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De sexo, patriarcado y docencia: desconocimiento y anorgasmia

Enriqueta Barranco, Ginecóloga y Docente Universidad de Granada

En su incesante tarea por romper estereotipos en torno a la sexualidad, con el ánimo de desvincularla realmente de la reproducción femenina, día a día, clase a clase, la profesora se empeñaba en tratar de hacer llegar a sus asombradas alumnas, y no menos atónitos alumnos, la pregunta que desde hace años le rondaba por la cabeza: la vagina ¿es un órgano sexual o es un órgano reproductor?

Para inducir a la reflexión, en el nuevo curso que estaba a punto de empezar, decidió que se serviría de un artículo publicado por Shere Hite, titulado “El Punto C”, pensando que con él quedaría meridianamente aclarada la función placentera de la que está dotado el clítoris –generalmente llamado clítorix por las oyentes - y la penetrativa-reproductora que le fue conferida a la vagina.

El paso inmediatamente posterior sería demostrar que la fecundidad femenina es tan breve como un día, tras el cual el óvulo pasa a mejor vida, lo que equivale a no brindar al impetuoso e intempestivo espermatozoide la posibilidad de que lo invada. Y, para más añadidura, insistiría en que todas las mujeres periódicamente reciben el aviso de que el ovario puede mostrarse condescendiente con el espermatozoide durante algunos días, permitiéndole su permanencia en la antesala de la fecundación, que no es ni más ni menos que el selecto tejido del que se compone el interior del cuello uterino, pero que esta condescendencia va precedida de unos signos autoapreciables, sin intervención externa, lo que confiere a las mujeres una verdadera libertad para disponer a voluntad de sus cuerpos sexuados sin la intervención del factor reproducción.

La docente intuía que conforme avanzaran las explicaciones sobre tan novedosas materias, el alumnado se inquietaría más y más, pero ella no pensaba cejar en su empeño por conseguir que las jóvenes recién incorporadas a la Universidad pudieran comenzar a disfrutar libremente de sus sexualidades sin estar sometidas al yugo de la anticoncepción, elaborado por patrones masculinos, y del de la penetración vaginal, pensada para disfrute de novios y demás. Pero era consciente de que en los sagrados recintos universitarios había poco espacio para las trasgresiones y no le cabía duda de la poca ortodoxia del discurso que impartía. Le reconfortaba pensar que las jóvenes que lo escucharan a partir de entonces contarían con elementos para decidir cabalmente sobre sus vidas y sus sexualidades. Y preveía que quizá los jóvenes verían con inquietud la forma en la que se planteaba el tan delicado asunto pues, en teoría, les dejaba poco margen para la dominación.

Es necesario destacar que el selecto grupo de oyentes que la docente esperaba procedía de los más elitistas centros docentes, lugares en los que habían sido adiestrados para lograr salvar los escollos de una selectividad poco selectiva, sin haberles enseñado nada de la magia de la vida. Nunca antes habían recapacitado sobre la independencia que las mujeres podrían alcanzar en el momento en el que se sintieran realmente dueñas de sus cuerpos, gozando de sus sexualidades sin tener porqué sentirlas vinculadas a la satisfacción de los deseos masculinos.

Tanta novedad en el terreno de la anatomía y de la fisiología femeninas ¿llegaría, tal vez, a abrumar a un alumnado poco preparado para afrontar transformaciones del pensamiento científico, convencido, como estaba, además, de que “como todo viene en los libros” ni siquiera tendría porqué estar presente en clase?

Ella sabía hasta qué punto ellos ignoraban que en ninguna de las fuentes que consultaran encontrarían respuesta a la primera pregunta que se les había planteado y a las que irían surgiendo a lo largo del curso: ¿Es liberación femenina el que las mujeres, para considerarse sexualizadas, tengan que compartir el único camino que hay para la reproducción, arriesgando la salud? ¿Son los métodos anticonceptivos basados en la fertilidad “permanente” de los hombres una liberación para las mujeres?

Sin embargo, ella también sabía que, a pesar de tanta subversión del orden establecido, muchas y muchos no llegarían a comprender realmente que la vagina es un órgano reproductor, que el órgano sexual de las mujeres es el clítoris, y que ellas (las mujeres) tenían la potestad de compartir su vagina con sus pares masculinos pero lealmente y sin condiciones, pues no en vano se proclama, de forma reiterada, desde hace más de cincuenta años, que sexualidad y reproducción son hechos diferentes. Quienes llevaban años usando anticonceptivos ¿se llegarían a sentir estafadas.... AQUÍ?

Finalmente -siguió con el hilo de sus pensamientos-, como en cualquier proceso de aprendizaje, llegaría el día de la evaluación, temido y odiado por docentes y discentes, pero imprescindible para ambas partes, pues con ella se obtiene una visión de lo que se ha querido enseñar y de lo que no se ha podido conseguir. En ese final de curso por venir, entre otras cuestiones, se trataría de que el alumnado expresara sus ideas acerca de las “disfunciones sexuales femeninas” y de la ubicación del “Punto C”. La mayoría, como en años anteriores, a pesar de lo dicho en clase, no dudaría en contestar que la anorgasmia era la disfunción sexual más común entre las mujeres, y que se debía a la inexperiencia del compañero, pues, al parecer, no eran conscientes de las posibilidades de autoestimulación y otros menesteres, todos ellos destinados a obtener placer sexual. Y qué pocas pensarían que lo que realmente afecta a las mujeres es la falta de deseo sexual o, lo que es igual, su negativa a compartir sus vaginas con compañeros que las utilizan como si de una cosa propia se tratara, y que están cansadas de utilizar métodos anticonceptivos ideados por el patriarcado que, además, les ha birlado la oportunidad de conocer cómo autocontrolar su fertilidad y además se erige en salvador de la “salud reproductiva,” eufemístico término tras el que se ocultan demasiados poderes. ¿Habría, quizá, como el año anterior, alguna alumna que, en sus apreciaciones, llegaría a instalar el “Punto C” a 3 centímetros precisos de la entrada de la vagina, y otras que pensaran que el vaginismo era “un problema porque la vagina de las mujeres era tan amplia que impedía que el pene se frotara adecuadamente en su interior”? Desde luego, eso sí, todas conocerían los preservativos y otros adminículos para poner freno a la impetuosa vida espermática...

Ante tal cúmulo de despropósitos, la docente tendría necesariamente que preguntarse, otra vez, por la educación sexual que habían recibido estas jóvenes ya universitarias que llegaban dotadas de ciertos conocimientos técnicos pero desconocían las más elementales formas de conseguir y dar placer con las relaciones sexuales. Evidentemente que los tabúes del profesorado de los Centros se transmiten de forma fehaciente y cambiar la forma de educar es un proceso complicado que compromete aspectos íntimos de los hombres y mujeres implicados en el proceso de enseñanza y aprendizaje.

De modo que, aún conociendo de antemano los límites del esfuerzo, se dispuso a empezar otro curso, convencida de que mientras no dotemos a nuestras jóvenes de instrumentos que les permitan conocer sus posibilidades reales de liberación, la sexualidad y la reproducción seguirán siendo temas límite en las Facultades de Medicina, y las alumnas y alumnos transmitirán en el futuro, a pacientes y alumnos, las carencias con las que entraron y salieron de los recintos universitarios; que tratar de conseguir la igualdad en salud sexual y reproductiva seguirá siendo una ironía si los lugares autorizados para enseñar continúan estando contaminados por el patriarcado y sus formas sutiles de impedir el proceso de transformación que debe ser inherente a la actividad académica.

 

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