COSAS
QUE PUEDEN OCURRIR EN EL HOSPITAL
De experiencias
reales vividas en hospitales públicos de la comunidad de
Madrid
> que te
lleven al paritorio (junto al quirófano) para monitorizar
y en la sala de enfrente estén haciendo una cesárea
con las puertas abiertas, y tú viéndolo todo;
> que oigas
decir “esa, como siga gritando, se va a ganar una cesárea”
¡y tú esperando la tuya! ¡así dicho parece
un castigo divino!; mi segundo hijo estuvo “perdido”
en el hospital, hasta que lo encontraron solito en Neonatología
(el neonatólogo había salido);
> que te
lleven a la habitación a las 8:00 cuando le han dicho a tu
familia que a medio día y te dejen allí sola, atada
al goteo, con una cunita a tu lado y sin poderte levantar, y la
criatura llorando.
> que no
tuviese leche y nadie me dijera qué hacer con la niña,
hasta que alguien me dijo que debía pedir yo biberón
¿Y yo qué sabía cuál era el procedimiento?;
> que no
hubiese cama para quirófano y me ingresaron la segunda vez
porque me planté en la puerta con la maleta. Aún así,
estuve diez días ingresada esperando y al abrir el útero
estaba roto (dehiscencia). Pudimos haber muerto mi hijo y yo.
ESCENAS DE UN PARTO "NORMAL" EN UN HOSPITAL DE
MADRID
Cuando me retorcía
de dolor y pedí la epidural la ginecóloga se burló
de mí. ¿No querías un parto natural? Me dijo,
pues aguántate. Esta ginecóloga hablaba de parto “natural”
cuando mi hija tenía un electrodo pinchado en la cabeza,
yo estaba monitorizada y rodeada de cables, me obligaban a permanecer
tumbada, me habían roto la bolsa y puesto un gotero y sufría
hipertonía por culpa de la oxitocina sintética que
me estaban administrando sin yo saberlo. Tuve que mendigar la anestesia
y me sentí profundamente humillada.
Se miraron
la comadrona y la gine y una le dijo a la otra “¿Tu
crees que ésta pare por abajo?” Ese “esta”
se refería a mí. Yo estaba allí, era “mi”
parto y “mi” hija. Me dolió y humilló
que hablasen de mí como si no existiese. Mientras empujaba
y me rajaban tuve que oír comentarios desagradables y bromitas
por haber pedido que durante mi parto se respetasen las recomendaciones
de la OMS.
Además
de desgarrarme con los fórceps, me cortaron y cosieron el
músculo elevador del ano y empequeñecieron artificialmente
la abertura vaginal cosiendo de más para “dejarme virgen”,
como explicó la ginecóloga a mi marido con un guiño.
Desde entonces mis relaciones sexuales son muy dolorosas Entré
en ese hospital siendo una mujer de treinta y cuatro años
adulta y responsable. Una vez dentro, semi desnuda y uniformada
con una camisilla, con una matrona dispuesta a afeitar mi vagina
delante de todo el mundo, mis derechos se evaporaron. Quedé
convertida en una menor de edad a la que nadie habla de su propia
salud y es representada en todo momento por sus padres, un papel
que el equipo médico adjudicó de inmediato a mi marido
y familiares. Entré allí por mi propio pie, sana,
feliz, con una hermosa hija dentro de mi cuerpo. Salí tres
días después en una silla de ruedas, enferma, llena
de llanto y dolor. Con una niña preciosa que no merecía
haber nacido hipóxica y pasar sus primeras horas de vida
en una incubadora. Sentí que el derecho a parir a mi propia
hija me había sido usurpado de una forma brutal, fría
y calculada por personas cuya única finalidad era acabar
cuanto antes conmigo y con ella.
Me han arrebatado algo muy profundo dentro de mí: mi parto,
el nacimiento de mi hija, su primera mirada.
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