CUANDO
LA IGUALDAD ESCONDE DESIGUALDADES
<María
Roldán>
Quizás
fue tener que dejar mi cuarto puesto de trabajo, después
de haber tenido que sacrificar la que había sido “mi
profesión habitual”, siempre por motivos de salud,
lo que me hizo reflexionar sobre la situación de miles de
personas que, aún teniendo grandes dificultades para trabajar
y teniendo reconocida una discapacidad, tenemos la sensación
de “no estar homologadas”, por lo que difícilmente
encajamos en alguna parte.
La legislación
vigente respecto a las personas discapacitadas deja mucho que desear,
entre otras cosas porque está fuera de la realidad. En la
medida que es una ley que no recoge la gran diversidad que existe
entre una u otra discapacidad, o entre hombres y mujeres, por ejemplo,
no puede ser justa. Por mi parte solo me referiré a las afectadas
por enfermedades reumáticas. Tampoco a todas, pues son más
de 200 estas enfermedades.
Para cualquier
persona tener que reconocer que hemos perdido una parte de nuestra
capacidad, ya es un handicap. Ante nosotros aparece una realidad
poco gratificante, aparte de la problemática física,
hay otra que tiene un peso específico: la social. Quizás
por el individualismo en que nos ha sumido esta sociedad del bienestar,
hay situaciones absolutamente invisibles en su conjunto, salvo para
quienes las padecemos.
Los diferentes
gobiernos de la democracia, no han sabido o no han querido dar una
respuesta objetiva a este colectivo cada vez más numeroso.
Pronto habrá nuevas elecciones y una vez más utilizaran
el famoso anagrama “del carrito” para pedirnos el voto.
Quizás es un buen momento para plantearnos que es lo que
nosotras queremos.
En primer lugar
se hace imprescindible que, cualquier intento para mejorar nuestra
situación ha de contar con la participación de personas
implicadas, de lo contrario estaremos en las mismas. En la medida
que no están contempladas nuestras peculiaridades, en la
medida que se ha globalizado la discapacidad. Por una parte se nos
condena a seguir ejerciendo nuestros respectivos trabajos hasta
que el cuerpo dice: basta! O bien a conformarnos con unas prestaciones
miserables (por no hablar de las no contributivas). En cualquier
caso distan mucho de las que se están dando en el resto de
Europa. Queda a las claras que hay una mala gestión de los
recursos tanto humanos como económicos. Con una buena imaginación
y con verdadera voluntad política, nuestro entorno daría
un giro de 160 grados. La inseguridad, el miedo paraliza más
que los problemas físicos.
Si estuviera
a nuestro alcance conseguir un empleo adaptado a nuestras posibilidades,
funcionaría como terapia. El hecho de tener un trabajo, no
solo despeja la inquietud de la subsistencia, sino que además
nos dignifica como personas, nos proporciona estímulos para
seguir adelante y luchar por mantenernos. Está comprobado
que el hecho de atender a un horario, salir fuera de casa, encontrarse
con otra gente;hace que la persona se mantenga mucho mas activa
i vital. Obviamente,
para ello hay que adaptar centros de trabajo crear políticas
de empleo que proporcionen la incorporación de personas con
discapacidad.
En una sociedad
donde el tema económico cuenta tanto, estoy segura que hacer
un estudio objetivo demostraría que, es mucho más
rentable mantener a la gente ocupada aunque solo sea media jornada
que relegada a no poder acceder a empleo alguno.
Quiero relatar
que en estos últimos cuatro años, es impresionante
la cantidad de mujeres jóvenes que con la publicidad que
se le ha dado a la Fibromialgia, están viniendo con una problemática
más compleja todavía, puesto que la mayoría
sólo ha tenido contratos en precario; lo cual complica mucho
más su situación de cara a conseguir un pensión
de incapacidad.
Por otra parte
se impone una reflexión sobre el tema de la jubilación.
Somos muchísimas las mujeres que teniendo cantidad de años
cotizados a la SS (aparte de los trabajados sin que la empresa lo
declarara) , que cuando accedemos a una invalidez nos encontramos
que con lo que nos queda no podemos mantenernos, entre otras cosas
porque nuestros salarios siempre han sido y siguen siendo inferiores
a los de nuestros compañeros. Estamos en aquella edad entre
los 40, 50 y tantos en la que nadie te quiere contratar, menos siendo
mujer. Por lo tanto entiendo que, teniendo el mínimo que
exige la ley de 15 años cotizados para acceder a la jubilación,
se nos debe de reconocer el derecho a ella con el 100% a partir
de los 55 años, de forma voluntaria. Un año de nuestra
vida de trabajo, con nuestras diferentes problemáticas, equivale
a más de 5 de una persona sana. Si bien pienso que esto ha
de ser aplicable tanto a hombres como mujeres. No tengo más
remedio que señalar que la sociedad en su conjunto tiene
una deuda pendiente con nosotras:
1 ª Porque cuando
se nos dice que tenemos que dejar nuestro puesto de trabajo, muchas
veces sin derecho alguno, porque con la mayoría de nuestras
enfermedades es muy difícil acceder a una invalidez. Y nadie
nos releva de nuestras obligaciones como mujeres, en el engranaje
y mantenimiento de la estructura familiar.
2 º Precisamente
por lo anterior, , hemos tenido que vivir muchos años sin
que se haya tenido en cuenta nuestras dolencias como invalidantes.
Resulta que la mayoría de las enfermedades reumáticas
causantes de invalidez, las padecemos las mujeres en un porcentaje
mucho más elevado con respecto al sexo masculino y en cambio
nos cuesta mucho más demostrar ante cualquier tribunal médico
nuestra incapacidad.
María
Roldán
Diagnosticada de fibromialgia y Miembro de la Liga Reumatológica
de Tarragona
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