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LOS EFECTOS DEL URANIO EMPOBRECIDO SOBRE LA SALUD: UN VENENO LETAL Y DE LARGA DURACIÓN

<Eduard Rodríguez-Farré>

Nuevas guerras, nuevas armas, nuevos síndromes

Desde 1991 hemos asistido al desarrollo de una serie de guerras por parte de los Estados Unidos de Norteamérica (EEUU) y sus adláteres de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) -denominadas por ellos intervenciones humanitarias y altruistas- caracterizadas por su rapidez y el uso masivo de tecnología (aérea, blindados, misiles, electrónica,...) con una alta potencia destructiva. En estas guerras -Irak, Balcanes, Afganistán, de nuevo Irak-, acordes con los planteamientos estratégicos de los teóricos del Pentágono, se ha pretendido que las intervenciones eran altamente selectivas sobre objetivos militares, si bien con algunos efectos colaterales inevitables (léase víctimas civiles e infraestructuras públicas devastadas). La enorme potencia destructora y la relativa selectividad se obtienen gracias al desarrollo de nuevas o perfeccionadas armas diseñadas y producidas por la poderosa industria armamentística de los EEUU.

Tras las primeras intervenciones de este nuevo tipo de guerra comenzaron a describirse un conjunto de afecciones en los militares que en ellas participaron y que vinieron en denominarse síndrome de la guerra del Golfo (Pérsico) -Irak 1991- y síndrome de los Balcanes -guerras de Croacia, Bosnia, Serbia y Kosovo entre 1991 y 1999-. Estos síndromes manifiestan aspectos no observados anteriormente y han sido muy controvertidos, negando las autoridades militares y políticas su realidad y afirmando su existencia las asociaciones de afectados, mientras que diversos grupos de científicos consideran los hechos, aceptan la duda y debaten las características de tales entidades clínicas. Ello se refleja en el más de medio millar de publicaciones internacionales referenciadas hasta mayo de 2004 en la base de datos Medline (Biblioteca Nacional de Medicina del gobierno de los EEUU) relativas al síndrome del Golfo y en un centenar sobre el homólogo de los Balcanes. En estas publicaciones puede encontrarse una amplia variedad de análisis al respecto, estando todavía por efectuar una decantación metodológicamente adecuada de los datos existentes que permita establecer conclusiones definitivas.

El denominado síndrome del Golfo debe relacionarse con el síndrome de los Balcanes. En ambos casos se trata de un trastorno complejo, progresivo, multiorgánico e incapacitante. Las manifestaciones clínicas descritas comprenden, entre otros síntomas y signos, fatiga crónica, disfunciones neurológicas, dolor muscular y articular, alteraciones inmunológicas, cefaleas, ansiedad, anomalías ginecológicas, embarazos disfuncionales y malformaciones congénitas, problemas respiratorios, nefropatía, leucemia, etc. 1-6. Las causas postuladas para estos síndromes de nuevas posguerras son múltiples: agentes de combate químico, plaguicidas, polivacunas y demás productos protectores (antigases nerviosos entre otros), materiales radiactivos, combinación de diversas exposiciones a tales agentes... Entre ellos destaca por su notoriedad el denominado uranio empobrecido, metal que presenta tanto un riesgo radiológico como de toxicidad química.

El problema radica en el ingente uso, a partir de 1991, de proyectiles contra blindajes (anticarro, antibúnker, demoledores, etc.) provistos de penetradores de uranio empobrecido. La Fig. 1 muestra un modelo de este tipo de proyectil utilizado principalmente por los carros de combate pero también por helicópteros, aviación, etc. Esta utilización se efectúa porque el uranio, como metal ultrapesado y pirofórico, tiene mayor capacidad de perforar los blindajes de los tanques u otras protecciones que el tungsteno, utilizado anteriormente para estos fines.

URANIO EMPOBRECIDO = URANIO-238

El uranio es el elemento natural más pesado que existe en este planeta (número atómico 92). En la corteza terrestre este metal se encuentra en una concentración promedio de 2-3 ppm (partes por millón; 2-3 mg/Kg.) en forma de diversos minerales (pechblenda, uraninita, etc.) y está compuesto por una mezcla de tres isótopos, todos ellos radiactivos y definidos por su peso atómico: el uranio-238 constituye el 99,27% del total (vida media radiactiva T_ = 4510 millones de años), el uranio-235 el 0,72 % (T_ =713 millones de años) y el uranio-234 el 0,006% (T_ = 247000 años). De los 3 isótopos tan sólo el uranio-235 es utilizable para la fabricación de bombas atómicas y como combustible en los reactores nucleares (sean de producción eléctrica o para otros fines). Ello se debe a que es fisible (desintegración en otros elementos con liberación de ingentes cantidades de energía) cuando es bombardeado con neutrones lentos. Para su uso en reactores el 0,7% de uranio-235 presente en el elemento natural debe ser incrementado hasta un 3-5% y alcanzar más del 90-95% para fabricación de bombas. El uranio-238 restante del complejo proceso de separación isotópica ha venido en denominarse eufemísticamente empobrecido en contraste con el uranio enriquecido en isótopo 235*.

Como todo uranio, el empobrecido es radiactivo, aunque su intensidad sea menor que la del enriquecido. Ese metal proviene, como se ha indicado, de los restos no utilizables del uranio enriquecido, empleado en las centrales nucleares y en los usos militares. En la actualidad existen ingentes cantidades de ese tipo de uranio acumulado como subproducto de la industria nuclear. De todos modos, conviene no ignorar que el uranio-238 tras absorber neutrones y seguir una doble desintegración beta se transforma en el elemento sintético de número atómico 94, el radiactivo y extremadamente radiotóxico plutonio- 239 (T_ = 24360 años), también utilizable en armas nucleares -de hecho es el principal ingrediente de las bombas atómicas- y en reactores rápidos especiales. Este plutonio se encuentra también como subproducto de los reactores de las centrales electronucleares y constituye uno de los principales problemas presentes en los desechos radiactivos.

En todo caso, el uranio-238 es un emisor radiactivo de partículas alfa altamente energéticas y constituye la cabeza de serie de un conjunto de transmutaciones en otros elementos radiactivos (torio, radio, radón, polonio, etc.) que finaliza en el plomo estable (véase esquema de la Fig. 2). La utilización de este tipo de uranio en los obuses anticarro y contra blindajes implica que, por sus propiedades químicas y pirofóricas, en el momento del impacto æperforante dada su alta energía cinéticaæ se transforme en un aerosol, es decir, se pulverice en partículas enormemente pequeñas que en contacto con el oxígeno del aire estallan y rompen en llamas. Estas finas partículas de uranio, de un tamaño micrométrico y en diferentes estados de oxidación (UO2 y U3O8 principalmente), se dispersan por el medio, se depositan en el suelo y pueden transportarse con el viento, la lluvia u otros fenómenos a grandes distancias, lo que aumenta la posibilidad de ser inhaladas por las personas que habitan en amplias zonas. Además, tienen la característica de que permanecen en el ambiente durante millares de años emitiendo radiactividad y transformándose, por desintegración, en otros elementos de mayor intensidad radiactiva (Fig. 2).

TOXICIDAD DEL URANIO-238 Y EFECTOS SOBRE LA SALUD

El uranio -cualquiera que sea el isótopo- emite partículas a al desintegrarse, las cuales son de muy alta energía (4,27 MeV en el caso del uranio-238)**. La radiación a (un núcleo de helio: 2 protones y dos neutrones), dada su masa, es muy poco penetrante y puede ser fácilmente bloqueada. Por ello el peligro de irradiación externa es relativamente bajo para quienes están cerca del metal o incluso en contacto con los proyectiles u otros materiales de uranio (protecciones sencillas bastan).

Por el contrario, el uranio presenta ante todo un riesgo de irradiación interna y toxicidad química cuando la exposición se efectúa por inhalación e ingestión, especialmente cuando se encuentra en forma finamente pulverizada como en los aerosoles producidos por la colisión de un proyectil con un blindado o cualquier otra superficie resistente.

Fg. 1. Modelo de proyectil contra blindaje M829 A1 de 120 mm (~20 Kg de peso) con perforador de uranio empobrecido. Diseñado y fabricado por los EEUU para uso en carros de combate. Fue utilizado en la invasión de Iraq de 1991 ("Operación tormenta del desierto") para destruir los tanques iraquis. Este modelo se considera anticuado y ha sido sustituido por otros más potentes como el M829 A2. Estos proyectiles son utilizados por los ejércitos de la OTAN [Fuente: FAS Military Análisis Network; http://www.fas.org/man/dod-101/sys/land/m829a1.htm]

El aerosol de uranio cuando es inhalado -la vía de exposición más importante- o ingerido por los humanos se acumula en el organismo. Entra por el pulmón o, en el caso de formas solubles, por vía digestiva, y pasa al torrente sanguíneo para acabar depositándose en cantidades apreciables en los huesos -de manera similar al calcio-, permaneciendo allí prácticamente toda la vida (véase esquema de la Fig. 3). Si bien una parte importante del uranio incorporado en el organismo es eliminada por la orina en los días siguientes a la exposición, la fracción que permanece en el hueso efectuará una irradiación interna que tiene importancia a nivel celular.

Aunque la dosis de radiación puede no ser importante cuando se considera el organismo entero, la energía liberada en las células donde se ha depositado el metal radiactivo es considerable. En efecto, dada la poca penetrabilidad de la radiación a, y al contrario de lo que ocurre con las emisiones g y b, toda la energía de la partícula radiactiva -los 4,27 MeV mencionados- se liberará en el trayecto de una pocas micras, lo que equivale a decir que está energía será recibida por el interior de la célula donde ha ocurrido la desintegración de un átomo de uranio-238.

Esta transferencia localizada de energía desestabiliza el funcionalismo celular, llevando a consecuencias patológicas o letales. Es pertinente recordar que con la desintegración del uranio-238 no finaliza la exposición radiactiva y tóxica, pues éste inicia la transmutación en la serie de radioelementos indicados en la Fig. 2 (Serie radiactiva de desintegración del Uranio-238 mediante emisión de partículas alfa y beta. Todos los elementos de la serie de transmutación son radiactivos hasta llegar al plomo-206 estable. La cifra indica el peso atómico del elemento).

En el caso de formas insolubles las partículas inhaladas se acumulan prolongadamente en los ganglios linfáticos y de allí puede pasar el uranio-238 lentamente a la sangre. Los fragmentos de metralla de este metal en el organismo también van liberando a lo largo de los años el isótopo a la sangre (Fig. 3, Entrada, distribución y acumulación del uranio 238 (uranio empobrecido) en el organismo. [Fuente: http://www.cadu.org.uk])

Aparte de su duradera acumulación en el tejido óseo, el uranio muestra también una gran afinidad por el riñón, los ganglios linfáticos y el hígado. Asimismo, se encuentra presente en el semen donde posiblemente se deposita, al igual que en otros tejidos, en forma de ion uranilo (UO22+ ) sustituyendo al calcio 9.

Experimentalmente se ha mostrado que la inhalación de uranio produce en animales de laboratorio la aparición de tumores óseos, leucemia aguda y mieloide crónica y neoplasias renales 9,10. Estos efectos, atribuibles a la radiación, correlacionan con la distribución y acumulación del uranio en el organismo. El depósito en huesos es el que puede determinar tanto la irradiación de la médula ósea (sitio donde se forman las células sanguíneas) -inducción de leucemia- como del tejido óseo -desarrollo de osteosarcomas-, mientras que la acumulación en otros tejidos posee también un potencial carcinogénico por la radiación que emite.

Independientemente de sus efectos radiactivos, el uranio posee también una importante toxicidad química como metal pesado. Esta se manifiesta predominantemente en el riñón y, con menor intensidad, en el hígado. La lesión nefrotóxica más característica se localiza en el túbulo proximal renal. Debe puntualizarse que todavía existen múltiples aspectos de la toxicidad del uranio -sea radiobiológica, sea química- mal definidos o desconocidos.

Respecto a los efectos del uranio empobrecido sobre los humanos las investigaciones efectuadas hasta el momento son todavía preliminares, inconcluyentes y contradictorias. Tal y como se ha indicado al principio, existe una gran presión informativa negando cualquier efecto del uranio diseminado en las recientes guerras. Sin embargo, además del conocimiento experimental, diversos estudios epidemiológicos publicados en los últimos años postulan la manifestación de determinadas patologías en los veteranos militares y civiles de las guerras del Golfo y de los Balcanes, en especial la aparición de tasas de leucemia superiores a las observadas en la población no expuesta a este agente 7,11. Ello sería concordante con los estudios experimentales. De todos modos, para poder efectuar comparaciones rigurosas sería necesario conocer estrictamente los datos de estos veteranos -tipos de actividad, condiciones de trabajo, etc.- expuestos en las áreas de Irak y de los Balcanes donde se usó armamento con uranio- 238, evaluar cuantitativamente la exposición interna a este metal, el tiempo que el personal ha permanecido allí y la cifra de tumores que sería razonable esperar en estos grupos de población si no hubieran estado en la zona (que sería de tres a cuatro casos por 100.000 para el tipo de leucemia considerado).

Paralelamente al incremento de leucemias, otros efectos han sido descritos recientemente. Así, se ha reportado que entre el personal sueco (militar y civil) implicado en las misiones de las Naciones Unidas en los Balcanes -8750 varones y 438 mujeres- desde 1989 hasta 1999, se detecta un ligero incremento de cánceres totales sobre la tasa esperada. Más significativo es el dato observado en el grupo de militares varones, en el cual aparecen 8 casos de cáncer testicular frente a los 4,6 esperados. Como en la mayoría de estudios, tampoco en éste se efectuó una estimación de la exposición real al uranio-238. Y, de forma similar, también se requiere aquí un seguimiento prolongado para evaluar los riesgos a largo plazo derivados de la misión 12. De especial relevancia es el estudio que muestra, en un grupo de veteranos británicos de ambas guerras expuestos al uranio empobrecido, un incremento estadísticamente significativo de aberraciones cromosómicas del tipo inducido por las radiaciones ionizantes a 13. Tal observación estaría de acuerdo con la afinidad del uranio por los ácidos nucleicos, a los que se une fuertemente in vitro 9.

En contraste con el cada vez mayor número de estudios, la inocuidad del uranio empobrecido sigue siendo afirmada enfáticamente por diversas instituciones y medios. Curiosamente, si la utilización bélica del uranio empobrecido no causa ningún efecto sobre las personas expuestas -militares, miembros de ONGs, población local, etc.-, ¿puede alguien explicar por qué las fuerzas armadas de los EEUU investigan cómo proteger a las células humanas de los efectos cancerígenos inducidos por dicho uranio? Tal es lo que se describe, por ejemplo y entre otros, en los trabajos publicados por el muy oficial Armed Forces Radiobiology Research Institute de Bethesda, Maryland 14.

Por último, y como mayor criterio de salud pública, conviene tener en cuenta que la población que habita en las áreas contaminadas -numéricamente el colectivo más importante- es la que corre mayor riesgo, al estar continuamente en contacto con el uranio empobrecido. Por tanto, estas personas, más que los soldados, son las que van a tener más problemas de salud.

A título de ejemplo del riesgo para la población, valga citar un reciente estudio en el que se describe la aparición de manifestaciones similares al síndrome del Golfo y de los Balcanes en la población de varias áreas de Afganistán tras la denominada Operación Anaconda (bombardeos masivos de la aviación de los EEUU en 2002, usando bombas perforantes para destruir cuevas profundas donde se suponía residía Osama Bin Laden). Entre las sujetos procedentes de la región de Tora Tora, Jalalabad y otras zonas bombardeadas, los niveles de uranio-238 en orina llegaban a ser hasta 200 veces superiores a los de personas control. De forma similar, los niveles de uranio-238 en el suelo y el agua de estas áreas eran muy superiores a los máximos admisibles establecidos por los organismos internacionales 7. Las cantidades de uranio empobrecido diseminado durante las recientes guerras son desconocidas, si bien ha ido in crescendo desde la primera intervención en Irak. Una aproximación la proporciona la OTAN, que reconoce haber empleado durante los bombardeos aéreos de 1999 en Kosovo 31000 proyectiles contra blindados conteniendo cada uno 300 gramos de uranio empobrecido 15. Estas cifras no incluyen los bombardeos sobre Serbia ni las acciones terrestres. El armamento conteniendo este tipo de uranio utilizado en la guerra contra Afganistán de 2001-2002 y en la ocupación de Irak de 2003 fue considerablemente mayor. En conclusión, hoy por hoy se tienen muy pocos datos del estado sanitario de estas poblaciones, al fin y al cabo las principales víctimas de las nuevas guerras, las nuevas armas y los nuevos síndromes.

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11. Durakovic A: On Depleted Uranium: Gulf War and Balkan Syndrome. Croat Med J 2001; 42(2):130-134
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14. Miller AC, Xu J, Stewart M, McClain D: Suppression of depleted uraniuminduced neoplastic transformation of human cells by the phenyl fatty acid, phenyl acetate: Chemoprevention by targeting the p21RAS protein pathway. Radiat Res 2001; 155(1): 163-170
15. NATO: Depleted uranium. NATO Information, 16 February 2001

*. La denominación uranio empobrecido (depleted uranium en inglés, literalmente uranio gastado, agotado) no deja de ser extremadamente utilitarista y confusa. Es uranio empobrecido en isótopo de peso atómico 235, el que interesa incrementar para los usos citados, pero enriquecido en el abundante isótopo 238. De hecho, éste es el utilizado para ciertas finalidades, especialmente en los reactores plutonígenos militares.

**. MeV: megaelectronvoltio (millón de electronvoltios). El electronvoltio (eV) es la unidad utilizada para expresar la energía asociada con las partículas de las emisiones radiactivas y se define usualmente como el trabajo requerido para mover una unidad de carga eléctrica a través del potencial de un voltio.

Eduard Rodríguez-Farré
Científicos por el Medio Ambiente (CiMA) y Centre d'Analisis i Programes Sanitaris (CAPS)
Doctor en Medicina y Profesor de Investigación en Fisiología y Farmacología en el Instituto de Investigaciones Biomédicas de Barcelona, CSIC-IDIBAPS, C/ Rosellón 161, Hospital Clínico Universitario, E-08036 Barcelona, España.

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