EL TRABAJO FEMINISTA EN EL ÁMBITO DE LA SALUD
<Mari Luz Esteban>
A nivel general
se puede afirmar que la salud ha pasado de ser un ámbito
crucial en la teoría y la práctica feminista de los
años setenta y ochenta, a tener un estatus secundario y al
mismo tiempo superespecializado en la década de los noventa
y comienzos del nuevo siglo. Es decir, que los contenidos referidos
a la salud y el género han perdido la centralidad que tenían
anteriormente dentro del feminismo y que, además, las ideas,
debates y alternativas en torno a las distintas problemáticas
se generan y mantienen en un espacio perfectamente acotado, donde
las especialistas, profesionales de la medicina y psicología/psiquiatría
sobre todo, tienen todo el protagonismo. Todo esto dentro de un
proceso general de cambio social y científico, en el que
hay que tener en cuenta los avances en la situación social
de las mujeres y las transformaciones en las definiciones acerca
del ser mujer y el ser hombre; pero también el surgimiento
de nuevas ideologías y/o reformulaciones de las anteriores
que siguen justificando la subordinación femenina desde la
biología y la psicología. Proceso al que el feminismo
no se ha adaptado del todo.
Ejes de la
teoría y de la acción feminista de los años
setenta y ochenta, como el derecho a decidir sobre el propio cuerpo,
el derecho a la contracepción y al aborto, la separación
entre sexualidad y reproducción, o la reivindicación
del placer sexual para las mujeres, fueron absolutamente nucleares
y sirvieron para impulsar y aglutinar al movimien-to como tal. Todo
ello directamente relacionado con la revisión y denuncia
que el feminismo hizo en esta época de la naturalización
de las mujeres como una forma fundamental de justificación
social y científica de su desigualdad. Este esfuerzo tuvo
unos resultados exitosos que se plasmaron en leyes como la del aborto,
deficiente pero de gran trascendencia social, y en alternativas
sanitarias cruciales para las mujeres, como los centros de planificación
familiar. Además se obtuvo un reconocimiento, por lo menos
teórico, del derecho a decidir y de la legitimidad del placer
sexual para las mujeres.
Poco a poco,
el desgaste que supusieron peleas como la del aborto provocó
que el movimiento en su conjunto se viera aquejado de un cierto
impasse, que influyó directamente en una autoinhibición
a la hora de participar en el debate y la intervención social,
política o asistencial. Esto facilitó que las profesionales
se fueran “apropiando” del campo de la salud, al tiempo
que iban acusando también un cierto cansancio después
del trabajo ímprobo de las dos primeras décadas. Por
otra parte, comenzaron a darse signos claros de neoliberalismo y
neoconservadurismo en las políticas sanitarias y de personal
de las distintas instituciones públicas, perdiéndose
bastantes servicios y/o quedándose totalmente deslucidas
experiencias previas en materia de educación y prevención
de la salud.
En este nuevo
marco en el que nos encontramos, el tema de la salud no es ya un
patrimonio de todas las feministas sino que se ha hiperespecializado,
transformándose en un “feudo” de las profesionales
sanitarias, un espacio excesivamente específico que en la
práctica funciona de forma casi autónoma, al margen
de los otros sectores. El distanciamiento influye directamente en
una falta de generalización de los debates, de valoración
y retroalimentación conjunta, y de búsqueda de puentes,
intereses y ejes comunes, así como en una cierta despolitización
de los diferentes temas relativos a la salud. Además, esta
especialización no está facilitando que se dé
suficiente discusión ni reacción en torno a un proceso
de re-naturalización de las mujeres que ha tenido lugar a
partir de la última década, y que podemos apreciar
alrededor de cuestiones como la menopausia o la maternidad, y al
que me voy a referir a continuación.
El tema de la menopausia debería tener toda la prioridad
en la agenda feminista actual, no sólo en la sanitaria, por
las siguientes razones:el determinismo biológico que está
por debajo del discurso en torno a la misma;el impacto yatrogénico
que está teniendo y va a tener la intervención sanitaria
que se está haciendo;la falta de información sobre
lo qué está sucediendo realmente en la red pública
y privada;la
medicalización y psicologización de esta fase de la
vida de las mujeres;la falta de información y perspectiva
crítica de los sanitarios y de la sociedad en general;y sobre
todo, el silencio del feminismo y un cierto colaboracionismo desde
las profesionales feministas.
En las teorías
más difundidas sobre la menopausia se percibe claramente
que se hace una lectura de la salud que otorga toda la importancia
a la “deprivación” hormonal y al “déficit”
de estrógenos a una determinada edad, y la consecuente conveniencia
de THS-Tratamiento Hormonal Sustitutivo, que serviría para
resolver “todos los problemas” que se puedan presentar.
Los
signos y síntomas que se asocian a la menopausia suelen consistir
en una interminable lista de padecimientos físicos y psicológicos,
donde los más representativos son los sofocos, la sequedad
vaginal, la osteoporosis, o las enfermedades cardiovasculares.
Refiriéndonos específicamente a estos cuatro últimos,
que son los únicos que merecen discusión, se puede
subrayar lo siguiente: primero, que sólo la desaparición
de la regla y la disminución de estrógenos son universales,
teniendo por lo tanto los llamados “síntomas menopáusicos”
un carácter totalmente cultural; segundo, que hay una gran
variabilidad en el descenso de estrógenos entre las mujeres;
tercero, que no se ha podido demostrar la vinculación exclusiva
de ninguno de dichos síntomas con la “falta”
de estrógenos y que, en caso de aparecer, su origen es siempre
multicausal, por lo que deberían beneficiarse de formas de
abordaje múltiples y variadas; y, en cuarto lugar, que la
presencia de, por ejemplo, fracturas o problemas cardiovasculares
se relaciona sobre todo con la edad y no tanto con el sexo, por
lo que los pueden padecer igualmente los hombres, aunque no se produzcan
en ellos de la misma manera.
El tema de
la menopausia es un paradigma de cómo las mujeres son consideradas
desde la medicina, y en consecuencia desde la sociedad, como las
otras, las diferentes, las vulnerables. Un modelo de cómo,
a diferencia de lo que pasa con los varones, los síntomas
y malestares femeninos son siempre explicados tomando como referencia
el eje cerebro-aparato reproductor, donde las hormonas son definidas
como mediadoras. Lo cual lleva implícito un sobredimensionamiento
de la capacidad fértil que sigue siendo el eje estructurador
principal de la salud femenina y, por tanto, un desajuste entre
los modelos médicos de lo femenino, absolutamente centrados
en lo reproductivo, y los socio-culturales, que en bastantes casos
han relativizado o por lo menos redimensionado el lugar de la maternidad
a la hora de valorar socialmente a las mujeres. A todo esto es a
lo que llamo re-naturalización de las mujeres, puesto que
a partir de una determinada lectura del cuerpo “menopáusico
”, se está hablando de la mayor vulnerabilidad femenina,
de la trascendencia de su ciclicidad biológica, de la inevitabilidad,
en definitiva, de lo biológico;cuestiones todas que tienen
una traducción inmediata en lo social (Esteban, 2001).
En cuanto a
la reacción desde el feminismo podemos afirmar que, a pesar
de que hay suficientes trabajos que ponen en cuestión las
definiciones y planteamientos biomédicos y occidentales acerca
de la menopausia, y de que contamos ya con resultados de grandes
ensayos clínicos realizados en los últimos años
que alertan claramente sobre los peligros del THS4, los centros
y trabajadoras feministas no están actuando en consecuencia.
Por ejemplo, en algunos casos, se han puesto en marcha programas
o iniciativas educativo-asistenciales específicas, actividades
que tienen aspectos positivos pero también negativos, y dosis
importantes de regulación de la vida y psicologización
y medicalización de las mujeres, al margen de los posibles
beneficios. Medicalización que conlleva un modelo de relación
vertical y jerárquico entre expertas/os y usuarias, y supone
supervisión e ingerencia directa sobre la vida de las mujeres
desde lo asistencial, dándose toda la prioridad al ámbito
sanitario frente a otros espacios extrasanitarios e iniciativas
socio-políticas posibles;lo que no favorece lecturas más
integrales y complejas de los malestares femeninos. Además
la medicalización comporta la enculturación en una
determinada visión de la salud que sigue enfatizando la idea
de la fragilidad, de la negatividad, de la diferencialidad uniformizadora
de las mujeres, y de la trascendencia de lo reproductivo (Esteban,
2001).
Por todo ello
creo que hay razones de peso para que se revisen y modifiquen las
políticas sanitarias y feministas en torno a este periodo
de la vida. Así, por ejemplo, considero necesario que se
dejen ya de ofertar programas sanitarios específicos “de
menopausia” desde la red asistencial que, como tales, no tienen
ningún sentido, y que lo único que hacen es seguir
generalizado una idea patologizadora de una fase absolutamente normal
del ciclo vital.
Un segundo
tema alrededor del cual se está produciendo una renaturalización
de las mujeres es el de la maternidad. En la última década
ha ido creciendo la preocupación social, mediática
y médicocientifica en torno a los cuidados de las criaturas
y la compatibilización entre inserción laboral de
las mujeres y “responsabilidades” familiares, sin poner
nunca en cuestión sino enfatizando específicamente
el binomio madre/hijo-a. Esta ideología materna forma parte
de las nuevas ideologías familiares y domésticas que
se han generalizado en la sociedad occidental en los últimos
años, y que surgen en un contexto de descenso de la natalidad
y cambios generales en las estrategias reproductivas (pocos hijos
y mucha inversión en ellos), así como de envejecimiento
de la población y cronificación de los problemas de
salud, entre otros factores. Las políticas institucionales
concretas se dirigen sobre todo al fomento de la natalidad y a la
supuesta conciliación de la vida familiar y laboral, pero
una conciliación que “lleva el gusano dentro”,
puesto que no se replantea en ningún momento la obligatoriedad
de los cuidados por parte de las mujeres. Por otro lado, son preocupaciones
sociales y políticas que aparecen en relación directa
con el éxito del feminismo, por lo que deben ser interpretadas
como reacciones frente a los avances de las mujeres.
Es innegable
que poco a poco y al margen de las experiencias concretas, que son
más plurales, ha ido tomando fuerza un discurso hegemónico
en torno a la maternidad en el cual son protagonistas clave algunos
especialistas (psicología, medicina, pediatría...),
y que tiene como rasgos principales los de ser un discurso generizado,
en cuanto que diferencia y jerarquiza las responsabilidades de hombres
y mujeres;contradictorio con la filosofía feminista del reparto
del trabajo y de la autonomía de las mujeres para decidir
sobre sus vidas; etnocéntrico, étnico y de clase,
puesto que nace a partir de los valores y visiones de un sector
determinado de la sociedad occidental (clase media blanca, sobre
todo)y se exporta al resto del mundo;universalizador de los derechos
y el bienestar de las criaturas, al margen de las condiciones concretas
de los grupos domésticos y de las mujeres;culpabilizador
de las mujeres que no cumplen con dichos mandatos culturales.
Mientras tanto,
el feminismo sólo está reaccionando de forma lenta
y parcial, aunque en los últimos años se han incrementado
algo los debates alrededor de este tema. Además, un sector
específico de mujeres, próximas muchas de ellas al
movimiento feminista y/o ecologista, basándose en teorías
psicológicas surgidas sobre todo a mediados del siglo XX,
que no han sido suficientemente revisadas, se han hecho eco también
de esta preocupación y han ido secundando la necesidad de
la relación madre/hijo-a, sobre todo en los primeros años
de vida. Es decir, asumen acríticamente esta re-naturalización
de las mujeres y piensan incluso que sus planteamientos son revolucionarios
en cuanto que defienden ideas más “humanistas ”
y/o alternativas a la biomedicina. Todo ello a pesar de que tenemos
una bibliografía amplísima de muchos años de
trabajo que muestra de forma contundente el carácter social
y cultural de la maternidad, que debería servirnos para cuestionar
radicalmente las lecturas esencialistas y etnocéntricas que
se están haciendo, y que es un material clave para poner
en relación los discursos médicos y científicos
con los sociales, jurídicos y políticos, y sobre todo
para desenmascararlos y denunciarlos.
Por tanto,
estoy abogando por recuperar, revisar y/o reactualizar los contenidos
trabajados hasta ahora por las feministas en torno a las distintas
explicaciones esencialistas de la subordinación femenina,
en torno a esta re-naturalización de las mujeres, adaptando
además los debates a una sociedad que ha cambiado respecto
a cómo nos percibe y nos trata. Una sociedad que ha ido incorporando
pero también cooptando muchas de las ideas y alternativas
ofrecidas desde el feminismo, y que además ha reaccionado
frente a ellas, generando nuevas ideologías y nuevas formas
de control y poder médico, en las que a veces las profesionales
feministas nos vemos entrampadas. Asimismo, habría que pensar
en qué otros campos relativos a la salud y el cuerpo se pueden
estar produciendo procesos similares a los comentados.
Pero todo lo
anterior no será posible si no nos articulamos mucho mejor
entre todas nosotras, especialistas o no, equiparando las opiniones
y puntos de vista de cada una y redefiniendo y reconfigurando, por
tanto, el ámbito feminista de la salud en su conjunto. La
salud debe ser un tema de todas, no de unas pocas. Esto nos lleva
también a la necesidad de la interdisciplinariedad, tanto
en la fase de diagnóstico/análisis como en la de aplicación
de los conocimientos y asistencia:pensar en cómo poner en
práctica este viejo principio metodológico feminista
es quizá la principal prioridad ahora, porque puede ser una
de las claves para hacer frente a las dificultades y dilemas que
han ido surgiendo, algunos de los cuales ni siquiera los tenemos
bien identificados.
BIBLIOGRAFÍA
Cámara,
Cristina. “El fin del periodo fértil en la mujer”.
Salud 2000, N º 27, Septiembre 1990, pp. 26-30.
Esteban,
Mari Luz. “La maternidad como cultura”, en Perdiguero,
E. ;Comelles, J. M. (eds. ) Medicina y cultura. Estudios entre la
antropología y la medicina. Barcelona:Bellaterra, 2000, pp.
207-226.
Esteban,
Mari Luz. Re-producción del cuerpo femenino. Discursos y
prácticas acerca de la salud. Donostia: Gakoa, 2001.
Greer,
Germaine. El cambio. Menopausia y vejez. Barcelona:Ed. Anagrama,
1993.
Hunt,
Kate. “¿Una cura para todas las enfermedades? Interpretación
de la menopausia y las complicaciones del tratamiento hormonal sustitutivo”,
en Wilkinson, S. ; Kitzinger, C. Mujer y salud. Una perspectiva
feminista. Madrid: Instituto de la Mujer; 1996, pp. 155-180.
Rico,
Rosa. “Terapia hormonal sustitutiva. Riesgos y beneficios”.
Osteba Berriak, nº 35, Septiembre 2002, p. 3.
Rueda,
Joserra. “Mensajes acerca de la menopausia y sus implicaciones”.
Salud 2000, N º 60, Febrero 1997, pp. 28-30.
Van
Hall, E. V. ;Verdel, M. ;J. Van der Velden, J. “Las quejas
‘climatéricas’:Hormonales?”. C. Med. Psicosomática,
N º 24, 1992, pp.22-26.
NOTAS
1. Este artículo
es un resumen de la intervención realizada por la autora
en el Seminario de Estudios de las Mujeres celebrado en Madrid los
días 18, 19 y 20 de noviembre de 2002, organizado por el
Instituto de la Mujer, y cuyos contenidos van a ser publicados próximamente.
2. Me referiré
al ámbito del Estado Español, porque no tengo suficiente
información sobre otros contextos.
3. Algunos
ejemplos de publicaciones críticas en castellano son:Cámara
(1990);
Van Hall, Verdel, Van der Velden (1992); Greer (1993); Rueda (1993,
1997) y Esteban (2001). Por otra parte, una relación de aproximaciones
a la menopausia desde la antropología y ciencias sociales,
puede obtenerse en Hunt (1996).
4. Un comentario
sobre dos de estos ensayos clínicos llevados a cabo en los
últimos años cuyos resultados hablan claramente de
que los riesgos del THS son mayores que los beneficios puede encontrarse
en el artículo de Rosa Rico, “Terapia hormonal sustitutiva.
Riesgos y beneficios” (2002).
5.
Un desarrollo mayor de estos contenidos puede encontrarse en mi
artículo: “La maternidad como cultura. Algunas cuestiones
sobre lactancia materna y cuidado infantil” (Esteban, 2000).
Mari
Luz Esteban
Médica antropóloga. Universidad País Vasco
- EHU
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