Mujeres y Salud - Revista de comunicación cientifica para mujeres
 
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El taller de la vagina. De "Monólogos de la vagina"
Eve Ensler

“Mi vagina es una concha, una tierna concha rosada y redonda, que se abre y se cierra, se abre y se cierra. Mi vagina es una flor, un tulipán excéntrico, con el centro hondo y profundo, aroma delicado y pétalos suaves pero resistentes”.

Esto no lo había sabido siempre. Lo aprendí en el taller sobre la vagina. Lo aprendí de una mujer que cree en las vaginas, que realmente ve las vaginas, que ayuda a las mujeres a conocer sus propias vaginas viendo las vaginas de otras mujeres.

En la primera sesión, la mujer que dirigía el taller sobre la vagina nos pidió que hiciéramos un dibujo de nuestra “singular, bellísima y fabulosa vagina”. Así es como la llamó.

...Yo dibujé un punto negro enorme con rayitas a su alrededor. El punto negro equivalía a un agujero negro en el espacio y las rayitas representaban personas o cosas o simplemente átomos que se perdían por allí.

Siempre había pensado en mi vagina como en un vacío anatómico que absorbía al azar partículas y objetos del entorno. Siempre había percibido mi vagina como una entidad independiente, girando como un astro en su propia galaxia. No pensaba en mi vagina en términos prácticos o biológicos. No la veía, por ejemplo, como una parte de mi cuerpo, como algo entre mis piernas, ligado a mi.

En el taller nos pidieron que nos miráramos la vagina con un espejo de mano. Después, tras un examen minucioso, teníamos que explicar a las demás mujeres del grupo lo que habíamos visto.

Debo deciros que hasta ese momento, todo lo que sabía sobre mi vagina se basaba en habladurías o invenciones. Jamás había visto la cosa de verdad.

Nunca se me había ocurrido mirarla. Mi vagina existía para mi en un plano más bien abstracto. Me parecía reduccionista y embarazoso mirarla tumbada en el suelo, sobre nuestras relucientes colchonetas azules, con nuestros espejos de mano. Me recordaba a cómo debieron sentirse los primeros astrólogos con sus rudimentarios telescopios primitivos.

Al principio, la encontré bastante inquietante, a mi vagina.(...) Se la veía tan en carne viva, tan roja, tan fresca. Y lo que más me sorprendió fueron las capas, que se abrían en más y más capas.

...Mi vagina me dejó asombrada. Fui incapaz de hablar cuando me llegó el turno en el taller: no tenía palabras. Estaba hechizada, había descubierto lo que la mujer que dirigía el taller llamaba “la maravilla vaginal”. Sólo quería seguir ahí tumbada, con las piernas entreabiertas, examinándome la vagina eternamente.

Era mejor que el Gran Cañón del Colorado, ancestral y llena de armonía.Tenía la inocencia y la frescura de un auténtico jardín inglés. Podía jugar a esconderse y volver a aparecer. Era una boca. Era una mañana. Y en ese momento se me ocurrió que era yo, que mi vagina era lo que yo era. No era una entidad. Estaba dentro de mí.

...Y entonces llegó el momento que tanto había temido y anhelado secretamente. La mujer que dirigía el taller nos pidió que volviéramos a coger nuestros espejos de mano y que intentáramos localizar nuestros clítoris.

...La mujer que dirigía el taller vio mis febriles esfuerzos, mis sudores, mi respiración entrecortada. Se me acercó.

Le dije: “He perdido mi clítoris. Se ha esfumado. No debería haberme bañado con él”.
...

 

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