Desesperación versus confianza

CASO 1

Mujer anciana, casi 80 años. Nivel socioeconómico medio-bajo. Ambiente rural. Viuda.
Vive sola. Analfabeta. Llega a la consulta acompañada por su hija, desesperada, porque “doctora, me duele todo el cuerpo todo el día, a pesar de muchos calmantes muy fuertes que mi médico de cabecera lleva años recetándome”. La escucho, hago su historia clínica a lo largo de casi dos horas. Leo su informe médico más reciente:

Diagnóstico: artrosis crónica y depresión crónica con ansiedad. Tratamientos: un antiinflamatorio, tres analgésicos, un relajante muscular, un antidepresivo y un ansiolítico, un antihipertensivo y una pastilla de metformina para la diabetes. Todo ello diariamente desde hace 7 años, más un derivado de la morfina desde hace casi un año.

Dice, ”no puedo hacer casi nada sola, no me puedo vestir, ni agacharme, ni ducharme, ni cocinar, dependo de mi hija para casi todo. Yo antes me agachaba, cocinaba, pintaba mi casa sola, he criado cuatro hijos y llevado mi casa sola siempre, he ayudado a criar a mis nietos”. Además, “apenas puedo dormir, por los dolores y por una angustia y mal cuerpo que no me dejan ni de noche ni de día. No puedo más, y ya no me caben más pastillas en mi cuerpo”.

Mi comunicación con ella es directa y fácil: la entiendo. Y no sólo entiendo sus palabras, entiendo su dolor, su impotencia, su desesperación de no ver salida a una situación de años que la hace sentir cada vez más incapacitada y dependiente, cada vez más dolor y angustia. Entiendo que es una mujer acostumbrada desde muy niña a trabajar duro, cuidar de much@s otr@s sin apenas recursos económicos y sin médicos. Entiendo que lo peor para ella no es el dolor ni la artrosis sino la dependencia a la que esta situación la está llevando, la pérdida de una de las cosas más preciadas: su autonomía.

Entiendo que es la primera vez que va a ver a una médica “rara”, no sabe ni nombrar la palabra homeopatía. Y a pesar de todos los prejuicios de su entorno, entiendo que su desesperación la lleva a saltárselos para quemar un último cartucho, y entiendo que necesita que la acompañe a mejorar su vida. También sé que me entiende. Lo sé porque una de las frases que más he escuchado en toda mi trayectoria como médica: es “doctora, usted es la única médica a la que entiendo todo lo que me dice”. No creo que esto sea mérito mío sino más bien una de las muestras de lo lejos que está el sistema de cuidados de las personas al que está destinado.

Sé que no hará ni la mitad de las indicaciones alimentarias que yo le propondría, las que propongo habitualmente a la mayoría de mis pacientes. No lo hará por cultura, por recursos y por hábitos. También por sus limitaciones y dependencia. Así que, contra mis convicciones y contra mi manera habitual de actuar, limito las indicaciones alimentarias a lo más básico (aunque le paso la información escrita, mucho más detallada y ampliada, por si su hija, o más tarde ella, se van animando a seguirla).

Procedo a darle una explicación que ella pueda entender sobre la intoxicación farmacológica que yo detecto en ella, cómo aliviar la artrosis y sus dolores, y el plan que proyecto para, en pocos meses, ir disminuyendo y retirando todo lo posible de fármacos sin ponerla en peligro. Y sobre todo, trato de transmitirle confianza, esperanza. Confianza en que, uniendo sus cuidados e intuición, a mis indicaciones y tratamientos, todo irá mejorando. Le doy su tratamiento homeopático de fondo, junto a un drenador hepático y algunas indicaciones sencillas de cuidados caseros en caso de crisis de dolor. Y la indicación detallada de que a medida que se sienta mejor, vaya disminuyendo la cantidad primero de morfina, muy lentamente, y luego, del resto de analgésicos y antiinflamatorios.

A los dos meses vuelvo a verla. Está mucho mejor: los dolores han disminuido en un 70%. Menos nerviosa, más animada, y la mejoría se ha extendido a algo que ella antes ni miraba: puede ir al baño todos los días, ¡sola! Ha desaparecido el estreñimiento. La confianza y la esperanza que ha despertado esto le da el impulso para seguir, y en menos de 6 meses, retiramos todos los fármacos menos la metformina, que lleva más de 20 años tomando, y no me atrevo a tocar por varios motivos.

A los 9 meses: no hay insomnio, no hay depresión, no hay hipertensión, no hay estreñimiento. Y aunque la artrosis siga ahí, no hay dolores ni incapacidad que le impida hacer vida normal, autónoma. Vuelve su humor habitual: un genio alegre, bromista, me recita viejas canciones, viejos refranes, viejos poemas. Luce su buena memoria, y me va contando pequeños y grandes detalles de su historia. Una historia muy común de una anciana de una sierra del sur, al mismo tiempo muy sabia y heroica. Me cuenta risueña, que sus vecinas la envidian porque hace paseos mucho más largos que ellas sin quejarse, y la ven regar sus macetas, cocinar y hacer su vida sin ayudas extras. Ya sólo ve a su hija, lo mismo que a los demás, “cuando tienen ganas y ocasión para verse”, no porque la necesite.

Han pasado 10 años. Ya cumplió los 90. Y dice de sí misma: “Aunque yo sé que no me porto todo lo bien que debiera con lo que como, me siento más joven cada día, camino casi una hora todos los días, paseo por el pueblo, arreglo mi casa, las macetas, compro, cocino, duermo toda la noche, aunque me levante al baño alguna vez, no me duele nada, mi tensión sigue bien, sólo me tomo la pastilla del azúcar, y sobre todo, tengo un humor alegre y tranquilo, y ¡me gusta la vida!!! Doctora, usted no puede jubilarse hasta que yo cumpla, por lo menos, los 100.

CASO 2

Mujer de 36 años. Ambiente urbano. Nivel socieconómico medio-alto. Licenciada universitaria. Casada. Viene con una desesperación que se le escapa por los ojos, entre lágrimas, mientras trata de silenciar las palabras. Lleva casi dos años con diversos síntomas que le hacen la vida casi imposible: mareos, inestabilidad fuerte, a veces temblores que la obligan a estar sentada o tumbada casi todo el tiempo incapaz de hacer su vida laboral, doméstica y social normalmente.

Diagnóstico médico: síndrome vertiginoso. Viene tras un largo y arduo recorrido por multitud de especialistas, incluidos neurólog@s privados y públicos, y con todas las pruebas complementarias que es posible hacer en estos casos, y tomando muchos fármacos diferentes: fármacos contra síndromes vertiginosos, otros de la familia de los antiácidos (omeprazol, ranitidina, levogastrol), y lorazepan (ansiolítico).

Relata: “Lo peor ha sido cuando me han dicho que las pruebas dicen que no hay nada orgánico, y que no se puede hacer nada más. Eso me ha provocado una crisis de ansiedad. …. ¿¡¡Cómo que no se puede hacer nada más¡!!?”.

Viene sin expectativas, por derivación profesional, por quemar el “último cartucho, a la desesperada”. Primer contacto con medicina homeopática. Escéptica. Tras una detenida anamnesis e historia clínica, aparecen más datos: síndrome de disbiosis intestinal (alteración de la mucosa), sobrecarga mental (muchos años de estudios superiores muy exigentes), también mucho tiempo de alimentación desequilibrada, insuficiente. Y abuso de Dolalgial (antiinflamatorio no esteroideo) durante más de 20 años por cefaleas.

Ninguno de l@s numeros@s profesionales que la han atendido –médico de familia, internistas, neurólog@s, otorrinos, psiquiatras-, ha preguntado nada sobre ese dato. Nunca había hablado de ello en una consulta médica.

Al llegar hasta ahí, y ella misma comprobar in situ, que en los efectos secundarios de Dolalgial vienen descritos “mareos, vértigos, temblores” le cambia la expresión. Y formula la pregunta: “¿Quieres decir que todo esto puede ser por el Dolalgial?”. Por supuesto, no puedo asegurarlo al cien por cien. Habrá que hacer el tratamiento correspondiente con homeopatía, y proceder a hacer una desintoxicación hepática cuidadosa y prolongada, para confirmarlo, pero intuyo que las probabilidades son muy altas.

Empezamos el tratamiento: Indicaciones alimentarias muy precisas; remineralización, revitalización, desintoxicación hepática; Homeopatía; Retirada progresiva y lenta de fármacos; Más movimiento al aire libre, más paciencia, y más confianza.

En apenas dos semanas, la mejoría se inicia. Puede moverse y caminar un poco, y proyectamos, en unos meses, la eliminación progresiva de los fármacos para avanzar en la desintoxicación hepática, y la normalización intestinal. Poco a poco, va incorporando mejores hábitos alimentarios, de ejercicio, aire libre, ocio saludable, ampliación del mundo relacional y afectivo. Queda mucho por hacer, sin duda. Pero lo mas importante ha sucedido: se le ha abierto la confianza en que hay salida para ella, que hay cosas que se pueden hacer para mejorar, cuidarse, que puede recuperar la salud y puede aprender a vivir mejor. Y a cambiar su escala de valores: lo más importante no es estudiar sin medida, ni trabajar sin medida.

CASO 3

Mujer de 50 años. Casada. Un hijo con quien convive aún. Inmigrante. Limpiadora. Nivel socioeconómico bajo. Es su primera experiencia con medicina homeopática, aunque por su cultura, está habituada a remedios naturales.

Me relata 3 años de angustia y sufrimiento: tos muy persistente, violenta, principalmente si traga, comiendo o bebiendo, si habla o hace esfuerzos, al tiempo que siente “como una mano en el fondo de la garganta, que me ahorca”.

Con 1,55 de altura, ha llegado a pesar menos de 40 kgs. Apenas soporta tragar nada sólido y sólo oler la comida le provoca náuseas. Ha sido ingresada en varias ocasiones, debido a su gran debilidad y a crisis de angustia. El diagnóstico médico: reflujo esofagogástrico y estenosis esofágica. Tratamiento: varios psicofármacos –ansiolíticos y antidepresivosy omeprazol. Lleva ya varios años tomando eso, y cambiándole las dosis, sin mejoría.

Ampliando y yendo a fondo en la historia hasta donde es posible en dos horas, me confirma que también sufre de estreñimiento crónico, hemorroides, cefaleas recurrentes. Y.. “me duele todo el cuerpo, doctora”.

Cuando profundizo en la historia, además de derramarse en llanto, va apareciendo una novela de sufrimientos infantiles, malos tratos parentales, malos tratos laborales recientes, y un sinfín de sufrimientos que parece ser nadie ha indagado hasta la fecha. Y un detalle: apenas si escucho su voz, tan bajo tiene el tono.

Me percato de que hay un sustrato demasiado crónico y profundo para esperar una curación rápida. Pero estoy segura de que puede mejorar. Y es lo que trato de transmitirle. Es una mujer inteligente, y tiene necesidad urgente de salir de ese pozo.

Entiende inmediatamente que su núcleo de sufrimiento es reciente y antiguo a la vez. Y está relacionado con los malos tratos, y sobre todo entiende la necesidad de cambiar su actitud sumisa. Capta el mensaje: Nunca más callarte y aguantar abusos de ninguna clase Y añado: Cuando alguien se dirija a ti sin respeto: mírale de frente, a los ojos, y dile con tus propias palabras, que eso no lo vas a permitir.

Desde la primera consulta empezamos con la mejora alimentaria, la disminución de fármacos progresiva -muy receptiva, por su cultura, y por supuesto la homeopatía de fondo. Dada la gravedad, la cito en un mes, ha subido casi dos kg de peso, puede comer papillas, y algunos alimentos blandos y sanos, en pequeñas cantidades, soporta los olores y todos los sabores. Asegura que se siente un 50% mejor. De todo. Tose, claro, pero sólo un par o tres veces mientras come o bebe. Ha disminuido significativamente el dolor y la sensación de ahogo en la garganta, y añade: “Doctora, también estoy aprendiendo a mirar más al frente, y caminar erguida!!”, y yo añado: “Y a alzar más la voz!”. Sonríe. Nos hemos entendido.

Le comunico con claridad el largo camino que intuyo será éste, pero también le refuerzo la confianza en que todo será para mejor.

Han pasado 2 años. Por supuesto, no se ha terminado el trabajo. De hecho, la derivé a psicoterapia, y no pudo sostenerla económicamente. Yo sólo la veo cada 3 meses. Pero, su peso está en 50 kgs, estable. Come bien de todo. Desaparecieron todos los síntomas esofágicos y de angustia, el estreñimiento, y casi los dolores múltiples, los brazos le dan la lata a veces y aún tiene algunas cefaleas. Pero, lo más importante: dejó todos los fármacos, y cambió de trabajo. Se ha enfrentado a su nueva jefa y le ha hecho rectificar sus exigencias desproporcionadas. También está recolocando sus relaciones familiares. Lenta, pero va. Y ha sido capaz, incluso de exigir a un dentista explicaciones razonables, radiografías hechas, para cambiar a otro, porque no se sentía bien atendida.

Cuando le pregunto si le parece que merece la pena seguir el tratamiento y viniendo, me dice: “Pero, ¡por dios, doctora!, si yo estaba muriéndome cuando llegué aquí, y mire como estoy!, pues claro que merece la pena. Nunca podré explicarle cuánto.” Y aunque las dos sabemos que hay heridas que tal vez nunca podrán curarse, también reconocemos ambas el valor del camino recorrido. Y que hay que continuarlo.

QUÉ TIENEN EN COMÚN
ESTAS TRES HISTORIAS DE MUJERES?

La desesperación de procesos supuestamente incurables, y el sufrimiento que ha acompañado el proceso. Y la confianza y esperanza que las han ayudado a avanzar, además de los tratamientos e indicaciones necesarias.

La necesidad de escucha. De ser entendida. Y de entender. A sí misma, a lo que está sucediendo, a la terapeuta-médica, el camino que se sigue y se propone, el proceso, y sobre todo, cuál es su responsabilidad y su poder en ese proceso. La enorme cantidad de recursos tecnomédicos utilizados sin ningún resultado terapéutico útil para disminuir ese sufrimiento.

La iatrogenia, es decir, los perjuicios derivados de la intervención médica, que ha aumentado un sufrimiento, en algunos casos, obviamente derivado de situaciones presentes y pasadas que no se resuelve con fármacos.

El hecho de que no siempre la perspectiva de género es obvia, y también que no basta para comprender a la persona que sufre. Se precisa una perspectiva y una mirada de género y holística.

Los límites de un sistema sanitario que se empeña en quedarse anclado en sus esquemas y métodos rígidos, anquilosados, y en no integrar métodos y recursos terapéuticos útiles. Recursos que demuestran su capacidad de disminuir sufrimientos, y de ayudar en el proceso de auténtica curación. Es decir, la que no se limita a quitar síntomas, si no que ayuda
a no depender de fármaco alguno, a comprender de dónde viene el sufrimiento, a mejorar el autocuidado, y la vida con mayor responsabilidad, poder y plenitud.

El origen del sufrimiento casi siempre está en la propia vida, que pasa desapercibido a los múltiples profesionales que las han revisado. Un sufrimiento al que se le ha sumado el iatrogénico, en un empeño absurdo de “anestesiar” un sufrimiento que está reclamando ser visibilizado, comprendido, y disuelto en un cambio de vida, creencias, relaciones, hábitos.

Por motivos obvios, no abordaré otros casos clínicos igualmente interesantes, y de recorrido mucho más arduo y complejo: casos de displasias CIN1 y CIN2. Con o sin PHV (virus del papiloma). Casos que han remitido, y habiendo estado al borde de una extirpación no sólo de cuello de útero sino del útero completo. Casos de fibromialgia, depresiones mayores, infecciones crónicas de años de cistitis, vaginitis, …. Los puntos en común nombrados más arriba, se repiten en la mayoría. No son casos raros. Son, por desgracia, muy frecuentes. No puedo saber, y dudo de que exista el modo de saberlo, cuántas mujeres de más de 60 años toman una media de 10 a 20 pastillas diarias, con la convicción de que es lo único posible para su situación. Y de que debe ser así, irremediablemente, hasta su muerte. Ni cuántas sufren de intoxicaciones generadas por su propio hábito, o por recomendación médica. Ni cuántas sufren de manera indefinida en sus cuerpos síntomas que son rastreados insistentemente por múltiples pruebas tecnomédicas –no siempre agradables, sencillas ni inocuas-.

Tampoco puedo imaginar cómo hubiera abordado yo estas historias desde un Centro de Salud como médica de base. Disponiendo de 5 a 10 minutos para la consulta. Arañando a veces hasta 15 o 20. Y sobre todo, sin la formación y recorrido vividos.

Por último: en unos pocos años, me jubilaré. Y conmigo, la última generación de medic@s homeópatas que han sido debidamente formad@s en este país. En una situación generalizada de acoso, difamación, presión mediática y gubernamental, con muchísimas dificultades de poder acceder a los remedios homeopáticos necesarios. Con mucha mayor dificultad de seguir formando a las siguientes generaciones. Y entonces ¿a dónde derivaré a las personas que acudan a mí en busca de ayuda?¿A dónde me dirigiré yo misma, o los mí@s, cuando lo necesitemos? ¿Cuál será el futuro inmediato de este tipo de terapéutica?

Con esas que dejo en el aire, y algunas preguntas más, que cada una puede hacerse, me despido.

Maria Fuentes Caballero

Médica. Homeópata unicista