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SOMOS UN CUERPO

<Esperanza Aguilá Ducet>


Esperanza Aguilá

La idea de que somos un cuerpo en contra del concepto más aceptado en nuestra sociedad de que tenemos un cuerpo, ha estado siempre presente en las conciencias de las mujeres. Una prueba de ello se encuentra entre las páginas del libro de salud del Colectivo de Mujeres de Boston "Nuestros Cuerpos Nuestras Vidas"1, ya en su primera edición de 1972 y en las posteriores. Al leer en él las experiencias de las mujeres que nos ofrecen su testimonio, en las que fácilmente nos podemos reconocer, identificamos el malestar de la contradicción profunda entre lo que son sus deseos más profundos y el bagaje de lo aprendido según las normas sociales. Pero esta contradicción que nos provoca tanto sufrimiento también es nuestra salvación si sabemos reconocerla.
En lo más profundo de nuestro ser todas sabemos que si partimos de la concepción de que somos un cuerpo y desechamos la idea de que tenemos un cuerpo, todas nuestras vivencias adquieren otra dimensión. Dejaremos de "vivirnos" encerradas en un caparazón que no acabamos de sentir como nuestro y con el que debemos comunicarnos para sobrevivir, sin conseguir entender sus señales o su lenguaje y con el temor a envejecer a pesar de nuestros esfuerzos.

Cuando se habla de cualidades femeninas se enfatiza y se reconoce nuestra actitud sensitiva y sensual frente a la vida, se nos concede autoridad frente a los varones en cuanto al desarrollo de la empatía que permite facilitar las relaciones en las que estamos envueltas. Pero es un reconocimiento teórico o en algunos casos privado, cuando nuestra pareja se beneficia de ello, porque lo cierto es que vivimos en una sociedad que nos enseña a reprimir las emociones como si fueran algo de qué avergonzarse. Muchas mujeres adoptan los mismos comportamientos que los hombres en cuanto a la manifestación de las emociones en el ámbito laboral si ellos están presentes, o incluso en su ausencia, movidas por la creencia que una actitud más cálida puede mermar su autoridad. En el ámbito privado, hombres y mujeres nos relacionamos con nuestros cuerpos de distinta forma; en las relaciones íntimas la vivencia masculina de la ternura está casi exclusivamente vinculada al sexo mientras que para nosotras el contacto corporal, piel a piel, más allá de la genitalidad, es una necesidad/capacidad que aplicamos con nosotras mismas y con los demás, y otorga a nuestros cuidados una dimensión de propiedades "curativas". Sin embargo no hay ninguna mujer que no se sienta incómoda al sentir que se le eriza el bello o se le humedecen los ojos, por el impacto de la sorpresa o del disgusto, frente a personas (hombres y mujeres) que no son de su confianza.

Este aprendizaje nos lleva paulatinamente a intelectualizar las emociones en lugar de experimentarlas. Con frecuencia hablamos de controlar las emociones para que éstas no nos invadan y casi sin darnos cuenta acabamos anulándolas, cuando lo verdaderamente saludable sería concederles un espacio y un tiempo suficiente para poder vivirlas, asimilarlas y procesarlas. El impacto de algunos acontecimientos de nuestra vida es tan imparable como el ablandamiento de una vela expuesta al calor del sol. Demasiando a menudo tenemos la creencia de que las emociones nos ponen en peligro, creemos que si no les concedemos un lugar, un espacio donde manifestarse, desaparecerán. Pero lejos de ocurrir así las emociones reprimidas se esconden en nuestro interior, ocupan un lugar que no les pertenece y nos hacen daño. La memoria se almacena en cada una de nuestras células. En ellas quedan registrados todos los datos vinculados a nuestras experiencias vitales. Por eso algunos olores nos recuerdan a determinadas personas, o algunas canciones nos devuelven el aroma de un amante. Cuando sentimos vértigo, o dolor de estómago, o se nos humedecen las manos porque tenemos miedo o ansiedad, se activa un tipo de memoria que relaciona los procesos químicos a nivel celular con la causa que los ha motivado. Es decir con la emoción que cada una de nosotras ha experimentado. De este modo vamos configurando un mapa único de almacenamiento de experiencias que dejan huellas en nuestro cuerpo. Cada una de nosotras, del mismo modo que resuelve de forma única los conflictos de su vida, resuelve también de forma irrepetible a nivel interno.

Clarissa Pinkola en su libro Mujeres que corren con lobos2 , nos habla de una creencia, presente en muchos cuentos de los países escandinavos, de la cultura celta y de la región circumpolar. Estos cuentos hablan de mujeres que son capaces de crear sus cuerpos a voluntad, hablan de muerte y de vida, de transformación y renacimiento. En nuestra cultura muchas mujeres han decidido a qué normas de belleza o de comportamiento se acogen y a cuales no. Mujeres que se sienten libres porque deciden sobre el tipo de convenciones sociales que quieren seguir. Mujeres que han reflexionado primero sobre ellas mismas y que luego son capaces de establecer sus prioridades respecto a los demás. Sin embargo, incluso éstas mujeres, en ocasiones, siguen haciendo más caso al orden establecido que a ellas mismas en relación a su aspecto o a su salud. Cuando acuden al médico/a pretenden resolver la dolencia que las aflige con la sabiduría "autorizada" del sistema que las coloca como objeto pasivo. Sienten a menudo la insatisfacción de no ser comprendidas en sus demandas y la frustración de encontrar como única respuesta una medicalización (a veces abusiva y no carente de efectos secundarios), pero no se atreven a contradecir la única versión "oficial" y defender el protagonismo de su propia salud. Se diría que han perdido la capacidad de conectar con sus cuerpos, la facultad de escucha y de interpretación de sus claros mensajes para alejarnos del dolor y de lo que nos enferma. Y lo que es peor, han dejado de creer en su propio poder, en su autoridad. Si secundamos las múltiples voces feministas que propagan el empoderamiento de las mujeres, también en el sentido de recuperar la conciencia del poder del cuerpo femenino, si nos convencemos de que nuestra fuerza reside en nosotras mismas, en la capacidad creativa inherente a nuestro cuerpo, entonces seremos capaces de reconducir nuestras vidas.

Bibliografía

1. Nuestros Cuerpos Nuestras Vidas. Boston Women's Health Book Collective. Our Bodies, Ourselves. Boston: New England Free Press; 1972 (Versión para España traducida y adaptada por Leonor Taboada: Nuestros Cuerpos Nuestras Vidas. Barcelona: Icaria; 1984). Versión 2001: Plaza & Janés.
2. Clarisa Pinkola Estés. Mujeres que corren con los lobos. Barcelona: Ediciones B; 2000

Esperanza Aguilá
Enfermera y terapeuta de medicina holo-energética
[email protected]

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