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LAS MUJERES ANTE LAS NUEVAS TECNOLOGÍAS REPRODUCTIVAS

<Silvia Tubert>

-"Yo creo que no voy a tener suerte, pero voy a seguir haciéndomelo hasta que me diga la doctora que ya..."
-"Será tu destino, es cuestión de tener suerte."
-"Cuando me dijeron que tendría dificultades para tener hijos, empecé a decirme: Tengo que, tengo que, tengo que tener un hijo antes de los 30 años. No sé porqué."

¿Es el deseo de hijo la que alienta en estas invocaciones al destino, a la suerte, o en el imperativo "tengo que", que se impone ante las dificultades? ¿Es la falta de hijo la que hace al mundo incomprensible, carente de sentido?

¿Esterilidad “idiopática” o psicosomática?

Estas son las palabras de mujeres que comenzaron a visitar diversos servicios de esterilidad después de algunos años de haberse casado. Se les ha propuesto tomar parte en un programa de fertilización in vitro (FIV) después de períodos que fluctúan entre los cuatro y los diez años de "análisis, exploraciones, insuflaciones de trompas, biopsias, radiografías, laparoscopias, operaciones de trompas, tratamientos hormonales". En ningún caso se pensó en la posibilidad de una consulta con un psicoanalista, a pesar de que se trata de un grupo de diez mujeres que, según los informes médicos, no presentan ningún impedimento anatómico ni fisiológico para un posible embarazo.

Se plantea así un doble interrogante: ¿Por qué se les indica un programa FIV? Y ¿Por qué acceden ellas? ¿Qué quieren? ¿Un niño "a cualquier precio"? ¿Se trata efectivamente del deseo de hijo?

En el discurso de estas mujeres aparece siempre, en primer plano, la referencia al cuerpo. Ante el embarazo buscado que no se produce, emerge la demanda al médico, al hospital, al servicio de planificación familiar. El cuerpo como lugar de gestación se medicaliza. Se borra la diferencia entre el cuerpo del discurso del sujeto que, como tal, está abierto a diversas significaciones, y el cuerpo del discurso científico. Las mujeres "infecundas" hablan del cuerpo de la medicina, se refieren a la estimulación de la ovulación, extracciones de sangre, óvulos que no fecundaron, que se rompieron o estaban "en mal estado". Se trata del cuerpo en su peso real, del cuerpo que aparece para el sujeto como obstáculo para la realización de su deseo. Hablan una y otra vez de los diferentes tratamientos y de la respuesta de sus cuerpos, como si buscaran descifrar un enigma: -"Como no me ven nada a simple vista, me van a hacer la laparoscopia, a ver si hay algo más adentro." Tal vez esperan encontrar algo allí donde no hay nada, donde no hay más que el vacío del que da cuenta la menstruación cada mes: -"He tenido temporadas de llorar y de no querer salir a la calle, porque me falta algo." Y, como se sabe, "un niño llena mucho".

Las mujeres, en la medida en que se someten a estas intervenciones, se sienten exigidas a adecuarse absolutamente al ideal cultural de la maternidad biológica; se torna imposible cualquier tipo de sustitución simbólica; no vale la semejanza (la maternidad social, a través de la adopción, por ejemplo), buscan exclusivamente la identidad con el ideal. Esta ilusión narcisista de la maternidad sostiene un enorme potencial agresivo: su resultado es el sacrificio del cuerpo en favor de la imagen ideal que aquél se niega a encarnar. El sujeto, entonces, se borra y deja lugar al cuerpo anatómico, a un cuerpo sin referencias subjetivas, sexuales, que será abordado como ajeno a toda estructura, práctica o discurso que no sea el discurso médico (es lo que llamamos "medicalización") o el discurso social de la maternidad. La exterioridad del cuerpo lo conviene en una entidad supuestamente natural a la que hay que hacer funcionar como debe.

Ese objeto unitario - el cuerpo reproductor de la mujer- definido exclusivamente por sus propiedades físicas y procreadoras, correspondería supuestamente a un sujeto unificado que no puede sino desear la realización de su función biológica. Sin embargo, el cuerpo es insuficiente para garantizar, como tal, la diferencia entre los sexos; la sexuación no es una propiedad del cuerpo natural. Por el contrario, es la sexualidad la que determina la organización del cuerpo. ¿Qué pasa en esta situación con la sexualidad, con el deseo? ¿Qué dicen estos cuerpos en forma negativa, con su mudez, entrando en el discurso del sujeto sólo como silencio, como obstáculo, como maldición?

Dominique Grange refiere su "combate inútil" por lograr que "la medicina hiciera de mí, a cualquier precio, una madre biológica". Ella considera que la sobrevaloración de la herencia genética arraiga profundamente en el narcisismo, que supone el deseo de reproducirse cueste lo que cueste. Describe la entrega, como objeto, al goce del otro: al callar, dejando la palabra a los especialistas, "me había dejado desposeer de mi deseo", que sólo cree haber recuperado al recurrir a la adopción. El niño volvió a situarse entonces, para ella, como objeto del deseo y no como "libra de carne", garante del mantenimiento de su posición narcisista a través de la fusión imaginaria con el ideal. Esto supone ya la intervención de la función simbólica introducida, en el mito de Edipo, por el reconocimiento de la diferencia entre sexos y generaciones (tabú del incesto).

Pero si esta función simbólica no está presente, las actuaciones en lo real pierden el sentido. La función paterna estaría, encarnada por el médico capaz de proporcionar a la mujer un hijo, de hacerla madre, permitiéndole así encontrar un lugar en el mundo. Se busca en lo real, en el cuerpo gestante de la mujer, la simbolización que falta, la producción de una representación ("ser madre") que pueda responder a la carencia, en nuestra cultura, de símbolos de la feminidad no maternal. En lugar de que un proceso de simbolización haga posible la maternidad real, se espera que la gestación de un hijo genere una posición de sujeto sexuado femenino.

Podemos observar, en este sentido, los estragos que produce lo simbólico en tanto transmisor de la ideología que naturaliza la maternidad dejando de lado su dimensión simbólica y cultural, ignorando el carácter enigmático de la diferencia entre los sexos, la falta de respuestas
sobre su sentido. Si el sujeto no logra una inscripción como madre, tampoco encuentra lugar como sujeto deseante. Si no puede encarnar el ideal imaginario, deja un lugar vacío. Quizá por esta razón encontramos, en los casos de esterilidad idiopática (probablemente psicosomática), una doble significación: por un lado, el intento de lograr una inscripción como sujeto deseante a través de la demanda del hijo "a cualquier precio"; y por otro, la exigencia de un lugar como sujeto deseante fuera de esa inscripción: reivindicación representada no sólo por el cuerpo que se niega a responder a la demanda, sino también por palabras que abren un espacio más allá de la demanda: "A la naturaleza no hay que obligarla"; "Yo ya he hecho todo lo posible". Esta dualidad se observa en las contradicciones, negaciones y lapsus que revelan otra cosa que el anhelo manifiesto de hijo:

-"Lo veo como la última solución [se refiere a la FIV]. Pienso que por qué no voy a ser yo una del 10% que se quedan embarazadas y tienen el niño. Otras veces pienso que sólo me va a servir [el fracaso de la FlV] para que me olvide de niños y ya está."
-"Lo paso fatal todos los meses, hasta que me baja la regla. Siempre estoy deseando que me baje. .., que baje o que no me baje. Tengo miedo de que venga. ..tenga poca posibilidad de quedar embarazada. "
"- No sé, quiero pero no quiero. Me da ganas al oír hablar de esto, pero estoy hecha un lío."

El deseo de hijo, desde el punto de vista psicoanalítico, no es algo natural, sino producto de la historia infantil de cada mujer (por eso, a diferencia de un instinto, puede constituirse o no, según los casos) que conduce a la identificación con los rasgos del propio sexo y, entre ellos, a la asunción del ideal maternal. Pero la demanda de hijo (pedirlo al sistema sanitario) puede no corresponder a tal deseo, sino a lo que denomino, con el fin de diferenciarlo, deseo de maternidad. Este resulta de la exigencia de fusión con el ideal narcisista, y en tanto se trata de un deseo alienado al otro (el que supuestamente ha de satsifacerla), define el abandono de la posición de sujeto y al mismo tiempo, paradójicamente, el intento de recuperarla. Pero lo que más me ha llamado la atención es que en el discurso de las mujeres no se pone de manifiesto una demanda de hijo tan monolítica e incoercible como la que les atribuye el discurso de las NTR para justificar sus actos. Ninguna de ellas daba cuenta de un deseo de maternidad"en estado puro"; quizá sea adecuado decir que oscilaban entre una y otra posición (deseo de hijo-deseo de maternidad). No podemos excluir la posibilidad de que también las mujeres fecundas oscilen entre ambas posiciones. Quizá el análisis de la imposibilidad de tener hijos pueda enseñarnos algo acerca del deseo de hijo, cuyas vicisitudes quedan encubiertas cuando se llega a realizar .

Es interesante notar las relaciones que se establecen entre las mujeres que participan en un programa FIV. Hablan mucho entre ellas, no sólo en la sala de espera sino también por teléfono, fundamentalmente para intercambiar información, en términos técnicos, acerca de los diversos momentos del tratamiento y de los procesos que experimentan. Siguen con un mismo interés los altibajos de los dosajes hormonales de cada una de ellas, se decepcionan por igual ante cada fracaso, como si fuera el propio. En este sentido, se podría hablar de un "imaginario compartido", que se puso de manifiesto en las reuniones grupales destinadas a hablar de su experiencia.

La identificación especular entre ellas se hace sensible cuando hablan de "conseguir e/ niño", como si hubiera un único niño que todas y cada una estuvieran esperando:

-"¿Por qué no voy a ser yo?" Todas esperan ser la elegida, la que recibirá el don, la única. Pero esta imagen convoca de inmediato su negativo:
-"Si eres de las primeras, todavía...pero si eres de las que van viendo los fracasos de las demás..."
Los fracasos de las demás remiten, por un lado, al propio, pero por otro, alientan la ilusión de ser aquella que lo ha de conseguir.
Esto no carece de riesgos:
-"Yo no pienso que salgan niños anormales, como otras personas."
"-A mí me han llegado a decir cosas, que yo no sé cómo puede la gente decir eso. Que al niño lo hacen en una probeta, y después..."
-"Es algo no para compadecerte, sino para que te admiren."
-"La gente se cree que viene uno aquí y meten ahí un niño."
-"Estoy un poco dudosa, porque el miedo que me da, de que me vaya a salir mal; si me quedo embarazada al final, me da miedo que me nazca mal. El ver a un niño con una cosa de ésas me duele muchísimo."
-"¿Que nazca mal por la FIV?"
"- No, por tanto quererlo, por tanto buscarlo, yo pienso que si no me viene por mí misma, pues por qué he de buscarlo. A ver si por tanto buscarlo me viene mal."

Así se deslizan de la posición de "señaladas", anormales, diferentes de las demás mujeres, a la de "heroínas", superiores a las madres biológicas, más madres que las otras. Encuentran una "solución" al enigma de su deseo. Por eso se entregan en cuerpo y alma para dar consistencia al fantasma de omnipotencia de la ciencia moderna.

En diversos momentos afirman que van a continuar con sus intentos hasta que los médicos digan "no", como si buscaran un límite al sueño narcisista. De todos modos, el goce tendría sus riesgos: tener un niño anormal como castigo por su empecinamiento. ¿Quizás es por algún motivo que el niño no viene espontáneamente?, se preguntan. ¿Se tratará de un castigo? ¿De una prohibición? Si se pudiera hallar una significación a la infecundidad, ¿se lograría quizás aceptarla de otro modo? Pero del niño monstruoso al niño maravilloso sólo hay un paso:

-"Yo creo que las posibilidades de que te salga mal son menores que si te quedas por ti misma. Me lo comentó la doctora, porque a los espermatozoides los arreglan, los lavan, los preparan, solamente entran los que están en buenas condiciones, los óvulos que están en buenas condiciones."

En efecto, sólo un niño maravilloso podría justificar los sacrificios y esfuerzos realizados. Si la imposibilidad de procrear ocasiona una herida narcisista, el niño será el encargado de restañarla. Si históricamente el hijo ha sido un capital económico, actualmente es un capital afectivo y narcisista, y en estos casos se lo sobrevalora aun como patrimonio genético y genealógico. El niño imaginario, dotado de todas las perfecciones, debe probar la identidad sexual de su madre, su integridad física, su función social y su control sobre la vida.

En razón de la disociación entre reproducción y sexualidad que operan las NTR, estas apoyan el fantasma de partenogénesis: la fecundación se produce en ausencia de coito parental. La negación del don suscita una idealización de la capacidad maternal, como ya he señalado. El objetivo ya no es tener un hijo, sino ser madre.

Hoy la ciencia ofrece la posibilidad de realizar concretamente, en los cuerpos reales, aquello que, hasta ahora, se situaba en el campo de lo imaginario y lo simbólico. La ciencia y la tecnología hacen realizables los fantasmas de partenogénesis, de embarazo masculino, de procreación entre mujeres, o de procreación sin relaciones sexuales, que desde siempre han alimentado las mitologías y la literatura. Se aborda el cuerpo como si sólo se estuvieran manipulando órganos, pero es precisamente en el funcionamiento corporal donde están comprometidos el inconsciente y la sexualidad. El médico asume fácilmente el papel del amo que sabe, que localiza el mal en el terreno ginecológico, que abre, mira, examina, analiza, promete, aunque en la mayoría de los casos fracase. El 90% de las mujeres partirán como vinieron: sin el niño....

Silvia Tubert
Profesora de Teoria Psicoanalítica de la Universidad Complutense de Madrid

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