizajes posibles de esa situación para no repetir errores y para mejorar mi relación con toda la gente conocida y por conocer.
Sí, darle vueltas me sirve. Me sirve para no confundirme y admitir que los abusos fueron los que fueron y fueron reales. Me sirve para entender mis emociones, que ya es mucho, a la vez que voy poniendo nombre a cosas difíciles de comprender y la carga del trauma se hace menos pesada, porque ya no es un abismo sin explicación, sino un conjunto de circunstancias y factores complejos. Con el tiempo y con la introspección, las lecturas, las charlas con la gente y la terapia, algunos de los detalles van cobrando sentido y, cuando eso ocurre, es reconfortante.

Una amiga, con toda la inocencia del mundo, me preguntó un día por qué no hablaba con mi ex abusador y, aunque yo ya tenía la respuesta en ese preciso instante, la pregunta me carcomió durante meses (hasta ver A Better Man). ¿Cómo iba a hablar yo con una persona a la que tengo miedo de encontrarme por la calle? Sí, ese era el motivo, pero no era suficiente.
En el documental he visto muchos paralelismos con mi historia, pero también importantes diferencias.
A diferencia de Steve, mi ex no recurrió mucho a las manos (en dos o tres ocasiones, ni siquiera lo recuerdo bien. Una de ellas fue un intento de estrangulación. Y sí, al igual que Attiya, sentí que mi vida estaba enterita en aquellas manos). Lo que me hacía mi ex era luz de gas a diario, desde muy al principio de la relación, confundiéndome sobre la realidad, incluso sobre mis propios sentimientos (¡y deseos!), haciéndome dudar de mi propia memoria y criterio, hasta el punto de hacerme creer frente a mi tío que nunca me había dado esa (¿primera?) bofetada. Logró aislarme de varios amigos y familiares, así como arrebatarme gran parte de mi vida social. También desde muy al principio de la relación me convenció de que yo le debía sexo por ser su pareja. Me forzaba a mantener relaciones, insistiendo mucho y presionándome. Se en-
fadaba si yo no mostraba interés y luego se quejaba de que le dijera que me estaba haciendo daño cuando estaba encima de mí. Y no paraba, seguía embistiéndome, como ejerciendo su derecho a violarme. Si yo no tenía un orgasmo, armaba un buen pollo. También me solía reprochar que ni siquiera por su cumpleaños le diera su merecida felación y qué chasco de novia era yo si cuando se las hacía no se las hacía con ganas. Como Steve, recurría a los insultos muy a menudo, y siempre era una de cal y otra de arena: me podía tratar como a una reina y decirme las cosas más dulces del mundo y después tratarme de puta como si no pudiera ni verme del odio que me tenía. Y todo eso en un mismo día, unas… yo que sé, ¿tres veces diarias?

Había un patrón:
1) fase de acumulación de tensión (ejemplo: él dice «me estás provocando un ataque de pánico y es tu culpa por
incordiarme de este modo»);
2) fase de explosión violenta (ejemplo: yo trato de hacer lo
posible para no molestar, pero ya es demasiado tarde: él pierde el control y empieza a romper algún objeto que no le guste, suyo o de ambos, con golpes rabiosos, o tira la comida por los aires y rompe los platos, o me amenaza con clavarme el tenedor en el muslo);
3) fase de luna de miel (ejemplo: dice que se arrepiente muchísimo, me pide perdón mil veces, promete cambiar, me da cariño y me trae el dulce que me gusta).

Steve está claramente dispuesto a reconocer el maltrato. Se arrepiente, quiere cambiar y ser mejor persona. Tiene a Attiya en consideración. Mi ex no está para nada en ese punto. Es más, todas las pistas que tengo apuntan a lo contrario, a que seguramente me odia o siente rabia o rencor hacia mí. La última vez que nos vimos, primero me pidió un perdón difuso como el que le pidió Steve a Attiya antes de que ella le propusiera grabar la película. Me pidió «perdón por todo», pero no me dijo por qué me lo estaba pidiendo exactamente. Y, después, cuando yo le contesté lo que pude, lo que me salió de dentro, que fue un «ya está, ya pasó, no quiero que me pidas perdón, solo quiero que no se lo hagas a nadie más», dejó de hablarme por completo y mostró un gran enojo y rechazo hacia mí.

Desde entonces, aunque corté del todo el contacto con él y él parecía haber hecho igual, tras años de no vernos, me han llegado mensajes suyos; mensajes en los que trata de manipularme, en los que trata de entrar en mi cabeza.
Si ahora, cuatro años después de romper la relación, mi ex se encuentra en este punto, dudo que reconozca la violencia psicológica, sexual y física a la que me sometió durante cinco años y medio. ¿Qué voy a conseguir tratando de hablar con él si no puede ser bajo mis condiciones? Si no es bajo mis condiciones, no podré sentir que tengo cierto control sobre la conversación y así no va a haber mediación posible. No con una persona que no parece querer respetar límites ni tampoco parece capaz de responder sin enojo o manipulación. Así no hay justicia restaurativa que valga.

¿Y por qué es relevante todo esto? Pues porque yo, mientras siga viva, sabiendo que por mi seguridad y salud mental no puedo hablar con mi ex y, por tanto, no puedo asegurarme de que nadie que se relacione con él pase por nada parecido a lo que pasé yo, necesito recuperar mi paz mental cuando la pierdo.
Y te preguntarás cuándo la pierdo si tengo una vida amorosa y sexual plena y placentera (¡hasta me reconcilié con las felaciones!), si soy feliz, me siento realizada en lo que hago, no me falta de nada y, por último, no morí y estoy VIVA.
Pues la pierdo a veces cuando me desestabiliza alguna de mis pesadillas recurrentes de violación en las que mi ex intenta forzarme (eh, ¡pero yo siempre consigo apartarlo y me enfrento a él con mucha contundencia! Olé yo). O cuando me ha llegado un mensaje repentino suyo (esperemos que ahora ya no tenga dónde encontrarme y no me llegue ninguno más; aunque, francamente, ya me estoy inmunizando).
También la pierdo (a veces) ante la impotencia que me provoca leer sobre feminicidios o ablaciones de clítoris, por decir algo, o cuando pienso en mis amigas que siguen en relaciones abusivas y no sé qué más hacer ya para ayudarlas; cuando siento complicidad al conocer a alguien que estuvo en algún tipo de relación tóxica, como yo; cuando voy a una obra de teatro y el argumento tiene alguna sorpresita de violencia doméstica y un largo etcétera de veces.
Asimismo, la pierdo cuando siento rabia pensando que algunas personas a mi alrededor quizá hubieran podido hacer algo más por mí, y cuando pienso que tantas personas a mi alrededor querían hacer más por mí y no sabían ni cómo.
La pierdo cuando veo a Attiya comentar en el documental que nadie, absolutamente nadie en esa calle donde vivieron hizo nada por ella cuando pedía ayuda a grito pelado.
La pierdo también cuando siento tristeza y a la vez agradecimiento profundo hacia mi amiga, que habló con mi madre a mis espaldas cuando vio la actitud de desprecio de mi ex hacia mí y se olió algo raro, o hacia mi vecino con quien nunca había hablado y que me paró en las escaleras y me dejó bien claro que, si necesitaba ayuda, allí estaba, aunque yo no entendiera para nada por qué me decía aquello.
Y qué decir de cuando a mi ex se le ocurrió dejarlo de una vez por todas y a mí por fin me pareció buena idea. Cuánto agradecimiento incómodo siento hacia mi ex abusador cuan-
do recuerdo que fue él quien tuvo un momento de cordura y me dejó (aunque poco después insistiera en volver juntos), cuando pienso que mi normalización de lo que pasaba en aquella casa era tan fuerte que yo nunca lo habría hecho, aun temiendo por mi vida. Yo, a diferencia de Attiya, jamás podré celebrar el día en que lo dejé.
A decir verdad, mi paz mental se desvanece cada vez que siento que no estoy haciendo lo bastante para las actuales y futuras víctimas/supervivientes como yo, cada vez que siento que no contribuyo lo suficiente a la sociedad para proporcionar la prevención y esa educación (afectivo)sexual mínima, adecuada y tan necesaria que yo nunca recibí.

Ay, vieja amiga, carga de la responsabilidad autoimpuesta e infinita, venga, que ya nos conocemos. Vamos, tenlo claro: cargaré yo con la responsabilidad de estar bien conmigo misma, de cuidarme y de tener relaciones sanas con la gente que me rodea, que es la única responsabilidad que realmente me corresponde, y si acaso tú, amiga mía, dejas de ser carga, dejas de ser infinita y te sumas a la fiesta de mi autorrealización y crecimiento personal… Eso sí, cuando yo te invite.

Y nada, si tenéis ocasión, reservaros una tarde para ver A better man si no lo habéis visto aún. Os lo he destripado un poco, pero, como comprenderéis, eso es lo de menos y el documental tiene muchísima más miga.

Hala, un abrazo. Cuidaos y quereos mucho.

Gracias, Attiya y Steve, por ayudarme a sacar todo esto.

Inca Vallès Perpinyà

Víctima/superviviente (según el día)