volver a portada
ATRAS
PORTADA MyS
REVISTA DE COMUNICACIÓN INTERACTIVA
MUJERES Y SALUD
 ESTAS EN
MyS 11-12
 
Dossier 11
ATRAS... PORTADA
¿ M y S ?
¿ M y S ?
 OTROS RECURSOS
SUMARIO
LINKS
[email protected]
SUSCRIPCIÓN
 
 
 OTROS N�MEROS
MyS 1
MyS 2
MyS 3
MyS 6
MyS 7
MyS 8
MyS 9
MyS 10
MyS 13-14
MyS 15
MyS 16
MyS 17
 VOLVER A...
matriz.net

UN DUELO INESPERADO

<Margarita López Carrillo>


Margarita López

El día que mi hijo cumplió doce años, entró en la cocina para ayudarme con la cena, se apoyó en le umbral y dijo: ¿Sabes mamá? Me gusta mi vida. Creo que estoy en un buen momento. Me gusto yo, me gustan mis amigos, me gusta mi familia, me gusta mi cole. Por mí, no necesito que cambie nada.

Y a partir de ese día, de un modo casi imperceptible al principio, acelerado después, todo empezó a cambiar.

Cuando Leonor me pidió que escribiera un artículo sobre ser madre de un adolescente, pensé enfocarlo desde el punto de vista del trajín de peleas, negociaciones, pactos, forcejeos, recriminaciones y más pactos que convierten la vida cotidiana en una gincama; pensé que hablaría quizá del espejismo de creer que porque el niño ha crecido ya puede una dejar de estar ocupada casi constantemente en él, cuando lo único que cambia es que a la agotadora pero activa, saludable, ocupación constante sustituye la agotadora y pasiva, deshace madres y padres, preocupación constante. Pensé que utilizaría la ironía para hablar de mi nueva faceta de detective-interrogadora, de madre dura marca-límites, cosa para lo que siempre pensé que no estaba capacitada (todo se aprende).

Pero cuando me he puesto a escribir me he dado cuenta de que quiero hablar de otra cosa, quiero hablar de la pérdida, la pérdida de “mi niño”. Me he dado cuenta de que sólo tengo ganas de hablar, porque no lo he hecho hasta ahora, del duelo que transcurre calladamente en mi interior a pesar de la vorágine.

Yo estaba preparada, aunque fuera en teoría, para los enfrentamientos, las ocultaciones, los problemas en el colegio, los cigarrillos y los porros furtivos; estaba preparada, aunque me horrorizaba presenciarlo, para su dolor, el de su propia pérdida: la pérdida de su cuerpo de niño, de sus padres de niño, de su universo de niño. Pero, acaso por pura negación, no había previsto lo que perdería yo. Desde hace dos años me debato, y sólo ahora empiezo a darme cuenta, en la contradicción de estar, con una parte de mí, tan orgullosa de lo mayor que se está haciendo, de cómo piensa por su cuenta, cómo toma ya posturas ideológicas, cómo se parece a tal tío a su misma edad, qué guapo, qué piernas tan peludas, qué lampiño de pecho como su padre, qué musculoso delgado y alto (una espingarda que diría mi madre), qué pies tan largos, qué voz de hombre, el tono grave característico de los hombres de mi familia, y ese sentido del humor tan desarrollado, el sello inconfundible de su padre. Sentir orgullo de haberlo traído hasta aquí, a menudo sola, y, a pesar de lo que no me gusta de él y, sobre todo, de lo que me inquieta, pensar: es un buen chico, es sensible, inteligente, crítico, compasivo, es, como persona, lo que yo he luchado porque llegara a ser.

La contradicción de pensar todo eso y, sin embargo, con otra parte de mí, esa parte escondida en lo hondo como una niña en un trastero, andar por la calle y no poder evitar que los ojos se me vayan detrás de todos los niños de menos de doce años: de los bebitos risueños en sus sillas, de los camicaces de uno o dos años andando a la deriva sin miedo a nada, de los ágiles y despiertos de seis siete años, de los aplomados de nueve o diez; quedarme colgada mirándolos, calculándoles la edad, escuchando lo que dicen, esperando su risa, mirar como se mueven, como caminan, y sentir una irremediable añoranza.

Ahora mi hijo va camino de los quince. Hay días en que se siente tan satisfecho con su vida como aquella noche de sus doce años pero otros no. Haya días en que sospecho que no le gustan ni su cole ni sus padres, ni siquiera sus amigos, y sobre todo, que no se gusta él. Hay días en que estoy segura que desea que todo cambie. Sólo que ahora ya no viene a la cocina o a donde yo esté para contármelo. Ahora hay tantas cosas que piensa que no me cuenta, tantas cosas importantes de las que habla con otras personas que no soy yo. A veces yo, a veces él, buscamos las viejas complicidades y las encontramos y, por un momento, parece que todo es como antes pero los dos sabemos que no es verdad.

Ahora somos dos extraños que se quieren: él, un extraño preocupado por sus cosas y yo, una extraña preocupada por él. Me hace pensar en lo que pasaba con mis gusanos de seda: una vez que escogían su rincón de la caja de zapatos y empezaban a segregar los hilos que los aislarían del mundo durante su metamorfosis, ya no había nada que yo pudiera hacer por ellos salvo mantener la caja en un ambiente estable.

¡Ah, mantener la caja (la casa) en un ambiente estable! ¿Cómo se hace eso con un hijo adolescente? ¿Cómo se hace para conformarse una con lo escasos preciosos ruiditos que brotan del interior de la crisálida? ¿Cómo hacer para que sus cambios no zarandeen la estructura misma de su madre y su padre (por no mencionar el hecho de que éstos son personas vivas, además de padre, y les siguen pasando cosas)? ¡Ah, se dice pronto eso de mantener la caja en un ambiente estable!. No me digáis que es lo natural, que un adolescente sano se aparta de sus padres, busca su intimidad, necesita probar sus propias soluciones y que ellos, los padres, tienen que estar ahí sin agobiarle para que pueda recurrir a ellos cuando lo necesite, y todo ese discurso. No me lo digáis porque ya lo sé, mejor dicho, una parte de mí lo sabe, la que está orgullosa de que el niño se esté haciendo adulto, la que se pone dura con él para que estudie, la que está deseando que sea autónomo; lo ha leído en los libros, lo ha hablado con otras madres y padres, incluso con psicólog@s (porque es muy aplicada), y está totalmente de acuerdo. Pero la otra… Creo que con esa vais a tener que gastar mucha paciencia porque no atiende a razones. Me parece que con esa no va ha haber más remedio que esperar a que la niña escondida en el trastero haga su duelo, ese duelo inesperado, y que, cuando ella pueda, salga al presente por su propio pie.

Margarita López Carrillo
Documentalista de salud

Arriba
MUJERES Y  SALUD <MyS Portada>
©2004 - matriz.net & M y S