Mujeres y Salud - Revista de comunicación cientifica para mujeres
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Andando con los zapatos de otra. Relato del taller "Dos para saber, dos para curar"
Margarita López Carrillo, Documentalista CAPS

En una de mis novelas favoritas, un padre le dice a una hija: para comprender a alguien hay que meterse en sus zapatos.

Esto es lo que hicimos las presentes el día del taller. Las directoras de escena nos pidieron a algunas asistentes que asumiéramos durante un rato los distintos personajes. Nos pidieron que representáramos el guión tal como estaba escrito, es decir, la enfermera pasando por la sala de espera atestada sin ver ni oír a nadie; la paciente abrumada de dolores, cargas familiares, precariedad laboral y achicada por un exceso de docilidad y miedo; la hermana enfadada con la enfermera por no hacerles caso, con su cuñado por ser un "aquí me las den todas", con su hermana por estar enferma, con la doctora por no arreglarla y con ella misma por no ser capaz de pasar de todo; la médica abrumada por la sala llena de gente, la escasa efectividad de su talonario de recetas, por la enfermera urgiéndola sutilmente en su entrar y salir de la consulta como un sabueso inquieto, y abrumada por la responsabilidad de esa paciente a quien prefiere no mirar porque no sabe qué decirle ni qué hacerle y sólo quiere que coja la receta y se vaya lejos.

Hicimos todo esto y, aunque lo habíamos leído, nos sorprendió lo que sentimos (lo que sentimos las actrices improvisadas y las improvisadas espectadoras), porque sentimos todo el desánimo desamparado de la paciente a quien todos mandan (la enfermera, la hermana, el marido, los hijos, el suegro, el jefe), que por toda respuesta se queja de mareos y le duele todo el cuerpo, que no tiene fuerzas ni para levantar la mano, la voz, el brazo para parar los golpes, deshacerse de algún fardo, dar un puñetazo en la mesa, un portazo. Y toda la rebeldía de la hermana que sabe que si la pánfila de su hermana se rompe tendrá que hacerse cargo de su familia y de la suya propia porque cómo la va a dejar tirada, pero qué demonios hace esa médica de hielo que no la cura de una vez. Y toda la impotencia de la médica, opaca tras su talonario, agazapada y rígida tras su mesa sin levantar la cara, conteniendo la respiración, esperando a que esa mujer doliente, dependiente como una criatura, acepte mi palabra de que esta nueva medicina le va a curar de ese dolor que es tan amplio y difuso como el continente perdido y que a mí en la facultada nadie me enseñó a explorar, de modo que sólo deseo que coja la receta y le ponga mucha fe y a ver si por esas casualidades de la vida le hace algo. ¡Y que se calle la hermana!

Sentimos todo eso y luego nos adentramos como espeleólogas todas juntas en el debate, con la presencia palpitante aún de esas mujeres sufriendo de espaldas las unas a las otras, sufriendo unas contra otras. Todas la limitaciones de nuestra medicina y de nuestro sistema de atención salieron a la palestra, toda la falta de formación, de poyo, de recursos de las profesionales y toda el complejo entramado de dolores y malestares que empuja a tantas mujeres a la consulta de atención primaria en busca de algún alivio. Contemplamos desanimadas el espectáculo. Parecía que mientras no cambiara el ancho mundo nada podía hacerse por mejorar la situación de esas mujeres (médicas y pacientes). Entonces una asistente, médica de primaria (nuestra querida Pilar Babi), dijo algo que nos devolvió de golpe a la esperanza y al principio de realidad (la modesta pero consistente realidad): "A pesar de todo eso, que es verdad, EL ENCUENTRO ES POSIBLE".
Bueno, esta es la conclusión, para qué añadir nada. EL ENCUENTRO ES POSIBLE. Mientras haya dos personas frente a frente con unos minutos para hablar (por pocos que sean), una con una demanda (pero también con unos saberes y recursos, tal vez ignorados por ella misma pero no por ello menos reales) y otra con unos conocimientos para hacer frente a esa demanda, aunque sólo en parte; dos adultas tratando de aunar esfuerzos para ver qué se puede hacer con una situación, sin esperar milagros, pero aceptando cada una su parcela de responsabilidad...., mientras esto sea posible, el encuentro (y la modificación del problema) es posible.

Rehicimos el sketh, ahora con la premisa en la frente, y volvió a ser una experiencia increíble lo que llegamos a sentir. La enfermera dejó de ignorar a la gente de la sala para pedirle por favor paciencia, gracias a ello la hermana entró mas tranquila en la consulta, dejó que la paciente hablara por sí misma, la médica la miró a los ojos, la escuchó, le propuso un nuevo medicamento a ver si le sentaba mejor, le tocó la mano, la paciente preguntó sus dudas y le contó un poco su vida, parecía mas alta, la médica le propuso algunas ideas para aligerar las cargas, "¿porqué no se va por ahí una tarde a la semana?", la hermana se brindó a ayudarla a convencer al marido "lo ha dicho la doctora, habrá que hablar con Manolo".

En fin, no cambió su vida, no dejó de tener la espalda como un garrote de la noche a la mañana ni durmió como un bebé de entonces en adelante, pero se sintió un poco más persona, le pareció que podía hacer algo frente a sus males, algo, y que tenía donde ir a buscar apoyo, medicinas, ideas, aunque no milagros. El encuentro fue posible porque, por un momento, las tres nos metimos en la otra y anduvimos con sus zapatos.

NOTA: La primera escena duró 7 minutos y la segunda (aunque todas tuvimos la impresión de haber invertido un cuarto de hora) duró...¡7 minutos! (alguien tuvo la feliz ocurrencia de cronometrarlo). Otra sorpresa.

 

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