ABUELAS
4x4: LA SOLIDARIDAD EN LOS LINAJES FEMENINOS
<Anna
Freixas>
A partir de
los años 90 se ha producido un aumento espectacular en el
número de abuelas que cuidan de sus nietas y nietos, como
consecuencia de los numerosos cambios sociales y económicos
de nuestra economía de mercado. Diversos factores interrelacionados
han contribuido a la redefinición de la familia y con ello
a la transformación del papel de las abuelas. El aumento
de la esperanza de vida que les permite ser abuelas durante mucho
más tiempo y cada vez en mejores condiciones físicas
y mentales, junto con otros cambios socioculturales, les han otorgado,
pues, un papel inesperado y frecuentemente no deseado. La incorporación
de las mujeres al mercado laboral, la alteración en el ritmo
de la maternidad, la monomarentalidad, el divorcio, el embarazo
adolescente y las situaciones sociales que se derivan de algunas
patologías mentales, de las adicciones y de los problemas
con la justicia por parte de algunos progenitores, entre otros,
han sacado a la palestra a las abuelas y han transformado lo que
era un estar en el mundo esperable y predecible en un reto de supervivencia.
La implicación
de estas abuelas varía en función del cuidado que
la situación requiere y con ello las consecuencias sobre
su salud y su vida. De los muchos posibles casos quiero centrarme
en aquel que tiene su origen en la relación madre/hija, en
el deseo por parte de las madres de que las hijas dispongan de una
libertad y una independencia económica y de tiempo de la
que ellas no dispusieron y que se concreta en un apoyo para la consecución
de una vida diferente por parte de las hijas. Actualmente, un número
importante de parejas jóvenes, en las que ambos miembros
trabajan de forma remunerada fuera de casa, tiene la retaguardia
doméstica y familiar cubierta por el trabajo gratuito y esmerado
de una madre. Parejas que tienen una o dos criaturas pequeñas
a las que alguien tiene que cuidar, llevar y traer de la escuela,
bañar, dar de comer y cenar, etc. Y ¿quién
mejor que la abuela?, ¿quién con más cariño,
atención, buena voluntad y menor gasto y despilfarro? Nadie
como ella. Este argumento, que ensalza el papel de la maternidad,
supone un paliativo al sentimiento de culpa internalizado por muchas
madres jóvenes, quienes gracias a este tipo de arreglo familiar
pueden salir a trabajar con la tranquilidad de que, aunque ellas
no estén, nada cambia demasiado. Se trata, pues, de un pacto
de solidaridad intergeneracional, dentro del linaje femenino, gracias
al cual se permite a la hija llegar a ser una mujer distinta, alcanzar
una aspiración de independencia a la que las mayores no pudieron
acceder.
Esta es una realidad
que parece que empieza a hacerse visible, aunque hasta ahora ha
permanecido oculta por los usos y costumbres de una sociedad que
ignora la vida real de las personas mayores y otorga carta de naturaleza
a formas de organización y relación que en psicogerontología
pueden entenderse como simple mal trato.
Ciertamente,
no parece que la vida de la gente mayor inquiete a nadie en demasía.
Sin embargo, desde diferentes ámbitos empiezan a oírse
voces que llaman la atención sobre lo que se ha definido
recientemente como ‘la abuela esclava’, que no es otra
que esa mujer que con su trabajo, tiempo y salud está situando
a sus hijas e hijos en el centro de la sociedad de consumo.
Una auténtica
abuela 4x4 es una mujer mayor que acude puntual y sistemáticamente
a otra casa con tiempo suficiente para que su hija o hijo llegue
a tiempo al trabajo (para lo que se da un auténtico madrugón).
Una abuela que lo hace de buen grado, esforzándose para que
todo se haga al gusto de su hija o hijo, con los consiguientes sentimientos
de inadecuación, de inseguridad que ello conlleva. Pero eso
no es todo. Estas abuelas cuidan de las criaturas y, mientras tanto,
realizan innumerables tareas domésticas ‘ya que’
están en la casa. ¿Cómo van a estar ‘mano
sobre mano’, ellas que nunca han sabido descansar, vivir ociosamente,
estar simplemente sin hacer nada?
Enredadas en
la tela de araña del cuidado, estas mujeres previa o simultáneamente
han atendido a sus propias madres y padres; algunas también
¡cielos! a sus suegras y suegros; por supuesto a sus maridos,
hijas e hijos y ahora, por qué no, a sus nietas y nietos.
Ser abuela 4x4 tiene, además, diversos precios. El precio
de la salud física y de la salud psicológica. Estas
mujeres no tienen en casa otra ‘ama de casa’ que cuide
de ellas, que les resuelva sus asuntos. No. Cuando vuelven a su
hogar se encuentran con todo por hacer y con las demandas materiales
y emocionales de quienes siempre han dependido de ellas. Así
que sufren una doble jornada no reconocida y sin ninguna remuneración.
Madrugan, se
cansan, cargan con criaturas cuyo peso supera en mucho las posibilidades
de resistencia de sus huesos. No descansa ni su cuerpo ni su mente.
Carecen de tiempo propio, y en el momento, además, en que
parecía que iban a poder dedicar algo a esas asignaturas
pendientes que no pudieron llevar a cabo en su juventud. Y se ven
privadas de la posibilidad de insertarse como ciudadanas de pleno
derecho en una comunidad a la que pueden ofrecer sus saberes, habilidades
y estrategias.
El sufrimiento
de estas abuelas no está descrito aún como un síndrome
reconocido, pero no habrá que esperar mucho tiempo, porque
ya en nuestro país empiezan a alzarse voces entre la clase
médica que denuncian las duras condiciones de vida de estas
mujeres y las consecuencias sobre su salud física y psíquica.
Los escasos trabajos llevados a cabo en este ámbito constatan
que los problemas de salud se relacionan con el estrés que
ocasiona el cuidado, siendo las dolencias más frecuentes
los problemas relacionados con el corazón, el insomnio y
la hipertensión, produciéndose también un empeoramiento
de patologías ya existentes como la diabetes o los trastornos
digestivos. Pero probablemente el talón de Aquiles de su
salud es su amenazado equilibrio psicológico: hay que aparentar
que no pasa nada, que se está bien de salud, que se hace
a gusto y por gusto, demasiadas renuncias y costos no anotados,
que se cobran en forma de depresión larvada o ansiedad, que
son las patologías más frecuentes.
En el terreno
de la salud también es verdad que algunas abuelas cuando
se encuentran en esta situación empiezan a tomar decisiones
de salud positiva largamente postergadas, como dejar de fumar, hacer
las comidas y el ejercicio de forma más regular que antes,
todo ello con la intención de tener salud para poder ‘estar
ahí’. Por otra parte, la mayor actividad física
derivada de las tareas de cuidado permite a algunas abuelas perder
peso, y también el contacto con la gente más joven
proporciona beneficios psicológicos a aquellas abuelas que
carecen de una red de apoyo fuerte. Estos posibles beneficios, sin
embargo, son claramente colaterales al conflicto interno con que
se enfrentan normalmente estas mujeres que carecen de argumentos
morales para oponerse a la demanda de una hija o de un hijo, por
lo que llegan incluso a buscar la complicidad de su médica:
‘Dígale a mi hija que yo estoy muy mala y que no puedo
cuidar a su hijo’.
Además,
todo se realiza gratis. Cierto es que en nuestra sociedad no disponemos
de escuela gratuita para las criaturas de entre 0-3 años.
Sin embargo, esto no parece base de justificación suficiente
para que sean las abuelas quienes sustituyan al Estado, engrosando,
además, la cuenta o el capital de su hijo o hija, embarcada
en diversos créditos, derivados de la compra del piso, del
coche e incluso de la parcela. Comprendo que plantear que este trabajo
debe ser clara e inexcusablemente remunerado puede resultar impensable
para muchas personas. Empezando porque a las hijas e hijos, acostumbrados
a que la madre lo haga todo gratia et amore, les puede parecer poco
elegante plantear una relación económica con ella,
prefiriendo entrar en la dinámica de la explotación
habitual y socialmente aceptada, sin considerar las ventajas que
obtienen y el coste que supone para la abuela.
Resulta, de
todas maneras, bastante escandaloso que este cúmulo de servicios
y de bienestar que se proporciona se produzca sin mediar un pago.
Reclamación que difícilmente provendrá de las
propias abuelas, pero que debería ser planteada desde un
principio por las hijas e hijos, beneficiarios de este trabajo que
posee todas las ventajas, en la medida en que se conocen los usos
y costumbres y es realizado con amor y sin mirar el reloj. Un chollo,
ciertamente. ¿Quién no desea que alguien le ofrezca
en el mismo lote cariño, dedicación, sabiduría,
trabajo bien hecho, cuidado y ahorro? A esta peña de trabajadoras
anónimas y esforzadas se le une, en algunos casos, unos pocos
abuelos cuyos aportes, también gratuitos y afanosos, suelen
ser algo más reconocidos, en la medida en que su carácter
de excepcionalidad los hace más visibles.
Pero no toda
la responsabilidad queda del lado de la hija o el hijo. Ellas, las
abuelas, tienen su honor. Un honor que, en realidad, proviene de
una socialización implacable que las ha convencido de que
cuidar de sus nietas y/o nietos es su deber e incluso su deseo,
con los consiguientes sentimientos de culpa y, sobre todo, con la
incapacidad moral de negarse a hacerlo. Porque, si ella puede colaborar
con su trabajo gratuito al bienestar físico y económico
de su familia, ¿cómo no va a hacerlo? Los mandatos
culturales que han socializado a las mujeres como ‘seres para
los otros’ no son fáciles de desmontar, sobre todo
en una sociedad en la que las madres deben sacrificarse en pos del
bienestar de su hija o hijo. Así, no es difícil encontrar
el modelo de abuela que pregona ‘con orgullo’ su condición
de cuidadora eficaz y perfecta de la prole de su hijo o hija. Probablemente
se trata de una generación de mujeres ‘en extinción’,
en la medida en que las generaciones venideras, herederas del feminismo,
beneficiarias de una socialización menos constrictiva y,
además, jubiladas con pensión, seguramente se muestren
menos propensas a ello. Sin embargo, hoy por hoy, esta es una realidad
social que conviene hacer visible, para poder transformarla e iniciar
una negociación en la que se reconozca el valor económico
y emocional de un trabajo agotador, indispensable y sabio.
Aunque también
podemos ya encontrar mujeres que han empezado a desvelar la trampa
del amor materno y han apostado por vivir su vida de mayores en
relación con su comunidad, creando vínculos de amistad
y participando de forma activa en la vida cultural y social. Hay
que apoyarlas en su camino hacia la ciudadanía. No más
esposas, madres, abuelas. No más ‘seres para los otros’,
sino ciudadanas, vecinas, amigas, espectadoras y actoras para sí
mismas.
Anna
Freixas
Psicóloga
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