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La crisis de la función paterna
Asunción González de Chávez, Psicóloga

EL ESCULTOR DE BARRO
Qué pena no poder ser un buen padre
lleno de tesis y de nombres,
con un consejo a flor de labios
y un dedo enarbolando las lecciones.

Mal puede un escultor hecho de barro
querer modelar hombres.
Ellos me pedirán para sus pasos
sendas seguras en el bosque.

P. Lezcano. Fragmentos.

La llamada crisis de la función paterna

En los albores del siglo XXI estamos viviendo una enorme transformación en los roles familiares de ambas figuras parentales. El padre-patriarca, Amo absoluto de mujer y descendencia en siglos precedentes, ha dejado paso a un padre que las voces alarmistas de los estudiosos califican con diversas acepciones: padre ausente, padre débil, padre desvaneciente, padre “terciopelo”..., y que aluden a lo que desde el psicoanálisis se conoce como “crisis de la función paterna”.

Pero, ¿es éste un fracaso reciente? ¿No están esas voces de alarma escondiendo, velando, negando defensivamente que ese padre –deseado- que presuntamente ha decaído no ha existido nunca en la realidad sino sólo en tanto símbolo? La llamada “función paterna” está, además, estrechamente relacionada con el tipo de vínculo en la pareja parental, ya que la tarea paterna de hacer posible la individuación (la separación de la madre y el devenir adulto autónomo) sólo es factible cuando el padre “está presente en el discurso de la madre”, es decir, cuando es una persona amada, deseada, valorizada, tenida en cuenta en la vida de la mujermadre y en las relaciones en el interior de la familia.

Sin embargo, la referencia histórica a la figura del padre no nos remite a un sujeto, ciertamente más poderoso, pero con el que se vivía/intercambiaba amor, comunicación..., sino a una instancia, una figura que fundamentalmente disciplinaba y prohibía (el acceso a sus privilegios...), un Amo absoluto, que también dominaba –sustancialmente no amaba- a la madre y que en tanto inasequible emocionalmente y objeto de temores, ha representado un modelo de identifi cación muy controvertido para los hijos varones, cuyas fallas han tratado de paliar tantos ritos, instituciones... Cuando se habla pues, en la actualidad, de decaimiento de la fi gura del padre, se está hablando de ese padre, cuyo declive, con otros factores asociados, está en la raíz de la transformación paulatina que la familia de los países occidentales ha ido sufriendo en los últimos tres siglos.

El contexto histórico

De las paternidades y maternidades, debemos precisar -por lo que resulta evidente a partir de la observación de la realidad, de los estudios sociológicos en torno a los diversos tipos de familia existentes en la actualidad, de la práctica clínica también-, que estamos en un período histórico en el que conviven formas antiguas con formas nuevas y muy diversas. Las posiciones y las subjetividades parentales pueden ser muy diversas: padres patriarcas, padres débiles, padres invisibles, padres satélites, “nuevos padres”..., madres “a tiempo completo”, madres trabajadoras asalariadas, madres matriarcas, madres sometidas, madres satisfechas, madres carentes..., pero resulta llamativo el reforzamiento (refrendado por la práctica judicial) de una constante: la célula familiar básica, la que permanece en medio a pesar de todas las crisis y cambios, es la constituida por la vinculación madre-hijos/ as.

Sin embargo, a diferencia de cuanto sucedió con el Padre-Patriarca, paradójicamente la centralidad de la Madre no se apoya ni lleva aparejado un poder socio-económico femenino, es más, tal posición, especialmente cuando el padre no está presente (porque nunca estuvo o dejó de estarlo) suele entrañar un fundamental factor de incidencia en lo que se ha dado en llamar “la feminización de la pobreza”, y aumenta asimismo la previa exclusión de las mujeres del mundo público: del poder político, económico, social, cultural...

La variedad de posiciones y de vivencias subjetivas están relacionadas con las modalidades individuales de elaborar la propia historia personal que, en cualquier caso, va enmarcada en un período histórico, en el que se han producido cambios muy profundos en relación a épocas anteriores, pero no lo sufi cientemente radicales, como para hacer desaparecer algunas de las fallas sustanciales que han caracterizado las identidades masculinas y femeninas, la pareja humana y, por tanto, la maternidad y la paternidad.

La paternidad y la identidad masculina

El rígido autoritarismo tradicional paterno y la relación tan desigual entre el padre, la mujer y sus hijos, ha redundado en las dificultades de los varones para llevar a cabo una identifi cación sólida como hombres adultos, dejándolos hipertrechados en la oposición diferenciadora defensiva (frente a lo materno y lo definido como femenino), conformándose históricamente una identidad masculina muy precaria: una estatua con pies de barro. Esa fragilidad y la consecuente dificultad para establecer una relación recíprocamente amorosa/narcisizadora/cuidadora con la mujer y para ejercer la paternidad, está haciéndose patente hoy en muchos hombres actuales y son el sustrato de las huidas del paternaje que tantos llevan a cabo, pues las mujeres, a su vez, reclaman un partner copartícipe y rechazan ocupar el lugar de madres sempiternas de sus parejas, lo que redunda aún más en el desconcierto, la angustia, el deseo de huida de los varones que no quieren o no saben adaptarse al nuevo estatuto requerido. Muchos hombres se sienten, se muestran con las mismas dificultades que sus progenitores, pero experimentando sentimientos de culpabilidad si imponen normas, límites... a los hijos, porque les asemeja a la imagen internamente rechazada del (propio) padre autoritario. Así podemos observar que el único código que muchas veces poseen es el de ser un contra-padre tradicional respecto al ejercicio de la autoridad, y en los demás aspectos –la comunicación emocional, fundamentalmente- se comportan a menudo también de modo reactivo, queriendo erigirse, a toda costa, en amigos de sus hijos. Anhelar ser amigo incondicional implica el no querer frustrarles, no ponerles límites en sus peticiones de diverso tipo (libertad, espacios, hábitos, gustos, dinero, consumo...) y el no exigir esfuerzos, ayuda, contraprestraciones... para no incomodarles.

Los nuevos padres desean ser buenos padres, pero su desconcierto les conduce a repetir muchos de los errores tradicionales de las madres, a quienes imitan en su permisividad para no sentirse menos queridos que ellas, sin percibir que la blandura no ha sido el motivo principal del Poder maternal, sino, sobre todo, el Servicio incondicional, que, sin embargo, ellos se resisten mucho más a imitar. Y lo importante, una vez más, es que ese poder que la mujer detenta por sus servicios emocionales e instrumentales y no sólo por ser el Objeto Primario (que diría el psicoanálisis), le coloca siempre en el lugar central y en el privilegio de dar padre a sus hijos (o quitárselo) en función del tipo de relación que mantiene con él, de la mayor o menor satisfacción que recaba de su relación conyugal.

El nuevo lugar/deseo de las mujeres

Por parte de las madres, las dificultades son también grandes para reconciliar internamente el modelo de mujer-madre a tiempo completo, disponible, sacrificada y siempre al servicio de los otros, con el nuevo deseo de devenir una mujer autónoma, con derechos, con actividades propias..., ya que se halla sometida a unas enormes exigencias sociales. Las dificultades para obtener poder e igualdad en el ámbito social son a veces también compensadas con el ejercicio de la función maternal, que deviene así, simultanea y paradójicamente, un gran Poder y una gran Cárcel, ya que hace de resistencia, frecuentemente, para promover cambios en el interior de la pareja y para incorporarse activamente a la vida social. La supermujer constituye hoy el modelo publicitado a través del cual las mujeres expían su culpabilidad o compensan sus conflictos entre sus deseos de ser mujer y el de ser madre en el momento presente.

Muchas hacen activamente demandas de coparticipación y corresponsabilidad tanto con la pareja como con los hijos/as ya mayores, pero tantas se ven compelidas a cumplir todavía con todas las exigencias de ser una Supermujer (con dobles, triples, cuádruples roles y jornadas...) y una Supermadre, incapaz de negarse a las demandas y en permanente posición de servicio a las necesidades de los otros. Y, así, se encuentra en la misma posición que tantos padres, aunque por motivos diversos: tratar de satisfacer todas las peticiones de los hijos/as con una permisividad/dadivosidad muchas veces extrema; intentar compensarles la cantidad/calidad de tiempo (vivido como) robado con el atiborramiento de objetos (son ellas quienes compran juguetes, ropas...); sustituir los límites y la supervisión necesarias por el control remoto que representa el móvil, comprado hoy ya a niños/as de 10 años o menos áun...

Con ese darse/darlo todo las mujeres intentan, una vez más, mantener la dependencia/amor de sus hijos, continuar siendo la Gran Madre incondicional e insustituible, en defi nitiva, sublimar, compensar, a través de la relación maternofilial, las múltiples carencias y frustraciones que su inferior lugar en el mundo y su desigual relación con los hombres le provee.

Esta descripción sobre los conflictos vividos por nuestro nuevos padres y madres quizás pueda ayudar a entender algunos de los problemas de los niñ@s/l@s jóvenes de hoy: la demanda permanente de objetos de consumo -a ser posible de marca-, la fácil seducción por las sustancias que proveen placer fácil y la escasa tolerancia a la frustración, la difi cultad para acometer compromisos/tareas que requieran esfuerzo y constancia, la creencia de que poseen derechos ilimitados y escasos o nulos deberes...

Toda la situación descrita nos permite concluir que se hace necesario un gran debate en torno a la paternidad y la maternidad, a fin de acometer un cambio profundo en todos los factores implicados. Es preciso que los poderes públicos asuman un compromiso para afrontar la formación/concienciación necesaria de hombres y mujeres, de jóvenes de ambos sexos, para llegar a ejercer la parentalidad de modo menos conflictivo para madres y padres, y para contribuir a formar hijos e hijas más sólido/as, activo/as, comprometidos/as, solidario/as, libres...

Asunción González de Chávez es Psicóloga. Profesora Titular de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Coordinadora del Seminario Universitario Género y Salud de la ULPGC.

 

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