Me han invitado a que comente mi sexualidad y también te invito.

Se me ocurre que quizá podríamos hablar de mi deseo y el tuyo y olvidarnos de esos señores que, previo ajuste de preliminares, enjuician deseos, jerarquizan placeres y arbitran naturalezas para acabar clasificando orgasmos.

Tal vez incluso podríamos escuchar tu cuerpo y el mío, y desoír a quienes construyen tu tópico, se quedan en mi personaje y dictan superaciones, modos y maneras.

Se me ocurre dibujar el placer y las mujeres que soy y te encuentro.

A ver con todo este catálogo de normas a quién le cuento sino a ti, que de repente una santa Casilda de Zurbarán tiene tus mismos rizos y yo irremediablemente me desvío al tiempo que me masturbo y sigo con tus rizos. Alguien seguirá buscando un gen que nos autorice, pero mientras aparece y no, sé que a tu clítoris le gustaría mi lengua...o no. Aún así, prefiero doblar el miedo y desarmarme de teorías para ir al encuentro de tus manos, no sea que no reconozca lo que cuenta tu pecho, tu espalda, la barbilla o tu ano, no sea que no sienta la jauría de deseos feroces o la ternura que a veces habitamos.

N.