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"Antes muerta que sencilla". Niñas con la infancia robada
Gemma Cánovas Sau, Psicóloga Clínica-Psicoanalista

Ultimamente se oye por cualquier lado el estribillo de la canción: "antes muerta que sencilla" cantada por una niña de nueve años que se ha hecho famosa a raíz de ganar un concurso de canciones eurovisivo para menores. El hecho de que la letra de la mencionada canción sea más propia de un conjunto estilo Spece Girls, no pasaría de ser una anécdota sino fuera porque se ha erigido en un auténtico movimiento comercial que busca con ansiedad depredadora consumidoras de madurez precoz entre niñas que aún no tienen ni la menstruación. Es la punta del iceberg de un tema que debería preocupar al conjunto de la sociedad: a la infancia se le está recortando la infancia valga la redundancia, mientras se prolonga artificialmente la adolescencia.

En la actualidad la tecnología está muy presente en cada hogar, en cada familia; se dice incluso que el manejo hábil del ratón de un ordenador es consustancial a los niños y niñas desde el Parvulario. No hay peligro alguno en ello a mi entender, si se combinan estas actividades con la creatividad y el juego simbólico, que son ingredientes fundamentales para el desarrollo psicoafectivo. Recordemos a este respecto las palabras de Winicott: "En el juego y sólo en él, pueden los niños y los adultos crear y usar toda su personalidad, y el individuo descubre toda su persona sólo cuando se muestra creador" *

En el imaginario colectivo ha calado el mensaje contra la sencillez de las que se hacen portadoras en este caso, las niñas expropiadas de sus juegos.
En sus procesos de identificación normales con la madre, las hijas toman referentes externos tales como la ropa, los zapatos de tacón, el maquillaje y escenifican imágenes de la femineidad, la mascarada como diría más de un psicoanalista lacaniano. Pero claro, una cosa es teatralizar: la nena que juega a imitar a su mamá o a la profesora y otra bien distinta, tratar de ser las "Juanis" de nuestro tiempo a partir de los ocho años.

Un día acudió a mi consulta una madre con su hija adoptiva de unos siete años. El primer día que la trajo, para ayudar a establecer la transferencia, decidí permitir que estuvieran las dos juntas. La nena estuvo dibujando durante la sesión y hablando de su escuela, hasta que, momentos antes de finalizar su madre dijo: "anda, cántale a la psicóloga: antes muerta que sencilla", y mirándome a los ojos con aire cómplice añadió: "lo hace estupendamente, ya verá". Cual no fue mi sorpresa cuando la nena, que lleva sólo un año en Cataluña y procede de una lejana república soviética, cantó sin dejarse una estrofa y con la melodía ajustada la canción que hacía tan feliz a su madre. "Las mujeres necesitan, una poquita, una poquita libertad.... Chanel cuatro, que es más barato.." Pensé qué libertad estaba pidiendo esa madre a través de proyectar la canción sobre la niña, ya que cuando realicé la entrevista con su pareja parecía alzarse entre los dos una gran distancia afectiva y una fuerte incomunicación, telón de fondo de los múltiples signos de malestar y las complicaciones en la primera etapa tras la adaptación, dificultades escolares añadidas.

Sabemos a estas alturas de la influencia del mundo emocional en el organismo, las niñas compiten actualmente entre los ocho años y los nueve, a ver a cual le apuntan ya los pechos o, incluso, piden a las madres los pre-sujetadores cuando aún no los necesitan. Forzando así, sin saberlo, a la hipófisis para que estimule los procesos hormonales que, a su ritmo, han de llegar cuando las cosas estén maduras para ello.

Esta sociedad compulsivamente consumista les empuja a una especie de carrera por crecer, por dejar atrás muñecas y pelotas. Pero no se puede saltar etapas. Ya hemos visto con frecuencia, las profesionales de salud mental, a muchas mujeres en nuestras consultas aquejadas de un acceso precoz a la madurez por otras causas: cuidar a hermanos pequeños cuando aún ellas mismas se hallaban en la infancia, bodas prematuras como medio de huir de la casa familiar... y, más tarde, la reaparición súbita de la niña oculta, de la adolescente que pereció antes de emerger, pidiendo su cuota de expresión mediante síntomas psicológicos o psicosomáticos que indican que el edificio subjetivo se construyó con débiles cimientos .

En la actualidad y a pesar de que la explotación infantil está legalmente abolida, se sabe que existen países o lugares quizás no tan lejos, donde no es extraño ver niños pequeños transportando cargas pesadas, ejerciendo prostitución o realizando tareas domésticas. La otra cara de la misma moneda es esta manipulación sutil de las denominadas sociedades avanzadas que menciono y que traspasa la canción de marras que sirve de punto de partida para conducirnos a la reflexión.

Las niñas hoy corren el riesgo de caer en la trampa de querer entrar cuanto antes en la adolescencia; esa adolescencia que después, paradójicamente, se extiende más allá de lo razonable pues la adolescente se resiste a salir de ella y se queda esperando lo que no ha obtenido antes desde el entorno familiar: palabras que la ayuden a transitar mejor por la vida.

* D.W. Winicott "Realidad y Juego", Ed. Gedisa

 

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